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¿Un oficio de «anjá»?

Por los campos se buscan ordeñadores y no aparecen. Muchos jóvenes opinan que «es una esclavitud». Dos «cujeados» en estos menesteres hablan para JR ¡Dígale a un letrado que se meta en un corralón!

Autor:

Marianela Martín González

«Eso de poner la leche a las siete de la mañana en la bodega es de anjá». Lo dice José Martínez González, un habanero de 70 años que lo único que ha hecho en su vida es desandar los campos de Caraballo, en Jaruco, para darle de comer a su familia.

Pero de todos sus oficios «el más resigna’o es el de ordeñador. Fíjate si es así, que ya a las cuatro de la madrugada tienes que ir cogiendo el trillo para fajarte con una recua de vacas que si te haces bobo te cogen de mingo; porque a decir verdad esas bestias son nobles, pero si te cogen la bajita, mientras las mudas, no dejan sembra’o a su alrededor que no se coman.

«Las más joroconas son las camagüeyanas, las búfalas, como aquí les decimos. Por suerte las que yo atiendo son criollas y ya me conocen. Llevan años lidiando conmigo y yo con ellas. Todos los días pasan por un sembra’o de yuca y no miran ni para el lado.

«Entre la vaca y el ordeñador ocurre como entre la mujer y el marido. Cuando pasa el tiempo, de mirarse saben lo que quieren. Conozco ordeñadores jóvenes que no tienen paciencia para quitarles el berrinche y tienen que renunciar a este oficio, que hay que salvar más ahora que nunca, porque la leche en el mundo vale un tesoro y no podemos darnos el lujo de comprarla.

«Fui cooperativista cerca de 20 años. Trabajaba en la CPA Crucero Aurora, en Jaruco. Cuando me jubilé me cayó carcoma dentro de la casa. Si no me iba para el campo me volvía loco entre estas cuatro paredes. Entonces, mis amigos pequeños agricultores Javier Marrero y Leonel Brito me pidieron que los ayudara con el ajetreo de las vacas, y aquí me tienen. Trabajo todos los días del año.

«La gente me dice, “José tú no tienes necesidad de eso, tienes un hijo que si tú quieres te lo da todo”. Pero a mí me gusta ser útil hasta que me muera, y no quiero ser carga de nadie. Eso es honor, no capricho.

«Si te pones a mirar, andar con las vacas es un trabajo lindo, que a uno le da calma y lo hace más buena gente; porque uno saca la cuenta de que si se pasa el día de arriba pa’ abajo con ellas, aguantándoles malcriadeces, cómo no vas a ser “pacienzú” con los hijos y nietos que uno trajo al mundo.

«Lo peor es la levantadera temprano. Eso tenemos que hacerlo llueva, truene o relampaguee. Cuando hay sequía para el ordeñador es la gloria, pero ni hablar cuando hay temporal. Además de tenerte que mojar, las vacas van caminando y enterrándose en el fango. Se ponen las ubres del cará. Uno tiene que limpiárselas bien, porque si no la leche sale con churre.

«Por estos campos, los campesinos están buscando ordeñadores y no aparecen. La juventud dice que eso es una esclavitud, pero les gusta que sus hijos tengan la leche fresca en la bodega bien tempranito. Habrá que hacer algo para que le pierdan el miedo a este trabajo, porque lo que no tiene sentido es que esto sea asunto de viejos.

«Hay lugares donde la vaca lleva dos ordeños. Uno por la mañana y otro por la tarde, pero aquí, como no hay tanto pasto, llevan uno solo. Las doce que yo atiendo promedian en total 40 o 50 litros cada día. Eso depende de muchas cosas.

«Cuando están “recentinas” (recién paridas) son más productivas. Se les puede quitar el ternero a las tres horas de haber nacido, y se amarra para que no mame. Ellos ya a los 40 días pueden comer hierba, pero antes solo dependen de la madre.

«Un ternero escapa’o es tremendo. Deja a la vaca sin una gota de leche y luego se va en diarrea. Los más viejos en este trajín los ponemos para apoyar la vaca, y así le sale más fácil la leche.

«No te creas que es cómodo. Un ternero puede lo que no te imaginas, y da unos cabezazos que le ronca. Si te descuidas te tumban con cántara y todo. Hay que cambiarlo de teta. Dejarlo que cojan un chupetico en cada una, pero que no se pasen. Siempre hay que dejarle algo para que se alimenten. Si ellos se adelantan no piensan en nadie, porque son muy gandíos.

«Cuando la vaca se enferma te das cuenta enseguida por la cara del ternerito. Me paso la vida quitando alambres de púas y tarecos del medio del trillo por donde pasan, porque una ubre herida puede provocarle hasta la muerte; coge bichos si no se anda a tiempo.

«Lo peor que puede pasarle a este animalito es que la agarre una enfermedad que los guajiros le decimos picá de la garrapata. No es precisamente una picá de ese bicho, ni ese el nombre científico, pero lo cierto es que la mata a los pocos días, y ni siquiera se puede aprovechar la carne.

«Luego de la picá lo peor que puede pasarle es que no tenga ordeñador y eso me preocupa, porque ya los que sabemos de verdad estamos cuesta abajo, y todo el mundo quiere estar pega’o a una computadora en una oficina y andar de cuello y corbata, pero no se piensa mucho en estirarle la teta a la vaca».

¿Y qué es lo peor que puede pasarle a un ordeñador?, le pregunté a este guajiro, que parece tener menos tiempo en la mirada, como Francisca, la laboriosa anciana del cuento Francisca y la Muerte, de Onelio Jorge Cardoso.

«Que le falte la vaca o que los años se acuerden de él y lo entuman con los achaques. Pero en eso no pienso, pues siempre hay algo que hacer».

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