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Enamorado

¿De dónde sacó tiempo este hombre que vivió solo 42 años para hacer lo que hizo? ¿Dejaron sus tareas políticas y profesionales tiempo para la vida privada? ¿Amó?

«Martí era un hombre necesitado de calor. Solo en las lides del amor o de la acción encontraba su propia temperatura», dice Jorge Mañach en Martí el Apóstol, su biografía del Héroe Nacional de Cuba. Un hombre que a veces se enamoraba del amor más que de la mujer.

Tuvo un matrimonio contrariado del que le nació un hijo al que dedicó un poemario espléndido, Ismaelillo. Pero antes y después y a veces paralelamente dejó entrar a otras mujeres en sus fervores de desterrado.

Donde rompió su corola

Blanca de Montalvo fue su novia durante la estancia de Martí en Zaragoza, donde cursó estudios de Derecho. Ella terminaría casándose con el doctor Manuel Simeón Pastor, con quien tendría un hijo al que nombró José. Otra joven española, madrileña, que no ha podido ser identificada —las cartas que de ella se conservan están firmadas con una sola letra, «M»— tendría también relaciones con Martí durante su destierro a España, entre 1871 y 1874. Las cartas de ambas están contenidas en Destinatario José Martí, del investigador cubano Luis García Pascual.

De otros amores da cuenta el propio Martí. Al salir de España, «donde rompió su corola la poca flor de su vida», como confiesa en un poema, vive en Southampton, Inglaterra, con rumbo hacia Veracruz, «una media hora luminosa» con «una inglesita suave» que se topa en el puerto. Más tarde, en camino hacia la capital guatemalteca, «animada de sueños la frente y frío de destierro el corazón», una india que se baña desnuda en un arroyo le propicia un idilio en la selva. Amé y fui amado, diría después.

Rosario de la Peña, La Musa, la George Sand de México, merece figurar en esta lista. Le llamaban Rosario la de Acuña porque un poeta de ese apellido se había suicidado por ella. La orlaba una aureola fatídica. Era alta y morena, de ojos insondables, y Martí, con 22 años de edad, se sintió vivamente impresionado. «En ti pensaba, en tus cabellos,/ que el mundo de la sombra envidiaría. Y puse un punto de mi vida en ellos,/ y quise yo pensar que tú eras mía», escribe a la de Acuña en su álbum íntimo, y desde el Congreso le envía billetes nostálgicos cuando debía estar acopiando datos para la crónica de la sesión parlamentaria. No parece que La Musa respondiera a esos amores, pero los dejaría correr porque le parecía emocionante verse cortejada por un poeta proscrito que tenía un modo muy cálido de soñar amores.

Con la actriz, también mexicana, Concha Padilla, parece haber tenido un idilio de «bruscas alternativas de beatitud y borrasca». Ella fue la protagonista principal del drama Amor con amor se paga, que el público mexicano pagó a Martí con largos aplausos. Afirma Mañach que de tanto enseñarle en los ensayos cómo dejarse amar por Julián, el protagonista de la pieza, Concha se enamoró de Martí y el Maestro de ella. Fue, sentencia el autor de Martí el Apóstol, un vendaval amoroso, sin literatura ni tristeza.

Era muy celosa la Concha y tenía motivos para ello. Se mostraba cada vez más avara con el galán mientras él se prodigaba en atenciones con las demás mujeres. «Hombre galante» le llamaba un amigo, y él confesaba que quería dividirse «en cachitos» entre todas.

Doña Leonor, la madre, no veía con agrado los amoríos de Martí con Concha Padilla, «que podrá ser todo lo decente que se quiera, pero es una cómica», esto es, una actriz. Tampoco los veían con simpatía muchos de sus amigos. Manuel Mercado, su hermano mexicano, le mete por los ojos a la cubana Carmen Zayas Bazán, fina y elegante, que atraía, a su paso por la Alameda, las miradas de todos los jóvenes.

De cualquier manera, otra actriz entraría en la vida del desterrado. El acucioso investigador Luis García Pascual, que reitera que no existen pruebas de los amores con la Padilla, publica en su libro Destinatario José Martí varias cartas que ilustran su romance con la actriz camagüeyana Eloísa Agüero, a quien Martí conoció en el teatro Principal, de México, en 1875, estando ella ya separada de su esposo. Vale advertir que en determinado momento se montan las relaciones con Eloísa y Carmen; marchan de manera paralela. Eloísa descubrió las cartas de Carmen a Martí e hizo, con ironía y desprecio, esta acotación en una de ellas —nota que dirigió a él, no a ella. Dice: «Qué esquelitas amorosas tan monas. De veras perdías tu tiempo a pesar de que tú creías amarla firmemente algún día. No vale la pena contestar…».

Pero Martí no perdía el tiempo con Carmen. Pronto empieza a visitarla y no demora ella en tratar de poner normas en la relación. Al menos le prohíbe que en los intermedios de la puesta de Amor con amor se paga salga Martí al escenario de la mano de la Padilla. La suerte corre a su favor. También la familia del Apóstol, su madre sobre todo. Enferma Martí y, convaleciente, echa de menos el maletín que mantenía debajo de su cama y que guardaba todos sus recuerdos sentimentales. Sospecha que Carmen, que estuvo a visitarlo mientras dormía, se lo ha llevado con la venia de doña Leonor, y quiere salir a rescatarlo. Está muy débil y la madre se opone; le pasa un cerrojo a la puerta sin saber que el hijo escaparía por una ventana. Es tarde. Carmen ha leído ya todos los documentos y el incidente se cierra con la cancelación definitiva de cualquier romance bajo el pacto de un solo compromiso solemne para el futuro: Carmen.

Tu niña

Luego de los amores turbulentos con Concha Padilla, Carmen fue un remanso. Comprometidos ya, Martí viajó a Guatemala. Allí conoció a María García-Granados, hija de un ex Presidente de ese país. Fue una simpatía mutua, un acercamiento inmediato a aquella muchacha de 20 años de edad, rostro pálido y mirada suave. Él le descubrió el amor dormido y se le desbordaba la ternura cuando ella interpretaba al piano algún vals de Ardite.

Pídele ella que le escriba un poema en su álbum íntimo. Martí lo hace y la muchacha lo lee con pesar. Habla de amistad en sus versos, no de amor. Quiere él estrecharle la mano y ella se lleva el pañuelo a los ojos y huye al interior de la casa.

Se dice que nada había dicho Martí a sus amigos guatemaltecos de su compromiso con Carmen, y el poema en el álbum de María, más que una mentira piadosa es para ella una cruel revelación. Pero ella sí sabía de esos amores porque el propio Martí se los había comentado. Ella misma lo reconocería en una esquela que le remite en enero de 1878, de regreso él de México, ya casado con Carmen. Escribe María:

«Hace seis días que llegaste a Guatemala, y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán.

«Te suplico que vengas pronto,

«Tu niña».

María muere. Martí la inmortalizaría en La niña de Guatemala. Y volvería a evocarla cuando en agosto de 1891 Carmen lo abandona en Nueva York y regresa a Cuba con su hijo. Humillado y colérico, diría, y lamento no tener a mano la cita exacta: Y pensar que por Carmen sacrifiqué a la pobrecita….

Con dos Carmen

Con Carmen Zayas Bazán las cosas van a veces bien y casi siempre mal. Logra el deportado, en 1878, regresar a La Habana, donde nace su hijo, pero vuelven a desterrarlo y a partir de ahí la pareja se reunirá de cuando en cuando desde 1880, fecha en que Martí se radica definitivamente en Nueva York. Si se encuentran, media entre ellos una paz diplomática en un hogar difícil por la estrechez económica y los continuos reclamos que hacen a Martí sus ideales patrios. Estarán juntos entre febrero y octubre de ese año, y vuelven a estarlo entre diciembre de 1882 y marzo de 1885. Media otra separación de seis años antes de que se junten de nuevo en junio de 1891. Sería por poco tiempo. Sin la necesaria autorización del esposo, Carmen vuelve a Cuba y trae consigo al hijo. Lo hace con la protección del cónsul español que quiere jugarle esa mala pasada a su enemigo. No vale, sin embargo, culpar del todo a Carmen. Es una mujer y acaso intuye que otro amor «sereno ya y doméstico le ha sustituido a Martí el amor esquivo».

Porque a esa hora otra Carmen, Carmen Miyares, había aparecido ya en la vida del Apóstol. Y la llena. Está casada con el cubano Manuel Mantilla, enfermo de melancolía y parálisis. Es medio venezolana y medio santiaguera, robusta, parlanchina, simpática.

Mucho se ha hablado de esos amores. Algunos los niegan. A María, la hija de Carmen y en la que se repite el nombre de la niña de Guatemala, Martí la quiso con amor paternal. El parecido entre ambos es asombroso si se comparan sus retratos. Ella está enterrada bajo el nombre de María Martí, su hijo, el actor mexicano César Romero, acusaba un parecido extraordinario con el Apóstol, y las nietas de María se proclaman nietas asimismo de Martí.

¿Fue Martí el padre de María Mantilla? Poco importa precisarlo. A María Mantilla escribió Martí cartas desbordadas de cariño y consejos para la vida cuando él ya no estuviera. La última de esas cartas, escrita semanas antes, la recibió María en Nueva York, el 19 de mayo de 1895, el mismo día que Martí, en Cuba, caía en combate frente a las tropas españolas. En ella le decía que llevaba su retrato sobre el corazón, como un escudo contra las balas.

(Con documentación de Luis García Pascual y Jorge Mañach).

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