Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Necesitamos «mutar»

Autor:

Roberto Díaz Martorell

Todos sabían que una vez que las fronteras de Isla de la Juventud se abrieran a las opciones de viaje, también se abría el territorio al peligro de incrementar los contagios por COVID-19, una guerra avisada que no deja de matar soldados.

A eso último es a lo que más le teme el pinero Antonio Figueredo Matos, y con razón: el hombre es diabético, y aunque dice que se cuida, su enfermedad es una de las dos comorbilidades (la primera es la hipertensión arterial) que más inciden en los fallecimientos que suele publicar diariamente el Ministerio de Salud Pública.

Pero el temor de Tony, como lo conocen aquí, creció cuando su esposa llegó de La Habana y por más de 15 días no se supo el resultado de su PCR. Ella responsablemente no salió de su casa, pero ¿y los que no respetan el período de aislamiento?

Según el protocolo, solo se avisa a los que resulten positivos; sin embargo, se les comunica a todos que deben esperar el resultado en casa, y cuando este no llega el factor sicológico mella la confianza, se genera estrés y aumentan la preocupación y el miedo.

En un artículo publicado en este diario el jueves 9 de diciembre (COVID-19 dispara las alarmas en Isla de la Juventud) se apuntaba, entre otras causas, a la baja percepción del riesgo de la población, porque no todos cumplen con sus deberes en este sentido.

Saque usted sus cuentas: hace apenas un par de semanas que se les realiza la prueba al ciento por ciento de los viajeros. Antes era al diez por ciento: de 240 personas que entraban en el catamarán, solo a 24 se les aplicaba el test y seguían a sus hogares.

Algunos, como la esposa de Tony, respetaban el aislamiento, otros —desafortunadamente la mayoría—, no esperaban ni una hora para salir a visitar amigos… o más bien a poner en riesgo a esos amigos y familiares.

Este reportero fue testigo de un encuentro «casual» de dos amigas, jóvenes por más señas, que después de prodigarse abrazos, besos y sonrisas, una le dijo a la otra: «Acabo de llegar en el primer vuelo». 

Diga usted si esas conductas no ayudan a que proliferen los contagios… y entonces uno se pregunta: ¿Dónde falla el sistema de vigilancia comunitaria? ¿Controlar la movilidad de los viajeros es o no parte de las responsabilidades institucionales que también definen la situación epidemiológica actual en Isla de la Juventud?

Por eso es que el miedo de Tony —sentimiento que compartimos muchos— se incrementa, y más cuando la gestión diaria de la vida se complejiza con aglomeraciones para comprar, literalmente, cualquier cosa (hasta las cuasi incomprables por sus precios), matizadas por la baja percepción del riesgo y la irresponsabilidad individual.

Lo triste es que ahora, en momentos en que Cuba exhibe los mejores indicadores de control de la pandemia, este municipio especial, la mayor parte del pico pandémico casi en el anonimato, ha dado un salto peligroso en las cifras, lo que acarrea nuevamente medidas severas, restricciones, multas, acusaciones… una situación evitable que dejamos resurgir, a pesar de que el territorio registra 93,2 por ciento de población inmunizada con el esquema completo y el 86,5 por ciento ya con la dosis de refuerzo.

Lo cierto es que si el virus tiene la capacidad de mutar para sobrevivir a las condiciones adversas que le impone la ciencia, los seres humanos deberíamos ser capaces también de transformar conductas para revertir la adversidad que genera ese ente disociador en nuestra vida diaria.

Investigaciones científicas confirman la existencia de millones de virus con capacidad para replicarse siempre que cuenten con un huésped para sobrevivir. ¿Seremos capaces de «mutar» nuestras conductas sociales para restarle al SARS-CoV-2 esa posibilidad y mantenernos vivos y sanos?

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