Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El bloqueo y nuestro pecho a los amigos

Autor:

Enrique Milanés León

Por largo que sea, un muro nunca tiene dos ladrillos iguales; siempre hay tonos distintivos, así que en la muralla que en torno a Cuba ha tendido la Casa Blanca, la «hilada» de 2019, la que en Naciones Unidas marcará los debates contra el bloqueo como ya los marca en nuestras calles de transporte limitado, está signada por el capítulo del chantaje más duro y descarnado que se haya visto en mucho tiempo.

Resulta que el guardián de la tapia, el carcelero, el hombre que hoy administra esa medieval maquinaria de odio anticubano cuidadosamente complejizada de presidente a presidente, el repentista de ácidos tuits en la Casa Blanca, nos avisó sin rodeos que si apoyamos a Nicolás Maduro, nos la veremos con él. Y en eso estamos.

«Con el movimiento correcto, a Cuba le podría ir muy bien, podríamos hacer una apertura», dijo este año Donald Trump a la cadena Fox Business para que Cuba lo oyera. No bien mostrada la zanahoria, un garrote mal disimulado cayó de sus manos: si, por el contrario, la Isla continúa el respaldo al proceso bolivariano y no saca de Venezuela sus «tropas y milicias», le espera un «embargo muy duro».

Para no variar, Trump fue grosero y directo: la intensidad del asedio dependerá «de lo que pase». Para ser quien es, Cuba responde, con hechos, que no abandona a los amigos ni acepta la coacción, de modo que, mientras de Caracas hacia adentro se amplía el archivo de estampas solidarias tejidas entre las orillas de dos pueblos caribeños, los principales jerarcas de Washington no conciben más que romper puentes hasta La Habana.

Es que el Presidente norteamericano, consecuente con la inconsecuencia política que distingue a su Gobierno, está cumpliendo la amenaza que lanzó: «Voy a ocuparme de Cuba y Venezuela», a su juicio dos focos de amenazas cuando el que tiene un cuarto de millón de soldados en 800 bases militares en 177 países —¿haciendo el amor o la guerra?— es… Estados Unidos. En el fondo él, que no es tan loco como se dice ni tan listo como haría falta, sabe bien que ningún marine alcanza el poder de un médico.     

No son pocos los que creen que esas reacciones responden a la cólera del jefe imperial frente a su reiterado fracaso en el intento de derribar el proceso chavista, ante lo cual intenta, de cara a la seducción de votantes domésticos que lo mantengan en la presidencia, no solo desviar la atención buscando otro responsable: Cuba, sino además usarla a ella —barajando en la ecuación la paz de todo su pueblo— para que contribuya, con su salida de Venezuela, a la caída de un proceso hermano.

Aunque cambian los pretextos, el odio sigue igual, porque en los tiempos en que Venezuela estuvo gobernada por presidentes que no actuaban sin la venia de Washington —y que no llevaban, por tanto, la marca del «Se busca» que Trump ha puesto bajo la foto de Maduro— ya el pueblo cubano pagaba, en tensiones por el bloqueo norteño, el precio de su Revolución.

Cual aventajado alumno del antiguo subsecretario asistente para Asuntos Interamericanos Lester D. Mallory, el Presidente actual —que sabe que la mayoría de los cubanos apoya a Díaz-Canel como antes apoyó a dos «Castro» seguidos— sostiene ahora, como Mallory en el ya nada secreto memorándum de abril de 1960, que «…el único modo previsible de restarle apoyo interno» al dirigente continuador es «a través del desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales…».

Por eso el magnate, en toda regla un usurpador de la política, trabaja al pie de esas letras por lograr «…los mayores avances en privar a Cuba de dinero y suministros para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar el hambre, la desesperación y el derrocamiento del Gobierno». Por fortuna, otro es el plan que une a los cubanos.

Se le ven todas las costuras a la trampa. Donald Trump, tan frágil lleno de poder, tan pequeño pese a su tamaño, tan pobre con tantos millones, pretende nada menos que derribar dos revoluciones con el engaño de una. ¿Acaso no sabe leer los labios de Cuba, los ojos de Venezuela? 

El bloqueo es crimen serio. Tanta cicatriz de pena y piel nos ha dejado que, por estas fechas, siempre volvemos al texto de Mallory. Su frase, todo un clásico del pensamiento genocida, explica mejor que nada el petróleo que no alcanza, la guagua que desespera, la sonrisa que se aplaza, pero también contiene claves, para Cuba y sus amigos, de la luminosa chispa de nuestra resistencia.

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