Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Surco y estrella

Autor:

Enrique Milanés León

Después de tantas a la inversa, nadie más que Fidel podía conducir en Cuba la primera invasión —otra de amor— de Occidente a Oriente y llevar en su oleaje a todo un pueblo. Lo ha hecho ahora, cual una despedida en un yate de cedro, pero en realidad lleva décadas en ello: ¿qué otra cosa era, sino, su continuado trasladar de cubanos y recursos, del poniente al levante, justo para erguir la zona que, durante siglos, los gobiernos ajenos pusieron en el suelo?

Fidel dejó a Maceo de escudo en Punta Brava y se va con Martí a resguardar el este. Ya sabe que en el centro cuida otro guerrillero. Es así como puede entenderse mejor esta partida.

Cuba vuelve a pensar en los tiempos en que el Titán y el Viejo anduvieron unos 1 800 kilómetros hasta parar en Mantua, y cuando Camilo y Che llegaron a La Habana tras llenarse de gloria en Yaguajay y Santa Clara. Siendo muy diferente la arrancada, se marcha por lo mismo.

Ahora es Fidel quien guía. El pueblo aclama igual, aunque haya cambiado el signo de las lágrimas. Pasada su columna, era tarea fácil hallar en el asfalto el hilo de la Patria.

¿Qué mostraba ayer Cuba? Banderas como flechas de la ruta del héroe. Quien quería alcanzar la Caravana solo tenía que seguir cinco franjas y en el rojo de escudos ubicarse en el faro de las puntas de estrellas. Por si indagaba más, el índice alto de las palmas apuntaba directo al camino del Moncada.

Los mensajes, colgados todavía, prometen serle fieles cual Fideles. Varios tanques de agua coinciden en surtidor: «¡Yo soy Fidel!». Y las cercas lo mismo. Imágenes de él y de Martí preludiando el encuentro. Podía sentirse la huella reciente de millones de expedicionarios al borde del camino. Y el silencio que dice. ¡Cuánto dice!

Como la ardiente estela del Granma, las arterias cubanas eran ayer, como serán mañana, la suave marejada de aquel fervor patriótico que nos trajo hasta aquí. Vimos surcos abiertos y gente trabajando. Vimos el optimismo lindando con las lágrimas. Vimos corceles fuertes trotando en los potreros. Y en las sabanas, así como en las lomas, vimos resplandecer bajo el cielo de Cuba el verdor de los nuevos caguairanes.

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