Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El trance de la liviandad

Autor:

Nelson García Santos

Esa imagen callejera brota bajo el cielo de esta ciudad y anda revoleteando también por otros lares ante las miradas impasibles y un asombro rematado en la mudez.

La escena, simple. La madre o el padre, ambos inclusive, indican al muchacho que se pegue al edificio y orinen sobre la acera sin el menor recato. Son niños o están próximos a la adolescencia; caminan, hablan, preguntan, en fin, piensan y recuerdan.

Resulta la manera de salir del incontenible trance ante la necesidad de desaguar que a esa edad normalmente tampoco debe llegar repentina, porque se posee un control fisiológico que avisa con tiempo suficiente.

Suele ocurrir que tampoco acostumbran a hacer caso a las señales orgánicas, indicadoras con tiempo de la necesidad de buscar un baño, y llega el momento en que les resulta imposible aguantar más la evacuación.

Si en la edad de enseñar modales, y más vital aun de arraigarlos en la cotidianidad, los ponen a orinar en la calle lo que viene después no hace falta ni escribirlo, se cae de la mata.

Efectuar las necesidades fisiológicas en la vía pública está considerado en cualquier país una infracción que castigan con multas altas y los hay, incluso, en los que lo tipifican como un delito.

Es obvio que en el caso de menores de edad, los padres o las personas que tengan la custodia deben abonar los pesos por la sanción o enfrentar el juicio que los puede enviar hasta a la cárcel.

La costumbre de desaguar en cualquier parte tiene, por ejemplo, en la ciudad de Santa Clara, escenarios famosos, como tramos de las calles Céspedes y Plácido, pegadas al mismísimo parque Vidal, aunque cerquita de allí está el baño público del parque de Las Arcadas, abierto las 24 horas.

El desenfado llega a tal extremo que orinan sobre las paredes y puertas de las casas a prima noche, sin importarles si por las calles avanzan mujeres o viene una pareja. Lo de la madrugada deviene el acabose, hasta las mujeres realizan su necesidad a plena luna.

¿Cuántos de esos se iniciarían en la malsana costumbre cuando paseaban con sus padres que les indicaban hacerlo, aquí o allá, en la vía pública?

Más allá de la especulación, como en otros tantos desaguisados, hay que borrar o disminuir a la mínima expresión esa imagen callejera no únicamente con llamados a la buena conducta, muchas veces estériles ante los descarriados, sino con la ley en la mano. Así de sencillo, así de lógico.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.