Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un «huracán» llamado COVID-19

Autor:

Liudmila Peña Herrera

¿Quién está fuera de casa durante el azote de un huracán? ¿Alguna cola activa en medio del viento y la lluvia? ¿Gente abordando ómnibus para trasladarse sin la «imperiosa necesidad», mientras el agua va subiendo y hay gran probabilidad de inundación? ¿Los muchachos jugando en la calle para «matar» el aburrimiento o calmar la ansiedad, a pesar del riesgo? Durante años nos han enseñado —y hemos aprendido— que debemos protegernos. Resguardar la vida humana siempre ha sido la prioridad de la Defensa Civil.

Ante los desastres naturales los cubanos respondemos, generalmente, con responsabilidad y sentido común. Lo que apunta al peligro, a la posibilidad de la afectación a la integridad física, e incluso a la muerte, se evita. No ha sucedido así con el enfrentamiento popular a una pandemia que, si bien nos sorprendió por su repentina aparición y la escasa referencia del pueblo ante este tipo de situaciones, ya no es nueva. Casi un año llevamos luchando contra ella, y contra los irresponsables. 

¿Por qué no se entiende que es preciso evitar las salidas, las visitas, el abordar ómnibus e ir a lugares con altas concentraciones, siempre que sea posible? Nos cuesta, ¡y cómo nos cuesta! Pero nos puede costar mucho más: la vida nuestra o la de alguien muy querido. A veces no se entiende hasta que se vive, y lo ideal es que fuese a la inversa.

Todavía anda demasiada gente en la calle cuando la cifra ya sobrepasó los mil contagios diarios. Demasiada gente que, quizá —cada cual lo sabe—, está acogido al teletrabajo, pero no soporta el encierro. Demasiada gente con vulnerables en su hogar, aunque ya hoy la vulnerabilidad es relativa, cuando el estado de gravedad ni siquiera entiende de un buen antecedente de salud.

Demasiada gente saludando y conversando fuera de su hogar a pesar de tener «un catarrito común» —dicen—, y solo cuando se van a despedir lo deslizan así, como para dejarte el bichito de la duda—. Y ni hablar de quien anda tosiendo y estornudando por doquier (incluyendo en los ómnibus). ¿Se acuerdan de Mister Bean? En fin.

Hay quien pide que cierren, que cierren La Habana, que quiten el transporte. Yo sé: eso da tranquilidad, y sí es cierta garantía. Pero la seguridad mayor está en la casa, en el no acercarse al otro si no es extremadamente necesario, en el aislarse si está en nuestras manos, sin que nadie de arriba, de abajo o del costado te lo tenga que indicar.

No estoy hablando de restar la responsabilidad gubernamental que toca en este momento: apunto hacia lo que me corresponde a mí, a usted, a su vecina, a cada uno de nosotros, que queremos ponernos la vacuna, que queremos salir vivos y sanos de esto.

Comadre, compadre, esto está duro de verdad. La semana última el Consejo de Defensa de La Habana indicó crear mayores capacidades hospitalarias, crear condiciones antes de… ¿Saben lo que significa? Hay que decírselo con todas las letras. Estamos en el ojo del meteoro, y sin sentir la calma. O sea, que puede ser peor.

Y si esto no es lo más parecido a un huracán de máxima categoría, cuyo objetivo es pasar y arrasar con lo que se encuentre en su camino, entonces no sé. Cada cual sabrá, pero ninguno de nosotros es inmune. Todavía. Solo recuérdenlo.

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