Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Tonga, Cuba y la «latica»

Autor:

Osviel Castro Medel

Un reportaje de BBC Mundo habla sobre el reino de Tonga, ese archipiélago casi desconocido en el Pacífico, cuya población (de unos 100 000 habitantes) está entre las más obesas del mundo. Leyéndolo, alguien puede, sorprendentemente, encontrar pequeñas coincidencias con nuestra mestiza realidad.

Y no porque Cuba sea una nación de mayorías corpulentas, aunque es cierto que la gordura parece haber crecido entre nosotros. Los puntos de contacto con aquella lejana nación tal vez se encuentren en las palabras de uno de los entrevistados, quien confesó que las tendencias del llamado mundo desarrollado les están cambiando a los tonganos las costumbres de siempre, entre las que se incluye hasta la comida diaria.

En el caso de Tonga, sus habitantes han reemplazado las hortalizas, el coco y el pescado por la falda de cordero, un producto altamente grasoso proveniente del exterior, que ha disparado la diabetes de tipo dos.

«La gente piensa que es mejor algo occidental, algo moderno», dijo uno de los encuestados por BBC Mundo; una frase que, poniendo a un lado las enormes diferencias idiosincrásicas y de salud, pudiera encajar en nuestro contexto.

Porque es cierto que, en la marea por modernizarnos, se ha asumido por una masa no despreciable de personas que determinados artículos «actuales» de comer, vestir y lucir generan un estatus de plenitud o superioridad.

Pienso, por ejemplo, en las famosas «laticas», que se han convertido para algunos en símbolos superlativamente mejores a cualquiera de nuestros jugos de frutas naturales y que, además, se han transformado en patrones de imitación de lo «bacán». Incluso, hay quienes ven una «ofensa» en todo producto alejado del pote o el envasado cerrado.

Claro, Cuba o Tonga no son las únicas naciones pobres influenciadas por los aires de «progreso» que soplan desde el «desarrollo». Resulta una tendencia universal, que no por global deja de ser peligrosa, pues puede colonizar, generar idolatrías vanas y, como se describe en el reportaje de marras, perjudicar a largo plazo.

Un refresco de «lata», por ser gaseoso y facturado mediante procedimientos químicos, de seguro atentará más contra la salud que una limonada tradicional. No obstante, en esa cuerda de razonamiento, vale acotar que los limones y otras frutas están, increíblemente, a precio de nube en un país tropical; y que esos y otros costos celestiales también llevan a quebrantar nuestros hábitos alimentarios o a seguir con frecuencia una dieta poco sana.

No obstante, en materia de economía familiar, valdría sacar cuentas si tres o cuatro de esos enlatados no sobrepasarían el precio de un preparado a base de las frutas encarecidas de este tiempo.

Volviendo al tema central de estas líneas, creo que no se trata, por supuesto, de rechazar lo «último» anteponiendo lo viejo, ni de ir contra la verdad tautológica que reza: «Lo bueno es lo bueno», sino de —siempre que lo permitan las condiciones— ingerir lo más saludable. Y de que no nos dicten desde tronos subliminales lo que debemos consumir.

Por cierto, ahora que caigo en este asunto, recuerdo la primera vez que tomé el refresco de Coca cola; fue hace diez años y de tanto escuchar su fama, esperaba algo celestial. No me desagradó al paladar, pero en verdad comprobé que era un puro mito y que jamás cambiaría uno de los batidos hechos por mi madre en su estruendosa licuadora por esa bebida mediáticamente universal.

Los mitos se construyen desde la repetición, la inducción y en no pocos casos por las artimañas de la publicidad. Pero también se edifican desde lo «moderno», como decía una anciana de las entrevistadas en Tonga, y lo primordial está en que «la gente tenga la preparación necesaria» para discernir qué es bueno o malo para la salud y su bienestar.

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