Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Olvido relampagueante

Autor:

Nelson García Santos

Más allá de la inconformidad, inherente a la condición humana, sabemos que las lluvias aseguran bienestar, a pesar de que pueden originar aluviones y otros daños, como las ocurridas en mayo y junio, principio del período húmedo en Cuba que se extiende hasta octubre.

Obvio que a la mayoría mortifican e impacientan esos continuos aguaceros o chinchín llamados temporales que, por lo general, ocurren en esta época o suelen también acompañar a los frentes fríos.

Hay quienes refunfuñan y hasta maldicen «la mojazón», a pesar de la sombrilla o la capa, que hace más engorroso el obligado caminar cotidiano, a lo cual se suma el entorpecimiento del bregar e, incluso, interrumpen labores a cielo abierto en la agricultura y la construcción.

Entonces la gente se explaya contra los temporales y alegan que «si el cielo se va a vaciar, que acabe de hacerlo, pues a estas lluvias sin cesar, más animosas o débiles, les ronca aguantarlas».

Lo paradójico es que cuando la canícula cunde, el polvo casi nos asfixia; escasea o se extingue el agua en la pila y la gente invoca a gritos a San Pedro para que, por favor, nos bañe con un chaparrón.

Generalmente aparecen las lamentaciones por el insoportable calor con epítetos como: «Esto no hay quien lo aguante», o que el ventilador suelta aire caliente, rematado en do mayor por un «¡Le zumba el mango!».

Lo contradictorio radica en que la incomodidad que ocasiona el intenso calor se olvida de forma relampagueante cuando entran, aunque sea, dos frentes fríos. De inmediato aparece la cantaleta contra estos, que ocurren entre noviembre y abril.

Por fortuna, a pesar de las objeciones emocionales de muchísimos, a ese régimen de lluvias acentuado en primavera y en menor cuantía en la estación de frío —la mejor época para producir en la agricultura—, disponemos del agua, esencia de la vida, para enfrentar sin mayores problemas el período de sequía entre un año y otro.

Ahora mismo, en el inicio del ciclo lluvioso, las lluvias originadas beneficiaron a la agricultura, que atravesaba una sostenida sed, y a las presas, sostén vital para la población, los servicios públicos, la agricultura, la industria y para mantener un caudal mínimo en los ríos aguas abajo de los embalses.

De igual manera se benefició el manto freático, reserva natural que al apretar la escasez del preciado líquido proporciona una fuente de alivio para las personas y los animales mediante pozos.

El período lluvioso comenzó con ímpetu y pinta que va a ser abundante, para nuestro beneplácito, porque se necesita muchísima agua para producir alimentos y satisfacer las necesidades de la sociedad en su conjunto.

Así que bien valen los temporales o el gran estacazo, a pesar de cualquier inconveniente, para asegurar la existencia, porque sin agua suficiente estaríamos «fritos y puestos al sol».

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