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El mensaje de Lemoine dentro de una botella

Aún en estos tiempos algunos creen que el consumo de una ínfima cantidad de alcohol por una embarazada no produce daños

Autor:

Julio César Hernández Perera

«A estas alturas del embarazo una cervecita no hace nada». Así podrían pensar algunas mujeres que se dejan atrapar por un trago ante la tentación de paliar el calor sofocante, festejar o satisfacer un deseo reprimido durante la gestación. Desconocen que tras ese «inocuo sorbo» acechan graves peligros.

El consumo de bebidas alcohólicas relacionado con el embarazo tiene su historia desde tiempos remotos, cuando algunas sociedades llegaron a percibir los riesgos de tal costumbre.

Prueba de ello está en la ciudad de Cartago. En aquel lugar la sabiduría de los antiguos fenicios hacía que proscribieran a los novios beber vino durante las celebraciones nupciales por un simple motivo: prevenir el parto de un niño deforme.

Con el paso del tiempo se pasaba de las conjeturas a las confirmaciones acerca de los efectos dañinos del alcohol en la descendencia. A mediados del siglo XX asomaron indagaciones científicas que sellaban convincentemente los efectos teratogénicos (que originan malformaciones en el feto) del alcohol y de otras importantes alteraciones asociadas.

Sospechas de lemoine

En 1957 la doctora Jacqueline Rouquette publicó una investigación en la que examinaba los posibles efectos del alcohol en los niños. El estudio, realizado en un centenar de hijos con padres alcohólicos, reveló la posibilidad del vínculo entre el alcohol y ciertas deformidades faciales, especialmente cuando la madre era quien ingería las bebidas.

Un año más tarde el profesor Paul Lemoine, pediatra galo que trabajaba como jefe de la Unidad pediátrica del Centro hospitalario universitario de Nantes, en Francia, se angustiaba al ver cómo algunos de sus pacientes mostraban inusuales deformidades craneofaciales como la cabeza pequeña y la frente abultada.

En la búsqueda de estas causas Lemoine dedicaba varias horas de cada mañana al examen de estos enfermos y al interrogatorio minucioso de sus padres. Pronto se percató de la existencia de un síndrome (conjunto de síntomas y signos médicos de una afección) desconocido hasta ese entonces y caracterizado por deformidades faciales como microcefalia, retardo y gran irritabilidad, entre otros males.

El profesor logró advertir cómo la presencia de madres alcohólicas sobresalía como principal coincidencia entre los 127 niños estudiados. Los resultados de la investigación fueron mostrados en marzo de 1964 ante la Sociedad médico-quirúrgica de Nantes con un sugerente título: Consecuencias del alcoholismo materno en el niño.

Sin embargo, a diferencia de lo que esperaba su autor, el trabajo tuvo poca acogida por aquella comunidad médica que, a pesar de las pruebas, se resistía a creer que el alcohol fuera perjudicial para el embarazo.

Entre los argumentos que se esgrimían en contra de las conclusiones de Lemoine estaba el hecho de que algunos niños de madres alcohólicas eran, aparentemente, normales.

La convicción del pediatra, relativa a los resultados de sus indagaciones, lo llevó a presentar el mismo trabajo ante la Sociedad pediátrica del oeste de Francia en 1967, y a publicarlo un año más tarde en las revistas médicas Ouest-Medical y French Archives of Pediatrics.

Ulteriores investigaciones

Fue necesario esperar cerca de tres lustros para que los fundamentos advertidos por Lemoine tuvieran aprobación en la comunidad médica y en la sociedad. Ello se logró después de que los norteamericanos Kenneth Lyons Jones y David W. Smith, de la Escuela médica de la Universidad de Washington, llegaran a similares conclusiones con otros estudios. Estos médicos estadounidenses bautizaron el mal como el «Síndrome alcohólico fetal».

La vindicación de Lemoine fue lograda cuando en 1985 un jurado internacional le concedió el premio Jellinek al prestigioso pediatra francés. Este lo recibió durante la celebración del 34to. Congreso Internacional de Alcoholismo y Toxicomanía, celebrado en la ciudad canadiense de Calgary.

Hoy se poseen vastos conocimientos acerca del problema. Las afectaciones del alcohol durante la gestación van mucho más allá de las deformidades físicas que puedan causar.

Da lo mismo que una embarazada consuma un «inocente trago» de forma aislada, que si se tomara bebidas alcohólicas de forma asidua y en grandes cantidades. Se sabe que una pequeña cantidad de alcohol es suficiente para causar daños irreparables en el feto.

Entre estos perjuicios encontramos alteraciones que pueden pasar inadvertidamente en los niños, como los trastornos del aprendizaje y de la conducta, el retardo del lenguaje y la escritura, la disminución del cociente intelectual, la hiperactividad y el abandono de los estudios. Desafortunadamente, con frecuencia estos daños se pueden extender más allá de la infancia.

En la edad adulta estos pacientes llegan a manifestar problemas de salud mental —como depresión—, actos de delincuencia, trastornos del comportamiento y toxicomanías. Se ha llegado a estimar que cerca de la mitad de estos niños sufren de alcoholismo en la edad adulta.

A pesar de ser fácilmente evitable este problema, las estadísticas muestran otro panorama. El alcohol es reconocido como el principal agente teratógeno conocido y la primera causa de déficit mental congénito. En Estados Unidos, por ejemplo, se estima que cada día nacen de cien a 500 niños con trastornos relacionados con el consumo de bebidas alcohólicas durante el embarazo. La mayoría de ellos nunca van a ser diagnosticados.

Estos nefastos efectos hacen que se evoquen los estudios de Lemoine. Las conclusiones a las que él llegó se pueden releer hoy como si se descifrara un mensaje dentro de una botella que ha vencido la prueba del tiempo y la distancia recorrida en un mar anchuroso.

 

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