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Sui géneris cementerio para perros en el reparto capitalino de Alamar

Autor:

Julieta García Ríos

Un sui géneris cementerio para perros surgió espontáneamente en el reparto capitalino de Alamar. La noble iniciativa ha sido afectada por la indolencia de no pocas personas y por la reanimación de las redes hidráulicas de la localidad

Se le veía triste al hombre de cabellos blancos. Cada tarde a las seis acudía, como ahora, al sitio donde dio sepultura a su primer y único perro. Mientras lloraba la pérdida, su fuerte complexión física parecía debilitarse.

Aquel perrito abandonado que recogió el 19 de mayo de 1995 fue bautizado como Trompy. Lo hizo en homenaje al payaso Trompoloco, personaje que dio colores a su mundo infantil. Quizá intuyó que el cachorro le daría grandes alegrías. No se equivocó, la mascota revivió al niño que fue.

Andrés Castañeda Olivera, de 62 años de edad, toma la acera que lo lleva a la bóveda de su can. Riega las plantas de vicaria blanca y morada que ha sembrado alrededor de la sepultura. Acomoda el retrato del perro poddle cruzado con maltés.

Ahora mira a su alrededor, en la superficie se ven piedras, hojas secas y algún que otro hueso animal. Rememora la mañana funesta del 2 de octubre de 2004 cuando, machete en mano, se abrió paso en la maleza. Cavó un hoyo donde depositó a Trompy. Transcurrido un tiempo, como prueba de su amor y desafiando la «racionalidad» construyó para su mascota una bóveda. Fundió una placa, y la azulejeó para brindar solemnidad al sitio de su perro. Más de una vez la ha rehecho y ha asistido a quienes llegan en busca de sepultura para sus canes muertos.

En Yoan Rodríguez Suárez, Andrés encontró a un aliado protector de los animales. El joven policía recuerda la mañana en que Andrés le pidió permiso para dar sepultura al perro en el terreno que limita con su casa.

Cuenta que transcurridos unos meses la calle 7ma. D entre avenida 9na. y Vía Blanca dejaba de ser un solar yermo para tomar la forma de un rústico y singular «cementerio».

El «Camposanto» canino

Al principio no pocas personas le solicitaron a Yoan su consentimiento. Luego, se hizo costumbre llevar a las mascotas a «descansar allí». La gente escogió el sitio a su antojo y cada cual dio sepultura según sus posibilidades. Algunas son bóvedas de granito o losa, las hay con nicho como la de Trompy. Hay cruces improvisadas hechas a partir de ramas secas y no pocas pasan inadvertidas entre la hojarasca y la basura arrojada por los transeúntes.

La tumba de Manolo conmueve: Una flor de marpacífico cuelga desde la supuesta lápida. Ocultas —entre los pedazos de mosaicos que protegen y dan forma a la sepultura— están dos hojas de papel. La primera es un dibujo infantil, con colores cálidos: rojo, anaranjado, amarillo. Se distingue una casita y encima, atrapado entre dos corazones, se lee: MANOLO. En el cielo, muy cerca de las nubes vuela una mariposa.

Trompy es el primer perro enterrado. Fue su dueño, Andrés Castañeda, quien enumeró las sepulturas para dejar constancia cronológica de los enterramientos. Lo hizo cuando comenzaron crecer los enterramientos. Desistió de su empeño porque allí llegaron a existir, según sus cálculos, cerca de 120 animales enterrados.

El «cementerio» se extendió hasta casi toda la cuadra. No pocos transeúntes la llaman la calle de los perros.

«Este lugar debería declararse patrimonio de la localidad. Los vecinos de Alamar comentaban que Acueducto iba a demoler toda el área. Por eso la atención al lugar y los enterramientos se han limitado», expresa Alexis Alarcón Téllez, jefe de Zona en la Dirección de Comunales del municipio de La Habana del Este.

Este hombre, quien vive en la Zona 10 de Alamar desde hace 30 años, considera que los constructores que acometieron las obras de Acueducto pudieron ser más cuidadosos. «Arrasaron porque no había quien exigiera por los daños».

Él se declara a favor del «cementerio». Explica que en el contenido de trabajo de Comunales se incluye la recogida de animales muertos. «Si los vecinos de la zona entierran a sus mascotas, nos facilitan el trabajo y evitan epidemias. La iniciativa debía tomarse como norma. El cementerio no perjudica a nadie, por el contrario beneficia», concluye.

Voz especializada

La doctora Miriam Cruz Acosta, especialista del Centro Provincial de Higiene y Epidemiología de Ciudad de La Habana, quien cuenta con 20 años de experiencia como zoonóloga, nos alerta: «Al morir un animal no debe ser arrojado a la calle ni a la basura. El cadáver en descomposición atrae a las moscas y otros vectores.

«Además, el perro pudo morir de alguna enfermedad infecciosa o tener parásitos u otras bacterias al fallecer. Las moscas, transmisoras de enfermedades, pueden posarse sobre el animal muerto y actuar como vectores mecánicos transportando la infección a los alimentos que luego serán consumidos por los humanos. También pueden posarse sobre la herida de una persona y esta agravarse por una infección sobreañadida», explica la especialista.

Por tal motivo, insiste en que al morir un perro los dueños deben enterrarlo, para así evitar contaminaciones a las personas y al medio ambiente. Al hacerlo, dice, el animal debe quedar cubierto por una capa espesa de tierra de modo que no permita que otros animales puedan poner al descubierto los restos del animal enterrado.

A los choferes que por accidente dan muerte a un animal, la especialista les aconseja recogerlos y al menos llevarlos a un vertedero sanitario.

La doctora comenta que los perros que llegan a los Centros de Observación Animal por haber lesionado a personas, son internados, por un período de diez días, para su observación y así descartar que sean portadores de rabia, si pasado este tiempo mantienen buen estado de salud, son devueltos a sus dueños. Los animales callejeros se mantienen por 48 horas en el Centro de Observación por si son reclamados o pueden ser dados en adopción. De no ocurrir esto son sacrificados y depositados en el vertedero sanitario.

«Debemos insistirle a las personas en que no boten los perros a la calle, ya que sufren los animales y afectan la salud humana y el medio ambiente», dice.

Confiesa que desconocía la existencia en la capital de este singular cementerio para perros, asegura que en nuestro país no existe oficialmente un sitio con este fin y especifica: «Es responsabilidad y deber de cada dueño dar sepultura a sus mascotas».

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