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Murió Juan Emilio Friguls Ferrer: un caballero de la Edad Media

Fue sepultado en la capital este miércoles el decano de los periodistas cubanos ¡Grau no te brindaba ni agua, muchacho! Friguls o la estampa de un sobreviviente

Autor:

Juventud Rebelde

A los 62 años de haber visto por primera vez en letra de imprenta su firma en el periódico Información —el 14 de febrero de 1945— ha sido sepultado en la capital el decano de los periodistas cubanos, uno de los más exquisitos y nobles entre los reporteros en todos los tiempos.

Recordar a Juan Emilio Friguls Ferrer es visualizar la imagen indeleble de una persona vestida siempre como para asistir a la más conspicua reunión oficial, presto a escucharlo todo con oído de reportero, y a escribirlo con la minuciosidad, la cortesía y la ética de un caballero de la Edad Media.

Nació en La Habana el 3 de agosto de 1919, y al morir tenía 88 años consagrados en cuerpo y alma al inveterado oficio de la información periodística.

En 1996 le fue entregado el Premio Nacional de Periodismo José Martí. Entonces nuestro colega José Alejandro Rodríguez, lo denominó «un evangelio de la noticia (...), alguien a quien jamás me atrevería a tutear (...), uno de esos pocos periodistas que han recorrido todo el espectro de la comunicación en medios y géneros, para desembocar definitivamente en el laborioso Radio Reloj».

Conversar con Friguls era recibir una clase magistral de Periodismo. Con él se aprendía lo que enseñaba el aula, pero sobre todo lo que dictaba la vida. «El periodista es el que tiene que oír y ver lo que muchos generalmente ni ven ni oyen, e informarlo con veracidad y honor, en bien de los semejantes», decía.

Luego de graduarse de Bachiller en Ciencias y Letras, en 1943, matriculó en la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling.

Santiago Claret, director de Información, quería un columnista que abordara diariamente temas religiosos de carácter social y en distintos géneros. Friguls entonces era todavía un estudiante, pero no quiso perder esa oportunidad.

La primera prueba que Claret le puso fue pedirle que hiciera tres versiones sobre un mismo asunto, para publicar una al otro día. Después le explicó que había querido comprobar si él sabía escribir, y si tenía voluntad suficiente, para al final hacerlo escoger una de las tres con el fin de publicarla.

Friguls también trabajó en el Diario de la Marina, desde junio de 1947 hasta el cierre de esta publicación. Fue decano del Colegio Provincial de Periodistas de La Habana y más tarde del Colegio Nacional.

Sobre el llamado «palo periodístico», un día me dijo que «la gran noticia le cae al lado al periodista como un rayo, y si es un mal reportero, ni se entera. Si es del montón, solo hace de eso algo intrascendente. Y si es bueno, “da el palo”».

Al preguntarle si estaba orgulloso de ser periodista, contestó: «Sí, más que nunca, porque defiendo a Cuba y cobro en moneda nacional, no como esos que se dicen “independientes”, reciben muchos dólares y dependen demasiado del imperialismo». E insistió en afirmar: «Creo en la Biblia y en la Revolución. Lo que hoy hace Cuba es lo que la Biblia dice». Y cuando le indagamos hasta cuándo pensaba ser reportero, comentó sonriente: «¡Bueno, hasta que Dios quiera!».

Entre sus momentos inolvidables, nos confesó también haber presenciado la presentación de Fidel Castro en el Vivac de Santiago de Cuba, días después del asalto al Moncada. Fue como enviado personal del Cardenal Arteaga y formó parte de la comisión presidida por Monseñor Enrique Pérez Serantes, arzobispo de Santiago de Cuba, para buscar a los participantes en las acciones del 26 de Julio e impedir que la dictadura siguiera asesinando a aquellos jóvenes.

El mismo Friguls contó al colega Luis Báez que en aquella ocasión iba en un yipi con Serantes y otras personas, y se cruzó con el camión donde el teniente Sarría llevaba preso a Fidel, protegiéndolo del interés de asesinarlo que tenían otros oficiales del ejército.

No entró al Vivac porque el arzobispo no lo dejó, recordándole que no iba como periodista y que la misión encomendada había terminado. No obstante, poco después buscó un teléfono y le dio a la emisora Unión Radio la noticia de que Fidel estaba vivo. Posteriormente regresó a La Habana en avión y redactó en el Diario de la Marina la información correspondiente.

Se la llevaron a Batista y el tirano le agregó un párrafo, por lo que Friguls, indignado, renunció a que llevara su nombre. Accedieron, pero lo que no le pudieron quitar fue haber sido el único periodista que vivió ese histórico suceso.

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