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En busca de una novia de novela

Viaje reporteril casi detectivesco al lejano paraje de Santa Rosa, en la ribera del río Paraná, en la provincia argentina de Santa Fe. Encuentro con un personaje de la novela-testimonio La butaca de mimbre, sobre la vida de Giustino Di Celmo

Autor:

Juventud Rebelde

Ququi González, hoy. Foto: Jaime Kessler En uno de los capítulos de la novela-testimonio La butaca de mimbre, sobre la vida de Giustino Di Celmo, el padre del joven italiano asesinado en un atentado terrorista en La Habana, se habla de una novia argentina que tuvo este en 1952, con la que entonces por poco se casa.

Para que comprobáramos que su relación con esa muchacha fue cierta —como las demás vivencias que se narran en la referida novela— el mismo Giustino nos propuso que buscáramos a aquella novia suya en su provincia natal, en la Argentina.

Conocíamos, por el relato de Di Celmo, que a Rosa, como aparece en la novela, se le decía Ququi, y que tenía entonces unos 30 años, era rubia, bajita, de apellido González, vivía en la barriada rural de Santa Rosa, junto a la ribera del río Paraná y era hija de un ex comisario de Policía de aquel paraje santafesino, al centro del país.

UN VIEJO AMOR

El periodista y escritor Fernando Marchi nos dio la pista segura para encontarla, y un hijo de Catalina Koversky —Jaime Kessler— a su vez acompañado de su sobrino, nos llevó rumbo a la zona rural de Santa Rosa, muy cerca de la costa del Paraná, a 40 kilómetros de la capital santafesina.

Ququi —ya advertida— nos esperaba en la puerta de una vivienda pequeña, de mampostería, en el centro del lejano poblado.

Aquella novia del entonces joven Giustino Di Celmo, vestida como para una fiesta, peinadita, con el pelo corto, perfumada, sonreía como quien no sabe por qué un periodista cubano la buscaba afanosamente.

—No sé lo que vos querés...

—Soy del diario cubano Juventud Rebelde. Y le traigo un saludo especial de un amigo suyo que reside en Cuba, en La Habana.

—¡Yo no conozco a nadie en La Habana!

—Pues sí, lo que no es cubano de nacimiento... es italiano y se llama Giustino Di Celmo...

El rostro se le iluminó. Alzó sus brazos, y mirando al techo de la sala de su casa, como quien buscaba el cielo, exclamó: «¡Dios mío... está vivo... está vivo!» Y enseguida preguntó: «¿Cómo se encuentra de salud? Nunca más lo he visto. Jamás imaginé que usted fuera un enviado suyo...»

—Vine a la Argentina con la misión de encontrarla, grabar sus palabras y retratarla para que él la oiga y la vea.

—Lo vi por primera vez aquí, en Santa Rosa de Calchines, cuando navegaba en su barca La Fortuna por el río Paraná. Era entonces un joven que leía mucho. Y empezamos a conversar... así fue la grata amistad que iniciamos.

«Tengo un buen recuerdo de él. Y creo que él también de mí. Tuvimos una linda relación. Yo vivía cerca del hospital. Fue siempre muy correcto, entusiasta y alegre. Sé que era italiano y que le gustaban mucho las películas románticas. Amaba la poesía, en eso coincidíamos, y era bastante inteligente y ocurrente.

«Mi papá, Manuel González, en esa época fue aquí en dos ocasiones el comisario de Policía. Hace años que murió, pero él no era de Santa Rosa, sino de Entre Ríos. Era muy andariego. Visitaba Buenos Aires y se ofendió porque su papá se había casado otra vez. Era viudo, no lo soportó, se fue a la capital federal y anduvo por ahí, dando tumbos de enamorado.

«Yo me casé en Santa Fe, en 1991. Pero enviudé y vendí la casa que tenía allí y regresé a mi Santa Rosa de Calchines. Me gusta vivir aquí, donde todo el mundo me conoce, hay más tranquilidad, tenemos el río cerca, respiramos el aire puro y me siento más libre».

—¿Un saludo para Di Celmo?

—Me alegro mucho de saber que está bien. Ha sido una enorme sorpresa haber tenido noticias suyas después de tantos años. Me dicen que vive en La Habana, luchando junto a los cubanos. Me alegro muchísimo.

«¿Qué cómo era físicamente? ...No muy alto, rubio, muy blanco de tez, delgado, de pelo lacio y sonrisa pícara, pero sincera. Daba gusto hablar con él. Le gustaba la música buena, sobre todo la instrumental. Era bueno con los pobres.

«Mi nombre verdadero es Judith Evelia González Molinari. Acá me conocen por Ququi González. Di Celmo me conoció de esa forma. Creo que nunca supo cómo en verdad me llamaba. Dígale a Giustino que le agradezco mucho que me recuerde. Cuéntele que mi tía Lidia, su amiga, vive todavía, ahora en Santo Tomé».

Di Celmo residió en la Argentina de 1951 a 1961. En ese país —en la ciudad de Adrogué— vivió con su actual esposa, la italiana Ora Bassi, con quien tuvo sus dos primeros hijos, Tisiana y Livio, que nacieron en el hospital de Burzaco, en 1956 y 1958, respectivamente. Fabio, el único hijo italiano, nació en 1965 en Génova, Italia.

Nuestra misión fue cumplida y Giustino

—que acaba de cumplir 86 años— pudo ver y oír a su antigua novia Ququi.

Cómo era Santa Rosa de Calcines

Según nos contó el periodista Fernando Marchi, el padre de Ququi tenía un almacén por los años 40 y 50 del pasado siglo. Era el único expendedor de combustible del poblado, para los pocos carros que circulaban. En Santa Rosa una familia alemana de apellido Butrich trajo muchos adelantos. Fabricaron el primer arado motorizado, construyeron una avioneta, una especie de túnel subterráneo, eran inventores y aprendieron pronto el castellano.

Ellos hicieron estudios arqueológicos en la zona. Un descendiente los tradujo al castellano. Y construyeron dos embarcaciones: La Calchines y Senador.

Santa Rosa hoy tiene entre 5 800 y 6 000 habitantes, pero en 1950 tenía la mitad. La iglesia está como la conoció Giustino. Se llama Santa Rosa de Lima, construida por el italiano Fray Antonio Rossi. La calle principal del poblado lleva su nombre. Los restos de Rossi fueron traídos en 1899 y están en el cementerio de este lugar.

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