Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Esa gente equivocada... (II y final)

Esa gente equivocada... (I)

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No es tan fácil tipificar a las personas. La ostentación se afinca en terrenos movedizos, cuyos límites pueden volverse difusos y hasta imperceptibles

A un golpe de luz, su sonrisa brillaba. Dos dientes enchapados en oro desataron la curiosidad y nos hicieron pensar en quienes presumen desmedidamente, en quienes gustan de exhibir algún tipo de poder. «Es una de ellos», asegurábamos, al tiempo de presagiar el jugoso testimonio que teníamos por delante.

Pero cuando Yaicel Palacios Felipe, de 18 años, y estudiante de primer año de Derecho de la Universidad de La Habana, explicó las razones por las cuales quiso poner un acento luminoso en su boca, advertimos que no es tan fácil tipificar a la gente; y que el tema de la ostentación se afinca en terrenos movedizos, cuyos límites pueden volverse difusos y hasta imperceptibles.

«Me puse el oro cuando estaba becada en los años de preuniversitario. Había que estar en ambiente. Por eso lo hice...», confesó Yaicel con toda la naturalidad del mundo; y así nos dejó sin pimienta para el texto.

Días después, una imagen tomada por uno de nuestros fotorreporteros, nos condujo a pistas más sustanciosas. La instantánea mostraba a un joven luciendo una sonrisa estridente: las «perlas» de su boca se habían convertido en frías piezas metálicas, absolutamente forradas en oro.

Pista tras pista, logramos sostener una conversación telefónica con el artesano que cambió la imagen del muchacho de la fotografía. «Soy técnico dental —nos dijo. Hago este tipo de trabajo, como promedio, a razón de una persona por día. Esos dientes se usan como prendas».

—¿Quiénes tocan a tu puerta?

—La mayoría son jóvenes. Algunos son padres que traen a sus pequeños de cuatro o cinco años, para que luzcan más lindos, y, si son varones, más hombrecitos. Lo hacen porque el enchapado es algo extraño, diferente, poco usual. Sí, para marcar la diferencia. Quieren que ese oro se muestre como se hace con una manilla, o con una gargantilla, ahora tan de moda.

—¿Cuánto desembolsó el muchacho por ponerse tanto oro en sus dientes?

—Bueno, por cada pieza fueron cuarenta pesos...

—¿Pesos?

—Sí, de los «duros». En total, como fueron ocho piezas, la cosa le salió en 320 CUC.

—A él le va bien con los asuntos del bolsillo...

—Bueno... Vive en un lugar chiquito, sin muebles y con familia grande. No invierte su dinero en mejorar. No le interesa.

—¿Y tú? ¿Llevas algo de oro en tus dientes?

—No. Mis prioridades son otras. Uso un buen reloj y una buena alianza. No llevo cadena. Lo que sí me gusta es mi moto clásica. Disfruto enseñar que es de las mejores. También cuido mucho a mis perros, son de raza —Husky Siberiano—, y los saco mucho a pasear. Todo el mundo tiene sus gustos. Tengo un amigo que ahora se ha comprado un bote, y le cuenta a todos como si se tratara de un yate...

En un diálogo que fue mucho más largo, este capitalino de 31 años habló de quienes alquilan motos por 10 CUC diarios, para exhibirse por toda la ciudad. Admitió que la ostentación existe: «Es mostrar cosas que no se tienen, con tal de aparentar mayor poder adquisitivo. Es que a esa gente hay que entenderla. Prefieren vivir al límite. Para algunos, por ejemplo, el que más muelas de oro lleve a una fiesta, será el que más posibilidades de éxito tenga. Sin poder, no hay «jevita» posible. A todos nos gusta estar en onda...».

En nuestro abordaje reporteril, confirmamos que el ostentoso puede hacer lo inimaginable en el afán de lograr su «realización» personal. Si la meta es mostrar un par de zapatos de marca: allá va eso..., aunque desaparezcan platos de la mesa. Si se trata de ser avistado en un escenario donde se ofertan cervezas y otras mercancías, no importa que la lata se caliente en la mano un par de horas: hay que permanecer. Y si hay que exhibirse, es preciso apostarse en ciertos puntos de la ciudad para que quienes por allí pasen —quizá cansados por el trabajo del día, anclados a una vida más terrenal y apresurada— se queden boquiabiertos con tanta parafernalia, tanto lujo automovilístico, tantos kilos de ruido, tanta lentejuela y levedad insoportables.

Palabras a lo profundo (I)

Doctor Dionisio Zaldívar Pérez, vicerrector de la Universidad de La Habana y profesor titular de la Facultad de Psicología. Foto: Calixto N. Llanes Cuando preguntamos al doctor Dionisio Zaldívar Pérez —vicerrector de la Universidad de La Habana y profesor titular de la Facultad de Psicología— qué podría suceder con un ser humano para quien el fin de la vida sea poseer, acumular objetos, él ilustró el asunto con un ejemplo: «Imaginen una persona que escoge a su pareja por las comodidades que le garantiza y no por la atracción que despierta en ella... Es aberrante. No se puede subordinar la elección al beneficio. Digo esto porque quien ostenta, aferrado a lo material, puede hacer cosas increíbles.

«Si las personas ponen la mirada en el consumo desmedido, tendrán muchas frustraciones y no podrán reconocer la grandeza de lo espiritual. No estamos hablando, cuando decimos consumo, de adquirir ciertos bienes que nos garantizan calidad de vida y satisfacción, o que nos hagan vivir dignamente. Hacemos alusión a la pobreza mental de concentrar nuestras vidas en ese afán desmedido por tener y tener».

—¿Considera que son más vulnerables las personas de menor nivel cultural, o piensa que nadie escapa a las sutiles trampas de la ostentación?

—Pudiéramos pensar que la cultura preserva a las personas de un fenómeno como este. Pero al ostentoso puedes encontrarlo en todos los grupos sociales. Hay quienes han sido humildes hasta ayer, y de pronto obtienen algo y ostentan de tenerlo. En la arista más lamentable, están los que exhiben cosas no adquiridas por la vía del trabajo honrado.

«Estamos ante un problema que exige reflexión profunda, donde lo decisorio, más que la cultura del conocimiento, es la de tipo existencial, donde el ser humano se plantea qué aspira a ser, adónde y cómo desea llegar».

—¿Las carencias condicionan esa actitud?

—El ser humano puede vivir en situaciones extremas, y aún así, no perder su capacidad de discernimiento y altura. Ahí tenemos el ejemplo de Antonio Guerrero, quien sufre prisión en el imperio y sin embargo se ha refugiado en el arte para ocupar su tiempo. Le han robado su libertad física, pero él se ampara en su grandeza espiritual.

Saber quién eres tú...

Los padres de Sergio Díaz Alejano, de 22 años y estudiante de cuarto año de la Facultad de Contabilidad y Finanzas de la Universidad de La Habana, han contado a su hijo sobre las décadas de los 70 y los 80 del pasado siglo, «tiempos en que fenómenos como la ostentación no se veían tanto.

«Según ellos —dijo Sergio— las causas tenían que ver con que todo el mundo, más o menos, se vestía con las mismas cositas, a excepción de muy pocos que tenían parientes afuera.

«Mi madre, a quien le gustaba mucho bailar en fiestas de quince, recuerda que los varones iban con camisitas a cuadros, y las muchachas con vestidos, hechos muchas veces por ellas. Hoy el mundo vive una vorágine en la cual aumentan las personas que se sienten obligadas, por cualquier medio, a guardar las apariencias.

«Aquí en la Universidad encontramos gente que especula con su nivel de vida; especula hasta con quiénes son sus amistades, porque el asunto no es solamente de carácter económico. Habría muchas cosas que decir: si un músico talentoso anda en un Mercedes, eso no debe molestar. Lo penoso es que alguien, sin ingresos considerables, rente un Mercedes con los ahorros de toda su vida para llegar a una fiesta. Y esa, es una historia real».

Señales

Entre cubanos, este tema despierta pasión desde tiempos remotos. «Comen harina y repiten pollo», graficaban los viejos ante los desesperados por desbordar sus límites de posición. Hoy, según el imaginario popular, el espíritu del ostentoso puede asomar en las manifestaciones más impensadas:

Se advierte, según nuestros lectores, en los excedidos tatuajes; en un lenguaje que puede incluir manoteos y hasta el manejo de frases en idioma Inglés; en las hebillas desmesuradas, que semejan chalecos antibalas; en los autos que, a fuerza de aditamentos, parecen naves espaciales; en todo lo que desemboque en el oropel arrasador.

Exhibirse con jovencitas (por supuesto que no todos deben caer en el mismo saco) cuando ya el caballero no es tan fresco —eso que entre nosotros hemos dado en llamar titimanía—, fue mencionado como una manifestación del ostentador; como un canje en el cual «el poderoso», que se muestra ante el mundo con su niña colgada del brazo, pareciera decir a todos: «Yo tengo. Luego puedo cerrar hasta las brechas del tiempo».

Isla adentro

«¿Somos ostentosos?: a veces en extremo», opinó a nuestras páginas la espirituana de 22 años Mairette Lorente Alfaro, estudiante de Periodismo de la Universidad Central de Las Villas, para quien el fenómeno es casi genético y hasta irrefrenable en algunos.

La joven consideró que el ostentoso generalmente no se define como un autosuficiente, pero «en el fondo vive con la impertinencia de querer demostrarle a todos que él es superior por tan solo poseer determinado objeto o aval.

«En la calle —admitió Mairette— el exhibicionismo pulula. Ahí están los empeñados en sobresalir por el peso de su billetera, porque es imperiosa la necesidad que tienen de que se les reconozca. Durante el período especial, se diversificaron las posibilidades de acceso a nuevos mercados, lo que unido a otros factores generó cierta degradación de valores en la sociedad».

La ostentación fue calificada por la universitaria como una penosa y lamentable tendencia. Para ella, esa conducta debe deslindarse de la costumbre que tienen los cubanos de demostrar logros personales o colectivos.

De Camagüey, Amaury Valdivia Fernández, estudiante universitario de 25 años de edad, meditó que la ostentación está arraigada en las actitudes y detalles más cotidianos, lo que dificulta su rápida y certera distinción. «Tal vez una persona esforzada en mostrar lo que posee, sea para algunos un vanidoso, y para otros, alguien de actitud más neutral. Todo depende del contexto en que se manifiesten los sujetos».

El joven hizo énfasis en que históricamente los nacidos en la Isla han sentido orgullo por sus atributos físicos e intelectuales. Pocas veces demuestran estar abatidos, y si tienen algún problema de inferioridad, tratan de ocultarlo a toda costa. Prefieren compartir aquello que los enaltezca, no lo que sea motivo de vergüenza.

«El cubano tiene gran capacidad para crearse realidades paralelas a las que vive —dijo Amaury—. Quizá por eso hace gala de grandeza con cosas que ni tan siquiera ha visto, pero cuya cercanía, al menos así piensa él, pueden otorgarle determinado rango, posición o privilegios en el entramado social».

Ostentar es el extremo más negativo de la presunción, según comentó Yoel Lluesma Vidal, violinista de la Sinfónica de Camagüey: «No solo se trata de que uses lo último, sino de la forma en que lo lleves y te expreses. Casi siempre el lenguaje, la marca del cigarro que fuman, la bebida que toman, el grupo y los lugares que frecuentan, delatan a los especuladores».

A veces la familia —compartió el artista camagüeyano— no influye adecuadamente en sus hijos. El paternalismo, el excesivo esfuerzo de los padres por proteger y complacer a los pequeños de la casa, constituye terreno fértil en el cual crecen esos «hijitos de papá» con una filosofía del tener, y con una presunción notable a leguas de distancia.

Lennier Mola Walcott, profesor de la Escuela de Instructores de Arte Nicolás Guillén, en Camagüey, dijo a Juventud Rebelde que las prendas, los aparatos tecnológicos, los autos y otros valiosos objetos, se han convertido en los grandes fetiches de los especuladores. No pasó por alto el drama de los jovencitos que sufren y hasta se acomplejan por no vestirse con lo más fresco de la moda, y que pueden sentirse muy frustrados si sienten el desprecio de los más «poderosos».

«El fenómeno alcanza dimensiones nada desdeñables. Algunos intentan alcanzar sus metas a toda costa; y buscan dinero rápido, a como dé lugar», comentó Lennier, convencido de que la ostentación puede propagarse hasta ingenuamente, con modos muy sutiles de envolver a sus cautivos.

Kerlitza Rodríguez Díaz, graduada de la Facultad de Lenguas Extranjeras y traductora de la página web de la radio en la Isla de la Juventud, opinó que los ostentosos son personas superficiales. «No los comprendo, no entiendo cuáles son sus propósitos. Me parece una arrogancia y una verdadera estupidez, el creerse superior a los demás».

Palabras a lo profundo (II)

María Isabel Domínguez, doctora en Sociología y Directora del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) de la Academia de Ciencias de Cuba. Foto: Calixto N. Llanes ¿Acaso ostentar será una manifestación que florece donde se ha debilitado nuestra autoestima? La interrogante propició reflexiones que María Isabel Domínguez, doctora en Sociología y directora del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) de la Academia de Ciencias de Cuba, compartió con nuestro diario:

«Cuando existen las condiciones, el reconocimiento hacia algún mérito nuestro se da; no hay que salir a buscarlo. Si, por ejemplo, una persona sabe, los demás lo valorarán como tal, y no habrá necesidad de ostentar con esos conocimientos. Igualmente, si alguien posee belleza física, esa cualidad está ahí y los demás la ven; no hace falta un excesivo maquillaje con el cual intentar atraer.

«La ostentación siempre tiene que ver con tratar de lograr un reconocimiento por algo que no se tiene o al menos no es tan evidente que se posee, y por lo cual se desea ser reconocido. Por lo tanto se alardea con los conocimientos, o con la apariencia física. Hay algo de moda entre los jóvenes: cultivar el cuerpo, tener grandes músculos, alcanzar la apariencia de un Adonis. Se ostenta con la figura, quizá buscando un reconocimiento para disimular otras carencias.

«Hay quien ostenta con las relaciones sociales, y piensa que si está cerca de alguien que goza de reconocimiento social, entonces algo de ese prestigio le tocará por propiedad transitiva. La ostentación incluye ese tipo de búsqueda».

—¿El problema sería tener o no tener?

—La esencia está justamente ahí: no se trata de que tú tengas, o no, buena figura. El asunto es para qué tú quieres la buena apariencia. Ese chico que se esfuerza y cultiva los músculos: ¿Para qué lo hace? ¿Acaso considera que eso le mejora su salud; que al hacer ejercicios sentirá plenitud, bienestar? ¿O el fin es exhibir su bello cuerpo y ganar relaciones?

«Sucede igual con quien estudia y aspira a ser el mejor de su clase: ¿Para qué lo hace? ¿Aprecia valor en el conocimiento y quiere ser útil? ¿O simplemente aspira a demostrar a los demás que es el mejor?

«En cuanto a los bienes materiales, la esencia está en qué haces con ellos. Por supuesto que el valor de uso de los objetos tiene sus límites. Si colecciono jarras de cerámica, puedo tener cien, pero si lo que deseo coleccionar son zapatos, tener cien pares... ¿Qué quiero demostrar a mi entorno con disponer de esa cantidad? ¿Qué mensaje quiero transmitir?

«Los hay buscando emitir señales —ya sea con la vivienda, con la manera de vestir, con otras tantas cosas—, con las cuales se quiere demostrar que se tiene más que los demás. Es un fenómeno bastante extendido, y no exclusivo de Cuba.

«Me contaron, y me impactó, que en cierto país de América Latina, cuando comenzó a desarrollarse la telefonía móvil, mucha gente tenía teléfonos móviles, y desde los vehículos la gente hablaba por ellos. Entonces hizo falta una campaña para controlar eso. Detenían a los automovilistas que iban conduciendo y supuestamente conversando. Pero, para sorpresa de las autoridades, la inmensa mayoría de los teléfonos eran de juguete y la gente ostentaba con eso porque era lo nuevo, daba prestigio.

«Cuando conocí la historia me dije: hasta dónde la necesidad de ostentar con lo que no es, puede llevar a conductas que son aberradas o tan infantiles... Situaciones muy comunes se dan aquí con el tema de los teléfonos, y ves a los jóvenes con el teléfono móvil, hablando con el que está a unos metros, gastándose el dinero tontamente, o haciéndose los que hablan».

—¿Cuál sería la contraparte de una manifestación como ostentar?

—La modestia. O sea, que las personas aspiren a tener valores, conocimientos, información, habilidades, belleza, fuerza, pero que eso tenga un sentido para ellas y también para la sociedad. Que las personas transiten por la vida con esos atributos sin tener que estar mostrándoselos al otro para ganar reconocimiento, porque ese reconocimiento vendrá por sí mismo en tanto las cualidades existan.

La altura a la sencillez

Nadie como Sotomayor ha estado tan cerca del cielo impulsándose con sus propios pies. Sin embargo, se siente «una persona tan sencilla como cualquier otro ser humano». Foto: Armando Hernández Nadie como él ha estado tan cerca del cielo impulsándose con sus propios pies: Javier Sotomayor atesora tres récords mundiales al aire libre, además de uno bajo techo y otros dos en las categorías juvenil y de cadetes. Casi todos permanecen vigentes. Sotomayor resultó, además, campeón olímpico en Barcelona 1992. Durante su carrera brincó 229 veces sobre los 2,30 metros, incluidos 21 saltos de 2,40 o más.

«Tengo el cariño de la gente y la satisfacción de haber sido seleccionado entre los mejores atletas del siglo XX en Cuba», confesó a nuestras páginas este hombre paradigmático al que le sobrarían razones para ostentar, pues hace casi 20 años amanece con la noticia de que nadie en el planeta ha podido correr los límites de sus marcas.

«Estoy muy orgulloso con mis resultados deportivos, pero no presumo de eso. No he llegado a ningún lugar contando sobre lo que hice. Me siento una persona tan sencilla como cualquier otro ser humano».

—¿Seremos ostentosos por naturaleza?

—No lo creo. De que los hay, los hay, pero no son mayoría. Eso está en la personalidad de cada cual, pero no en nuestras esencias. Quizá algunos se quieren sentir un poco superiores, y ostentan con lo que tienen, y con lo que no. Creo que se puede llegar a conquistar un amor, un amigo, tener afinidades en un lugar, sin necesidad de ostentar. Desgraciadamente existen personajes que en la calle presumen si van en un buen carro, si tienen algunas prendas, o dinero, o alguna que otra posibilidad. Por suerte los ostentadores no suelen ser conocidos mundialmente, por lo cual difícilmente empañen, a nivel mundial, la imagen del cubano.

«Las personas que más reconocimiento tienen en Cuba, son las que menos ostentan».

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