Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El nasobuco, la relajación y un virus que no se ha ido

Autor:

Osviel Castro Medel

Del nasobuco, ese aditamento del que poco sabíamos en épocas de normalidad, se puede escribir hoy casi un tratado, lo mismo con humor cubano que con la más grave seriedad.

 No han faltado los que, acostumbrados a emplearlo casi todo el tiempo, olvidaron quitárselo antes de ejecutar algunos actos y así desparramaron un café en su cuerpo o se mordieron la lengua intentando ingerir alimentos.

 Ha sido el responsable, también, de ciertos enredos del idioma, como aquel de un hombre bayamés que le hablaba a su esposa de «arreglar los pedales para buscar comida a los muchachos» y ella entendió que al suspenderse los carnavales tendrían que vender los «machos» (como se les dice a los cerdos en buena parte del Oriente). «Ni se te ocurra», respondió ella, para sorpresa del primero.

 Al margen de cualquier chiste, el nasobuco ayudó, junto a otras medidas, a contener en Cuba el nuevo coronavirus. Sin embargo, desde hace algunas semanas hemos visto con alarma cómo cientos de personas han prescindido de su uso, no solo en la capital cubana, epicentro de la enfermedad.

 Pasemos —incluso en las provincias que están ahora mismo en la tercera fase— por algunas calles principales, acudamos a una de las largas colas diarias, vayamos a los parques, a las paradas de ómnibus, montemos al transporte público o entremos a centros que prestan servicio a la población y encontraremos a numerosos ciudadanos sin la mínima protección que aconsejan estos tiempos.

 Incluso se han subido imágenes a las redes sociales de multitudes ingiriendo cerveza del mismo pomo, o ron a punta de botella, como si estuviesen celebrando el fin de la pandemia. Ellos han entrado, por desdicha, en la llamada etapa de relajación, ajena a la citada y recitada percepción de riesgo.

 El amargo repunte en los números de estos días —que son personas, no cifras, por supuesto— está vinculado precisamente al exceso de confianza o a cantar victoria antes de tiempo.

 Hace unos días una amiga, en hipótesis instruida, andaba sin nasobuco en el centro de una muchedumbre. Cuando le hice la observación respondió lo increíble: «Ah, ya estamos en la tercera fase, déjate de eso, no hace falta».

Cuando el Grupo Temporal de Trabajo del Gobierno para el enfrentamiento al nuevo coronavirus dio a conocer la entrada en la tercera fase de casi todas las provincias y el municipio especial de Isla de la Juventud, se enfatizó:  «Reiteramos la necesidad de mantener las medidas sanitarias y de aislamiento físico, que son aplicables en las tres fases, incluyendo el uso del nasobuco en lugares públicos y cerrados, donde exista concentración de personas».

 ¿Necesitamos apretar un poco la mano con las multas y otras medidas de coerción? ¿Será que los mensajes en los medios de comunicación llamando a la conciencia colectiva no calan en las mayorías? ¿Denunciaremos con valentía a los irresponsables sin crear una cacería de brujas? ¿Olvidamos ya las normativas referentes a la higienización de las manos y superficies, distanciamiento entre las personas y la recomendación de mantenernos informados?

 Son preguntas que pueden ayudar a mover el pensamiento y a generar acciones. Al final, lo más trascedente es saber que la batalla contra el virus no ha terminado; ha entrado, probablemente, en su fase más crítica, y podemos seguir retrocediendo si, como decimos en el argot popular, nos tiramos para la calle del medio o nos contagiamos con la «libertad extrema» y lanzamos en un rincón el nasobuco y todas las reglas vinculadas con la preservación de nuestra salud.

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