Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

En el aula al lado de Camilo Cienfuegos

Ivo Conde Martínez tuvo el privilegio de compartir la mesa de su aula, la infancia y los ideales del guerrillero ídolo de Cuba

Autor:

Luis Hernández Serrano

La primera vez que vio a Camilo fue al siguiente día de haberse mudado para la misma cuadra de la barriada de Lawton, cerca de La Víbora, en La Habana, cuando apenas tenía unos siete años, a finales de 1940.

Ivo Conde Martínez, hoy jubilado, evoca sus vivencias de  luchador clandestino, cuando le preguntamos si recuerda bien aquellos días en que el niño Camilo Cienfuegos y él compartieron los pupitres de una misma aula, en 1945.

«La casa de sus padres estaba en un pasaje de la calle Dolores 472, en el apartamento 3, y nosotros nos mudamos para el 4. Jugamos, nos criamos juntos y con el tiempo también compartimos los mismos ideales y el mismo uniforme rebelde.

«Él me llevaba dos años, pues había nacido el 6 febrero de 1932. Hoy tendría 78. Yo nací el 19 de julio de 1934, y voy a cumplir 76.

«Recuerdo que al conocerme, la madre de Camilo, Emilia, me preguntó si yo iba a la escuela y enseguida ayudó a mi familia a que yo matriculara en el mismo centro escolar de sus tres hijos: Osmany, Humberto y Camilo.

«En la escuela, hace más de 65 años, Camilo era un defensor de los niños a los que otros mayores les quitaban la merienda o intentaban fajarse con ellos».

«Me refiero a la Escuela Pública número 105, que llevaba el nombre de Félix Ernesto Alpízar, un mártir de la lucha contra la tiranía de Gerardo Machado.

«Le dije a Emilia que estaba asistiendo a las clases con los guagüeros de las rutas 23, 24 y 25, pero por una huelga que hicieron allí, se cerró la escuela a la que ellos asistían.

«Y entonces me dijo: voy a hablar con mi esposo Ramón, muy vinculado con los padres y maestros de la escuela primaria de nuestro niños, para que tú matricules con ellos. En eso llegó Camilo y ella nos presentó como se hacía eso entre muchachos. ¡Quién me iba a decir a mí que en el futuro él sería todo un símbolo y la «imagen del pueblo «como lo llamaría el Che.

«Camilo y yo éramos iguales en pobreza, amigos, residentes de la misma barriada, vecinos en apartamentos contiguos, alumnos de un aula común, de los mismos maestros, y con el tiempo enemigos de la tiranía batistiana. Nos decíamos mutuamente “flaco”. Yo era un poquito más alto que él. Él cursaba el segundo grado y yo entré al primero».

A mediados de la primaria compartieron la misma aula. En el quinto grado ambos tuvieron como maestro al doctor Rodolfo Fernández, y en sexto al doctor Alberto Meitín Chaple. Integraban el claustro de profesores Felicita Arribálzaga, el director de la escuela, Mario Couret, y su esposa.

«Todavía recuerdo que, como yo había aprendido bastante en la escuela de los guagüeros, me hicieron un examen y en el tercer grado nos unimos los dos, con el mismo maestro».

Camilo, en 1939, antes de que Ivo lo conociera, estuvo en la escuela pública número 20, en San Francisco de Paula, como alumno de la profesora Luisa Sánchez.

Se conserva una foto donde están los 55 alumnos —hembras y varones— y donde se aprecia el grado de bondad y de nobleza que con solo siete años tenía en su rostro infantil.

«¡Ay, la infancia de Camilo! Fue como la de tantos y tantos niños que sufrimos una pobreza del mismo tamaño! Es posible que su imagen infantil estuviera llena de rasgos que dejarían adivinar su grandeza futura, su extraordinaria capacidad de sacrificio y devoción, su espíritu inquieto y rebelde, su honestidad y su valor.

«Pero no había allí, creo, nadie —ni siquiera los propios maestros— que se fijaran en eso. Y mucho menos los padres pobres de hijos pobres, pues vivir es muy difícil cuando se es pobre y, además, no es nada fácil discernir demasiado en medio de una situación económica de desempleo, en que no hay apenas tiempo ni para pensar.

«En los primeros grados de la Primaria él era muy callado, introvertido, casi tímido, pero después el conocimiento y el tiempo le despertó la palabra y la rebeldía ante las cosas mal hechas.

«Inicialmente, como por suerte puede notarse en una foto de la época, se le veía en su rostro una inocente y discreta ingenuidad que parecía no significar nada, pero que mirándolo ahora bien, lo decía todo.

«El desconocido estudiante de familia humilde, después se convirtió, poco a poco, en un defensor de sus compañeros de la escuela. Lo recuerdo molesto cuando alguien trataba de golpear a un alumno de menor edad y tamaño. No resistía los abusos y, aunque veneraba a los maestros, lo vi rebelarse contra un profesor que le impuso un castigo excesivo a un compañerito de aula.

«En la pública 105 concluimos el sexto grado. Después él matriculó en la Escuela Primaria Superior número 13, en la calle Carmen, en La Víbora, en el turno de la mañana; y yo en la número 8, en la sesión de la tarde.

«Aquel jovencito que conocí, cuando todavía ni soñaba ser un combatiente de renombre, compartía en el barrio de Lawton con personas de pensamiento progresista, entre ellos algunos del Partido Socialista Popular.

«La vida o eso que llaman destino, gradualmente lo fue haciendo un revolucionario insuperable, y todo eso que se sabe: venir en el Granma, obtener los grados de Comandante, ascendido por Fidel, tomar una ciudad, ganarse el calificativo de Héroe de Yaguajay, encabezar una columna guerrillera, merecer el apelativo de Señor de la Vanguardia y entrar victorioso en Columbia».

Nuestro entrevistado fue luchador clandestino y luego del triunfo de la Revolución el propio Camilo lo ascendió a primer teniente y lo ratificó como oficial en el 5to. Distrito Militar, en el cargo de investigador.

«A mediados de 1959, ya siendo jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde, me llamó y me encargó la tarea de dirigir el Buró de Empleo de la institución armada para ubicar en diferentes trabajos a los soldados de la tiranía que no habían cometido crímenes, torturas, ni atropellos, y eran gente también humilde, con hijos, esposas y familias que mantener».

Dice Ivo Conde que la formación de los padres de Camilo fue esencial, sumada a lo que le transmitieron los maestros.

«Algo que no se conoce mucho es que a Camilo se sabía de memoria muchos poemas y le gustaba recitarlos entre sus compañeros. Por eso cuando un día oí afirmar que él tuvo que aprenderse el poema a la bandera, de Bonifacio Byrne para declamarlo en su último discurso del 26 de octubre de 1959, en la Terraza Norte del antiguo Palacio Presidencial, me di cuenta de que se ignoraba esa capacidad suya».

Luego del Moncada, Ivo se vinculó al Movimiento 26 de Julio en el barrio de Lawton, y fue también luchador clandestino contra Batista.

«Cuando se supo que su avioneta había desaparecido, sentí  un dolor en el pecho, pero pude pertenecer a uno de los grupos que se creó con urgencia para salir en su búsqueda.

«Hay un hecho interesante del que no he hablado nunca. Los compañeros que integramos ese equipo pudimos conocer a los tres carboneros que en un cayo cubano vieron pasar la avioneta de Camilo, luego de huirle a un mal tiempo sobre el cielo de Ciego de Ávila, así como el testimonio de los tripulantes de una embarcación española que también vio la nave. Cuando eso yo trabajaba en investigaciones especiales y estaba subordinado al Comandante William Gálvez.

«Al triunfo, Camilo me entregó uniformes y las armas para el grupo de clandestinos nuestro, conformado por 27 compañeros del 26 de Julio en Lawton, que con algunas armas cortas y escopetas tomamos el 5to. Distrito Militar el día 1ro. de enero de 1959.

«No olvido la última vez que lo vi. Me mandó a buscar antes de partir a neutralizar la conjura del traidor Hubert Matos. Estaba en una tintorería en la calle Dolores, allá en Lawton. Quiso que lo acompañara, pero le recordé que me había mandado a investigar un caso a Pinar del Río, y entonces me dijo que continuara en ese trabajo.

«Recuerdo un dato simpático y triste. Cuando hablaba conmigo tenía tres tabacos en el bolsillo y yo le quité uno. Me miró, se rió y me dijo que eran los del viaje a Camagüey, que como yo no fumaba, lo iba a regalar, que no se lo fastidiara. Pero me quedé con él. Pronto se dio la noticia de su desaparición y más tarde el habano lo entregué al Museo de su Casa Natal.

«Pero más importante que eso, también guardé y conservo el honor de haber sido su amigo, su vecino, su compañero de lucha clandestina y de aula en la infancia. Y me voy a morir con ese sano, pero inmenso orgullo».

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