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Es un estándar internacional, explica Etecsa

Bajo el título Dinero versus ortografía, el pasado 5 de febrero Ytteb Sladys Domínguez Font manifestó aquí desde   San Luis, provincia de Santiago de Cuba, que el progreso de las tecnologías de la información y la comunicación no debería empobrecer la ortografía de niños y jóvenes.

Argüía que desde temprana edad los muchachos se ven obligados a cometer errores ortográficos en sus mensajes y escritos digitales, porque para Etecsa las tildes, comas y todo aquello que pueda facilitar la mejor lectura del destinatario, son catalogados como «caracteres extraños». Y tienen un costo alto.

«Por ejemplo —señalaba—, dos tildes en un mensaje pueden convertirlo en tres mensajes; lo que trae como consecuencia que se esté imponiendo en nuestros niños una incorrecta escritura. Y aun cuando el móvil tiene autocorrección ortográfica, es necesario borrar para tener un costo menor.

«Mientras tanto nuestros maestros se desgañitan en las aulas sin saber qué hacer. Y me pregunto: ¿Qué es lo que tiene que invertir Etecsa para que se pueda escribir correctamente? ¿Para ello se necesita alguna inversión que no esté al alcance de nuestro país? Porque no hay nada más lindo que una buena escritura».

Al respecto responde Aymé González Hernández, directora de Protección al Consumidor de Etecsa, que en visita realizada a la clienta se le explicó que un SMS es una cadena de datos que admite hasta 160 caracteres, incluyendo los espacios. Y cada uno de estos «pesan» hasta siete bits al usar un alfabeto genérico, entendiéndose como alfabeto genérico un tipo de codificación pensada para el idioma inglés y que tiene sus derivaciones en otras lenguas, como el castellano.

El estándar para SMS que hoy usan las operadoras de telecomunicaciones de Etecsa, añade, es el GSM 3.38, que se compone de 138 símbolos, establecido por el Instituto Europeo de Normas de Telecomunicaciones (ETSI, por sus siglas en inglés).

«Por defecto —dice— la gran mayoría de los dispositivos smartphones vienen con el estándar internacional antes mencionado. Si escribimos un símbolo que no está dentro de los 138 disponibles (ñ, acentos, comas, dos puntos, mayúsculas, signos de interrogación, entre otras), el terminal pasa de manera automática a la codificación Unicode, que limita la longitud del mensaje a 70 caracteres. Y no siempre nos informa de ello, ya que el cambio puede hacerlo cuando damos enviar. Desde el punto de vista de la tarifa, ambos se cobran a 0.09 centavos».

Manifiesta Aymé que muchos han sido los artículos, debates en foros y respuestas a reclamaciones que en diferentes medios se han publicado sobre este particular. El más reciente se realizó el pasado 20 de febrero, en el mismo Juventud Rebelde, bajo el título Cómo funciona el cobro de un SMS. Y sugiere la consulta del mismo.

Concluye la funcionaria expresando que Ytebb agradeció la respuesta y atención brindada, y significó su anterior  desconocimiento de las peculiaridades de ese servicio.

El Quiosco De Manolito

Si en otras ocasiones la lectora Lázara Maseda Pineda se ha dirigido a esta columna para fustigar lo que anda mal, esta vez lo hace para honrar a quien predica con sus actos el bien y la decencia.

Lázara, quien vive en Luz 151, entre Venuz y Aranguren, en Guanabacoa, La Habana, felicita a Manolito, el del quiosco colindante con la tienda Capricho, de ese municipio, que vende carne de cerdo «con limpieza, calidad, correcto pesaje y buen trato».

Refiere la clienta que es una carne fresca, con muy buen sabor y, sobre todo, nunca va a encontrarse ni un pelo del pellejo, cuando se adquiere «el gordo» del animal.

«Ojalá todos los lugares en este municipio copiaran un poco de Manolito, incluyendo los estatales, donde predomina poca limpieza; y ni pensar en comprar del cerdo nada: lo mismo venden carne de verraco que tienes que tener una fábrica de máquinas de afeitar para poder consumir la carne.

«Felicidades a Manolito, y que continúe así. Exhorto a quienes quieran comer algo con calidad y limpieza, que lleguen a ese lugar. Eso es lo que necesitamos: personas con conciencia y sentido de pertenencia», concluye Lázara.

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