Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De informalidades y peloteos

Autor:

Juan Morales Agüero

«Los cubanos nacimos informales», me dijo hace poco un amigo, malhumorado por la falta de palabra de un albañil que se comprometió a terminarle un trabajo en el baño de su casa. «Me ha dejado tres veces con la mezcla hecha —se lamenta—, y cuando le reclamo siempre me viene con una historia: que si un hijo se enfermó, que si la cola del pollo, que si se le rompió la bicicleta. Vaya, ¡un tía Tata cuentacuentos!».

Aunque no coincidí con él en absolutizar ni en atribuirle al código genético una conducta propia de la individualidad, sí debí aceptar que, en efecto, abundan quienes no honran sus acuerdos cuando personas necesitadas negocian con ellos la intervención de sus oficios. El problema puede complicarse sobremanera si se comete la ligereza de pagar por adelantado el trabajo. El incumplidor puede poner pies en polvorosa.

El comentario de mi amigo me recordó a mi buena madre. En aquellos difíciles años 70 del siglo pasado (los de ahora no los envidian) ella se hizo experta en hacer maletines en su vieja máquina de coser Singer con el material que el cliente le trajera. Siempre tenía encargos, en especial de jóvenes que partían para becas en otras provincias. Jamás incumplió con una fecha de entrega. Y nunca aceptó pagos a priori.

Quedar bien genera respeto para quien lo convierte en una práctica. Eso,  aunque se trate de un asunto intrascendente o baladí. Cuando se cumple lo prometido, se gana en confianza y en credibilidad. Las relaciones interpersonales también se benefician. Las evasivas, las dilaciones, los engaños y las «vaselinas», disgustan. Es un mal que se debe evitar.

Hace un tiempo fui a una dependencia a hacer una gestión. Luego de un rato, me (des)atendió un funcionario, muy apurado él, tanto que me escuchó de pie. Le entregué unos papeles y le pregunté cuándo tendría respuesta. «Venga el miércoles y me ve», me dijo en retirada. Fui el miércoles y no estaba. El jueves tampoco. Ni el viernes. «Lo citaron para una reunión —me dijo su secretaria con afectada cortesía—; dudo que regrese pronto». Acto seguido retornó a la pantallita de su teléfono móvil y al escrutinio de sus uñas acrílicas.

Fui de nuevo el lunes. No andaba abundante de tiempo, pero la premura de mi gestión me conminó a aguardar un rato. «A lo mejor tengo suerte y el hombre aparece por esa puerta», me dije para darme ánimo. Y, como en el área de recepción vi un asiento desocupado, tomé posesión y rogué porque mi (im) paciencia fuera recompensada con algo de buena fortuna. Al mediodía desistí de la espera. El hombre no apareció.

El martes le hice guardia desde temprano y lo vi entrar. Lo abordé en la recepción, lo cual no le agradó. «Por fin doy con usted», le dije, agrio. Para mi asombro, no recordaba mi caso. Cuando le recriminé su informalidad, la ¿conversación? comenzó a subir de tono y amenazó con complicarse. Entonces dio un golpe de timón e intentó calmarme. «Tranquilo, todo se resolverá. Sus papeles están en otra dependencia. No es en la mía donde deben tramitarse», me dijo, y hasta se excusó.

Estuve de una oficina a otra dos semanas hasta que una mano amiga me tiró un cabo y mi viacrucis se destrabó, no sin antes pasar por estados de ánimo difíciles de describir. El umbral de tolerancia también tiene límites. He visto a personas ecuánimes perder los estribos, estallar de indignación y salir de una oficina echando pestes por tamaño irrespeto.

Por su recurrencia en nuestro día a día, el «peloteo» es uno de los «deportes» favoritos en la sociedad cubana actual. Quienes lo disfrutan convierten a las personas en peloticas de tenis: para allá, para acá, para allá, para acá… Lo prohíjan la insensibilidad y la burocracia. Como dijo un forista en Cubadebate, el burocratismo «es el arte de convertir lo fácil en lo difícil mediante lo inútil».

El albañil que lleva días ausente en la obra comprometida con mi amigo es un informal. Mi amigo tiene parte de la culpa, por pagarle antes de que terminara el trabajo. Seguramente como están los precios en la calle ya gastó todo el dinero. ¡Perdió el incentivo con la cuchara y la flota! Los que pelotean en oficinas y obligan a personas trabajadoras a acudir una, dos, diez veces en busca de respuestas a asuntos de fácil y rápida solución son, además de informales, burócratas e insensibles-nocivos cuentacuentos.

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