Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Flores al mar

Autor:

Yuniel Labacena Romero

Tendría apenas unos cinco años de edad e iniciaba en el uso de la pañoleta cuando aprendí el poema: «Una flor para Camilo/ al agua vamos a echar/ todos los niños de Cuba lo queremos recordar…».

Cada 28 de octubre este era el tema más escuchado en mi escuela. Entonábamos la elegía con fuerza, pues presumíamos, a pesar de la inocencia, que algo triste, pero a la vez hermoso nos unía a aquel héroe, ya entonces  legendario.

Al principio hacíamos una repetición mecánica de lo que oíamos, después fue tomando cuerpo en nosotros, en alma y acciones, ese grande de la historia cubana.

Recuerdo que el día antes del homenaje, junto a mis amiguitos, recogíamos flores en los jardines de nuestras casas o en el de los vecinos, para la ocasión. Todos queríamos tener el ramo más hermoso.

Salíamos tomados de las manos por la orilla de la escuela rumbo al río, y justo sobre el puente echábamos las flores al agua para homenajear al héroe de la eterna sonrisa.

Lanzar al mar, ríos, arroyos… una flor para glorificar al Señor de la Vanguardia es una de las más bellas tradiciones creadas en Cuba. La iniciativa nació un año después de su desaparición física y por inspiración del Che.

Cuentan que bajo la consigna de Una flor para Camilo, la revista Verde Olivo y Radio Reloj, al unísono, divulgaron la propuesta que en uno de sus párrafos decía: «Ese día, el 28 de octubre, que fue cuando Camilo emprendió ese trágico vuelo sin regreso desde Camagüey, a donde había ido a desbaratar una traición, nuestro pueblo rendirá un sencillo y profundo homenaje al glorioso Comandante: ese día cada cubano llevará una flor al mar, en recuerdo de Camilo. Esa flor será el símbolo; el avance decidido de la Revolución, será la expresión material de esos sentimientos que unen al pueblo de Cuba con el que fue y será uno de sus líderes más queridos».

Respondiendo a ese llamado, millares de personas, superando todos los cálculos, se sumaron al impresionante tributo. Desde horas tempranas, largas e interminables filas de hombres y mujeres de todas las edades, se movían por las calles cubanas que convergían en el mar o en los ríos, llevando flores para lanzarlas al agua.

En el habanero Castillo de la Punta hubo un homenaje muy especial. A las cercanías de ese sitio, en horas de la tarde, llegó Fidel, y enseguida fue rodeado por la multitud. Le costó mucho abrirse paso entre la gente, pero al final pudo llegar al muro del Malecón, al cual subió para saltar luego hacia los arrecifes. Se acercó lo más posible al mar y desde allí arrojó a las olas una flor blanca para el Héroe de Yaguajay. A lo largo del Malecón miles de cubanos estaban rindiendo similar tributo.

Otros, como no podían llegar hasta el mar, buscaron diversas formas de honrarlo. Según la prensa de la época, los habitantes del municipio villaclareño de Ranchuelo lo hicieron depositando ladrillos en un lugar previamente señalado para emplearlos en la construcción de más escuelas para el pueblo. En todos los sitios fueron las flores a besar las olas, a besar las mejillas de Camilo, a gritar su nombre y susurrarle que seguíamos su ejemplo.

La hermosa práctica ha sido por años un símbolo, ese con el cual crecimos tantos, y aunque no lleguemos al mar con la misma asiduidad de los años estudiantiles, el recuerdo y el amor por el Héroe lo llevamos siempre.

Cada flor que se tira al mar, a los arroyos o ríos no es una ofrenda a un hombre desaparecido, sino el eterno reencuentro con su inmortalidad.

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