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En busca de una tumba secreta

A diez años del hallazgo de los restos del Che y seis de sus compañeros en Bolivia, el Doctor en Ciencias Jorge González (Popy), quien dirigiera esa búsqueda, evoca detalles de la misión más emocionante de su vida

Autor:

Juventud Rebelde

«No recuerdo que me hayan dado en mi vida una tarea superior a la de viajar en 1995 a Bolivia, para trabajar en la búsqueda de los restos del Che y de sus compañeros de la guerrilla».

El hoy doctor en Ciencias Jorge González Pérez (Popy) se graduó de médico en 1975, en La Habana; se vinculó en 1974 a la medicina forense y se hizo especialista en 1981. Foto: Calixto N. Llanes Así, de esa manera sencilla, el doctor en Ciencias Jorge González Pérez, conocido cariñosamente por Popy, y en aquel momento director del Instituto de Medicina Legal, recuerda el inicio de tal encomienda, que considera «su misión revolucionaria más apasionante».

«Por supuesto que viajamos hacia Bolivia en unión de un grupo de compañeros y sobre la base de un proyecto de investigación científica muy riguroso. Comprendía la búsqueda de cada uno de los entierros realizados, que fueron en total 23, con el propósito de hallar los restos óseos de 36 guerrilleros que murieron en 1967 en distintas circunstancias y combates en tierra boliviana.

«El ingeniero Greco Cid Lazo y otros especialistas hicieron estudios previos del entorno, investigaciones sobre la formación de los suelos, cómo se originó el valle, su evolución, su topografía, posibles cambios sufridos por efectos del tiempo, de la erosión o de la mano del hombre. «En la vieja pista aérea de Vallegrande, el 28 de junio de 1997, hace exactamente diez años, tuvo lugar el hallazgo decisivo: una fosa común donde encontramos los huesos del Che y de seis de sus compañeros: Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho), René Martínez Tamayo (Arturo), Orlando Pantoja Tamayo (Olo), Aniceto Reinaga (Aniceto), Simeón Cuba (Willy) y Juan Pablo Chang (El Chino).

«Incluso ahora ni siquiera nosotros mismos nos damos cuenta cabal de todo lo que ocurrió, y la población a veces desconoce cómo se hizo ese trabajo, que comenzó a partir del mismo momento en que cada uno de los miembros de la guerrilla fue cayendo en combate o muriendo por cualquier otra causa.

«Fueron muchas las investigaciones realizadas por Cuba, todo un trabajo de búsqueda de información hecho por distintos compañeros e instituciones».

LOS CINCO QUE FALTAN

De los 36 guerrilleros caídos, realmente fueron encontrados 31, y cinco no han sido hallados todavía. «Confiamos en que se pueda en algún momento concluir esa compleja y noble tarea. De esos cinco, teóricamente se pueden encontrar solo dos que están vinculados a entierros específicos, como el caso del único cubano que falta por encontrar, Jesús Suárez Gayol (El Rubio), quien murió el 10 de abril en el combate del río Ñancahuazú, en la desembocadura del río Tacuaral, y no en el combate del río Iripití, como se ha dicho, porque allí no hubo tal acción, ni tampoco tuvo lugar su enterramiento.

«Los otros que faltan son bolivianos: Benjamín Coronado Córdoba, ahogado en el Río Ñancahuazú, el 26 de febrero de 1967; Lorgio Vaca Marchete, ahogado en el Río Grande, el 16 de marzo de aquel año; además, Jorge Vázquez Viaña, asesinado el 29 de abril, montado en un helicóptero en Choreti y lanzado en un lugar de la selva que se conoce como El Hueso, una elevación en la zona de Camiri.

«Se dice que lo encontraron los indígenas chiriguanos y procedieron a su enterramiento, pero no hemos hallado el lugar concreto ni con ayuda de ellos. Y, además, Raúl Quispaya, muerto en el combate del río Rosita, el 30 de julio.

«Se afirma que Quispaya fue llevado a Santa Cruz de la Sierra y enterrado en un sitio que hoy está cubierto por la ampliación posterior de la propia ciudad. Puede que sus restos estén debajo de una casa, de una calle, de un parque, de un edificio, y es bastante difícil encontrarlos.

«La fosa común donde estaba la osamenta del Che con la de otros seis compañeros, nos costó también mucho sudor y mucha ansiedad. Lo que teníamos que hallar era el lugar donde fue abierta una fosa por un buldózer, hasta encontrar la zanja abierta.

«Pero podría decirles que en el caso de Eliseo Reyes (el Capitán San Luis de la Sierra Maestra y el Rolando de Bolivia) después de cuatro años de intensa búsqueda, lo encontramos por el testimonio de Abel Medrano (campesino boliviano) a María del Carmen Ariet, en un enterramiento secundario. Fue sepultado por la guerrilla en un lugar y luego trasladado hacia otro por los bolivianos, a 14 kilómetros del enterramiento inicial, debajo de una loma de piedra que ellos habían colocado para marcar el sitio exacto. Eso sucedió después que habíamos caminado buscando sus restos a lo largo de cinco kilómetros por el río El Mesón.

«Nuestro equipo, el que halló el 28 de junio la fosa común donde estaban el Che y sus compañeros, estuvo integrado por siete cubanos: tres geofísicos, una historiadora, y otros tres compañeros: un antropólogo (Héctor Soto); un arqueólogo (Roberto Rodríguez); y quien les habla, un médico forense.

«Pero a diez años de aquel hallazgo, yo insisto en que fue un trabajo de muchas personas, no solo del grupo de siete. Los que estuvimos en Vallegrande al final nos basamos en lo aportado por más de cien compañeros especialistas de unas 15 instituciones que desde Cuba nos ayudaron. Por Bolivia pasaron otros 13 compañeros, o sea, 20 en total. También participaron en la búsqueda compañeros bolivianos y en la fase final los antropólogos forenses argentinos Patricia Bernardi, Alejandro Inchaurregi y Carlos Somigliana.

«Siempre señalo tres elementos: Lo primero, el encuentro del Che y sus seis compañeros fue la gran satisfacción de cumplir la tarea que la Revolución nos dio; lo segundo, la identificación en el Hospital Japonés de Santa Cruz de la Sierra resultó ser una misión de enorme trascendencia, por haber encontrado a personas que fueron capaces de dar sus vidas por la libertad; y lo tercero, que el éxito fue de científicos cubanos formados por la Revolución. Así yo resumo, en nombre de mis compañeros, ese desconocido esfuerzo de muchos otros cubanos anónimos».

EN EL CAMINO DE LOS HÉROES

En verdad fue muy difícil en el propio territorio de Bolivia la recopilación de datos válidos sobre los supuestos sitios de enterramiento de los guerrilleros. Uno de los escollos se basaba en el temor que infundía en algunos posibles testigos o informantes de aquellos parajes el hablar del tema.

Desde noviembre de 1995, la vieja pista de tierra del aeródromo de Vallegrande, donde según los testimonios de la época se enterraron los cadáveres del Che y de otros guerrilleros, fue sometida a diversos tipos de estudios. Un área descampada de un kilómetro de largo por unos 50 metros de ancho, pegada al cementerio local, fue mapeada con sismógrafos, georradares y una enorme variedad de aparatos que detectaban cualquier anomalía bajo tierra. Varios sectores adyacentes a la pista se convirtieron en verdaderos tableros de ajedrez repletos de huecos.

El trabajo de investigación fue tremendo, pues había como 50 versiones de sitios donde se decía habían sido enterrados los guerrilleros.

Con paciencia, científicos cubanos como el arqueólogo Roberto Rodríguez, por ejemplo, recogían en una pequeña bolsita de nailon las muestras de suelo obtenidas a distintas profundidades, y luego analizaban su contenido químico para detectar, sobre todo, la presencia de fosfato que se desprende de los huesos.

Las Fuerzas Armadas de Bolivia, el lunes 23 de junio de 1997, reconocieron, por primera vez en 30 años, que los restos del guerrillero argentino-cubano estaban efectivamente enterrados en Vallegrande, ciudad del sudeste del país, donde un equipo de siete expertos cubanos dirigían y realizaban agotadoras excavaciones.

El general boliviano Hernán Aguilera confirmó las presunciones cubanas de que los restos no fueron incinerados ni trasladados a otro lugar. Dijo entonces que esos restos estaban en Vallegrande. Según el relato de ese jefe militar, el 10 de octubre de 1967 el entierro de los guerrilleros estuvo a cargo del coronel del ejército Andrés Selich, con varias personas, un buldózer y un camión. De esa forma se negó la versión del general retirado Gary Prado de que los restos habían sido incinerados.

Se seleccionó la superficie de 20 hectáreas y se inició un arduo estudio previo del entorno, se investigó la formación de los suelos, cómo se originó el valle donde estaba la vieja pista auxiliar del aeropuerto de Vallegrande.

El Che fue el último en ser desenterrado. Aquello en verdad fue una prueba del desarrollo de Cuba en la Medicina forense, la antropología, la arqueología, la geología y las investigaciones históricas. Durante seis meses se hicieron sucesivas excavaciones. Los esqueletos se fueron enumerando en la medida en que fueron apareciendo.

Según se conoció en aquellos días, al número 2, lo hallaron boca abajo, cubierto por una chaqueta verde olivo en la parte del cráneo y los hombros, con un cinturón de cuero oscuro, una hebilla y botones correspondientes al pantalón. Le faltaban las manos. Era el Che. Los esqueletos 1, 2 y 3 estaban ubicados en forma paralela, y excepto el número 2 todos los cráneos estaban fragmentados.

Se practicaron estudios odontométricos, para medir la corona de los dientes, y odontoscópicos, para conocer las distintas formas anatómicas de dichas coronas. Otro detalle válido fue la marcada prominencia de los arcos supraorbitarios o el mayor abultamiento del hueso frontal que caracterizaba al Che. Se aplicó la técnica de superposición cráneo-fotográfica, todo por sistema computarizado.

(Fuente: Archivo de JR)

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