Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El virus muta, ¿y nosotros?

Autor:

Osviel Castro Medel

Un dato nos sacudió hace poco: en los primeros 15 días de agosto la variante Delta del nuevo coronavirus estaba en el 92 por ciento de las muestras procesadas.

Ese estremecimiento debería ir acompañado de muchas acciones para cambiar nuestros actuales modos de vida, pero también para transformar algunas prácticas institucionales que parecen desacertadas, al igual que determinados aspectos negativos en centros asistenciales.

Solo hay que asomarse a las redes sociales, con sus fatídicas noticias de muertes diarias, para comprender que un enemigo invisible nos está asestando golpes que rebasan los dolores de estadísticas y partes oficiales.

Si al principio estábamos convencidos de que el SARS-CoV-2 atacaba letalmente a personas longevas o con comorbilidades, hoy tenemos la certeza de que la variante Delta, agresiva y de alta transmisión, puede quitar la vida a seres humanos de cualquier edad y sin padecimientos.

Las medidas para evitar el contagio están escritas y divulgadas hace tiempo, pero se violan a menudo. No pocos siguen festejando cumpleaños «en masa», visitando sin recelo a familiares vulnerables, prescindiendo del nasobuco, jugando en la calle a la imprudencia.

He escuchado con frecuencia el «Yo sí me cuido», como frase protectora e «inmunizante». Cierto que la responsabilidad individual es la piedra primaria para construir una muralla protectora que nos resguarde de la COVID 19. Sin embargo, no basta.

Traigo el ejemplo del vendedor que hace unos días llegó a la puerta de mi casa y cuando le pregunté, a tres metros de distancia, el precio de su producto, se bajó el nasobuco, se abalanzó hacia mí y soltó una boconada de aire que me aterró al instante. Es parecido a cuando ocurre un accidente: con uno solo que viole, por más que cumpla el otro, resulta suficiente para que sobrevenga lo peor.

Por eso mismo cabe preguntarse, en plena guerra contra la variante Delta, porqué tienen que realizarse ferias o ventas apiladas, sin el orden necesario. O porqué favorecer reuniones no imprescindibles y aglomeraciones posibles de evitar.

Y tendremos que analizar profundamente, sin medias tintas, las historias lamentables vinculadas a extravíos o demoras prolongadas del resultado de los PCR, largas esperas de pacientes que necesitan ser trasladados o falta de limpieza en algunos centros de aislamiento (C.A.). Esos y otros problemas no nacen por culpa del criminal bloqueo, que sí restringe insumos médicos y otros materiales.

Cómo justificar, digamos, que ancianos y niños pequeños vayan a un consultorio cercano a sus casas y tengan que esperar ¡cinco horas! para ser transportados a uno de esos centros. ¿Cómo es posible que una persona no tenga su PCR 15 días después de tomada la muestra y en ese intervalo, ante la duda del probable extravío, no se le practique otro examen con premura o se busque el rastro de la prueba realizada?

Nadie puede ignorar que nuestro sistema de Salud, pilar de la Revolución, lleno de profesionales valerosos y arriesgados, ha sido atacado con saña en estos meses duros, no solo por adversarios, sino también por personas que se alegran inhumanamente de la crisis actual. Pero el pueril pretexto de no «darles armas» al enemigo no puede llevarnos a cerrar los ojos, a dejar de criticar nuestras sombras o a pensar que es imposible mejorar aspectos relacionados con la organización, el chequeo, la exigencia, y de manera especial, con la sensibilidad, pues a veces todo se malogra por un «detalle».

Es probable que el virus siga mutando y atacando de otras formas. Los seres humanos, entonces, tendremos que mutar, y mucho. Mutar hacia nuevos métodos, que sacudan por encima de las estadísticas, y con transformaciones urgentes, sin orejeras, que continúen poniendo en primer sitio a la vida.

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