Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Recreación: el sueño y las espinas (Parte I)

Aunque los tiempos y el escenario parecen demasiado adversos, lo cierto es que el cubano, a pesar de sus insatisfacciones, no renuncia a pasarla bien, y mucho menos a proponer nuevas ideas para conseguirlo

Autores:

José Luis Estrada Betancourt
Lisván Lescaille Durand
Yahily Hernández Porto
Kaloian Santos Cabrera
Alina Perera Robbio
Osviel Castro Medel
Roberto Díaz Martorell
Hugo García
Héctor Carballo Hechavarría
Lourdes M. Benítez Cereijo
Pedro A. Rizo

«¿Qué dice usted? ¿Recreación? Está en extinción...», se desata un habanero mientras hurgamos en el sentir popular a lo largo de la Isla, acerca de un tema que todo lo atraviesa y que por eso luce fácil de desmenuzar pero en verdad es complejo y exige meditación y realismo.

Aunque nuestros sondeos indican que la recreación no llega a los límites de ser como un animal moribundo, lo cierto es que ella intenta tomar su aire en un escenario adverso, que mucho ha cambiado y es pálido reflejo de aquella temporada idílica de los 80 del siglo XX, cuando el esparcimiento que hoy resulta difícil de alcanzar para muchos era entonces lo más natural del mundo.

En medio de un sinfín de criterios, expectativas e insatisfacciones, se advierte, sobre todo en quienes comienzan a peinar canas, la nostalgia por esos años cómodos durante los cuales se configuró una noción de esparcimiento que ha sido transmitida de padres a hijos, y que busca opciones en un país que ya no es el mismo de hace 20 años —ni lo será—, que poco a poco se reacomoda aunque sin borrar del horizonte costumbres que en décadas fueron echando raíces entre nosotros.

Para los adolescentes de estos tiempos el tema no parece ser tan difícil como para sus padres. Ellos, por ejemplo, ponen mucho énfasis en el cariño de sus amigos si de «pasarla bien» se trata. Por eso en el Instituto Politécnico de Economía Lázaro Ramón Alpízar, en la capital, la estudiante Surimery Lugo Arteaga, de 16 años, nos ha comentado, como otros a lo largo de esta indagación, que para ella recrearse es «estar en un lugar donde me sienta bien, con las personas más allegadas. Y es escuchar música, y leer».

De ese mismo centro docente, el profesor Héctor Lobelle, de 23 años, ha compartido su certeza de que recreación «es todo», y ha hecho alusión a discotecas, playas, al campismo, a conversar entretenidamente con las amistades.

Si le hablan de esparcimiento, él lo que se figura es «una casa bien confortable en un lugar que sea algo así como un campismo, la cual estaría ocupada por un grupo de personas muy cercanas a mí».

Del mismo centro estudiantil, Dailyn González Parejo, de 16 años, define su sentido de la recreación como «estar con los que yo quiero y me quieren. Ir a la playa. Jugar billar. Bailar en una discoteca. Jugar dominó en la azotea con un grupo de amigos…».

Cuando por segunda vez toma la palabra, Dailyn prefiere volver al tema del mar y decir que en «la playa uno ahorra más, pues las piscinas son mucho más caras. En la playa te gastas el dinero solo en las tumbonas, y estás a tu aire, con tus amigos.

Su compañera Nathalie Quicutis Vigil, de 16 años, asocia los momentos de esparcimiento con la posibilidad de «ver el fútbol, acompañada de amigos; o con un paseo por el Vedado habanero. Pero también me encantaría estar dentro de una piscina inflable, mientras comparto con amistades o con un novio».

Este grupo de cubanos que van dejando la adolescencia, también conceptualiza la recreación como «pasar un tiempo diferente», «pasar un tiempo con los amigos», «salir de la rutina de todos los días», y todo eso «en un lugar donde uno pueda divertirse».

Erick Guerra Falcón, de 17 años, expresa que «recreación es cuando voy a salir con mi novia a un lugar que me guste, cuando visito, por ejemplo, un restaurante». Y para Diana Pérez Quelley, de 15 años, «recreación es cuando estoy en una fiesta, cuando comparto con personas muy allegadas».

Navegar entre ellos es recordar que se parecen más a sus contemporáneos y a su tiempo, que a cualquier otro paradigma. Por eso seguir indagando significa encontrar respuestas semejantes entre sí, en las cuales la compañía cálida parece ser el centro de todo bienestar, incluso del más sensitivo.

Más adentro en la candidez

Si se conversa con jóvenes en plena adolescencia, que han concluido sus estudios del nivel secundario, afloran criterios que en más de una arista se tocan con la mirada de quienes tienen dos o tres años más de edad.

En la secundaria básica Julio Antonio Mella, ubicada en la Ciudad Escolar Libertad en la capital, Arlenis Hernández Rodríguez, de 14 años, nos dice que «recreación es cuando vamos a un parque, o una discoteca, o cuando hacemos algún encuentro deportivo».

Y Luis Mario Peña Acosta, de 15 años, afirma que recreación significa diversión, relajarse, estar fuera de lo que uno hace siempre, jugar, tener encuentros deportivos.

Yisel Alberdi Guerra y Elianet Moreno Guerra, ambas con 15 años, hablan de «compartir con los compañeros», de «despejar de las clases», de «ir a la playa», de «ir a una piscina», de «fiestas», de «divertirse», de «despejar».

Así imaginan su mundo del goce. Y es evidente que todavía no les preocupa cómo acceder a determinados espacios, cómo costear gustos que a esas alturas de la vida corren por los padres. Para ellos, como para sus hermanos mayores de la Isla, es una premisa asistir a lugares que son notas constantes de un esquema de divertimento: no pueden faltar la playa, la discoteca, la fiesta, el campismo. Si no están presentes, entonces difícilmente hablarán de haber tenido unas vacaciones.

A pie de obra

De otro modo se habla si es con obreros de la Empresa Eléctrica llegados desde Santiago de Cuba y que por estos días trabajan duro en la capital: Rudel Deroncelé González, de 34 años, menciona como todo buen cubano a la playa, al campismo, y a «reunirme con toda mi familia». Segundos después confiesa: «Para mí es difícil recrearme en estos días: estamos aquí trabajando por tiempo indefinido».

Para estos hombres cuyas manos están marcadas por el esfuerzo, el hogar y la familia conforman el eje de casi todos sus propósitos. Por eso Rolando Santos Sisé, de 39 años, también habla de «estar con la familia» si le piden su concepto de recreación, y luego hace mención a «divertirse, ir a la playa, jugar dominó, y darse unos traguitos pero suave».

Eduardo Márquez Ferrer, de 42 años, siente que puede hablar de esparcimiento «si las cosas han salido bien, si mi mujer y mis hijos están tranquilos, si todo funciona con mis amistades…».

Cuando las opiniones empiezan a brotar sin tiempo para anotar nombres ni detalles, alguien lanza una preocupación de la que nadie en el grupo parece discrepar: «¿Recreación? Es difícil».

Gustos de universitarios

«Recreación es cuando siento que hago algo que me place: escuchar música, bailar, leer un buen libro. Cuando hago algo que me gusta. A veces es difícil: cuando quiero ir a una discoteca, por ejemplo, no tengo el dinero. A veces realmente no está a mi alcance», se sincera Estrellita López Ramón, de 19 años, estudiante de la Facultad de Ciencias de la Educación, en la Universidad de Ciencias Pedagógicas, Enrique José Varona, en la capital.

Su compañera Dayana Arévalo Fernández, también de 19 años, siente que se recrea cuando sale «de lo ordinario. Me gusta escuchar música que me relaje. Francamente adoro estar en mi casa, sin sol y sin calor».

Angélica Moreno Zaldívar, de 18 años, siente que «recrearse es despejar la mente, no tener problemas, no tener estrés, escuchar música. Me basta con un lugar tranquilo. No me resulta difícil lograrlo».

Cuando Yunelkys Borgeano Fuentes, de 18 años, alude a lugares donde sentirse bien, reconoce que «no es tan fácil encontrar esos espacios». En ese punto de la conversación, vuelve Estrellita López a la carga: «Una noche en una discoteca equivale al salario de mi mamá…».

Alejandro Arzuaga Cala, estudiante de tercer año de Lenguas Extranjeras, en la misma Universidad de Ciencias Pedagógicas, tiene una visión muy particular del tema: «Una forma de distraernos es estar en un sitio donde intercambiar ideas. Hablo, por ejemplo, de una sociedad científica. Y aunque no lo crean, me recreo dando clases en el aula. Y estando con mi novia…».

Tormenta de ideas

La Peña Deportiva del Parque Central de La Habana tiene fama por sus apasionados debates. Allí confluyen cubanos de diversas edades y puntos de vista, todos unidos por el afán de compartir verdades que para sus dueños son inamovibles. Cuando hace unos días Juventud Rebelde les propuso conversar sobre la recreación, se desató el vendaval. Y estas son las ideas que iban cayendo, a modo de cascada:

•Que las agrupaciones cubanas no cobren tanto, que le den la posibilidad a la juventud de entrar a sus conciertos pagando un precio por las entradas que sea asequible.

•El consumo en los lugares para divertirse es caro, y los salarios no dan.

•Qué va... Hay que virar a los años ‘80, cuando nos divertíamos con poco....

•Recreación es también una ciudad bonita.

•En las playas los quioscos en divisas son los que funcionan. Igual tienen que hacerlo los de moneda nacional.

•No, compadre, lo que hace falta es tener una sola moneda.

•¿Por qué los cines están tan poco atendidos?

•¿Y por qué se pasan un mes con una sola película?

•En el parque uno se puede recrear. Hace falta que estén limpios, y velar para que muchos portales no se conviertan en baños públicos...

•Fui con mi hijo al Parque Lenin, y al llegar solo había tres aparatos funcionando. ¿Por qué?

•Antes de que se vayan, anoten que los aficionados del deporte cubano, el colectivo de la Peña del Parque Central, estamos convencidos de que el deporte también es recreación.

Cñaves de la diversión

«Saber recrearse...», alerta jocosamente ante la consabida interrogante de cómo divertirse, un conductor de bicitaxis en una céntrica calle de la ciudad cubana de los parques. Alfredo Díaz Marrero, joven holguinero de 23 años, no recuerda haberse detenido lo suficiente a elaborar su propio concepto.

«Mi trabajo exige demasiado esfuerzo. Pero si conozco a un pasajero con el cual entablo una conversación interesante, y luego ayudo a una señora que me cuenta la historia de su vida, ¿acaso no puedo decir que, además de trabajar, me estoy recreando?», asegura Díaz Marrero.

Al frente, sentado en uno de los bancos, Johan Cordero Mestre, de 23 años y estudiante de Historia de la Universidad de Holguín, confiesa que en materia de recreación posee algunos apetitos todavía no saciados: «Me apasionan la arqueología, la espeleología. Algún día quisiera poder lanzarme de un paracaídas. ¿Por qué no crear espacios donde jóvenes como yo podamos satisfacer de algún modo estos intereses?».

Muy cerca el joven Juan Alberto González se declara entre quienes quisieran conocer «de verdad» los lugares que han marcado el destino de Cuba. «Pero... ¿cómo llegar? ¿Dónde están las casas de campaña? Y después allí, ¿estará la persona que te explique con conocimientos y deseos? Para mí es un sueño seguir la ruta de Martí, de Maceo, llegar al Segundo Frente o al Escambray... ¿A cuántos cubanos les encantaría conocer Guanahacabibes, por ejemplo, o la Ciénaga de Zapata?

En Guantánamo otros se hacen similares preguntas. Allí existe, según el dirigente juvenil Carlos Borges, preocupación y voluntad por rescatar los centros nocturnos, por devolver esplendor a la Plaza Pedro Agustín Pérez, y a la Plaza de la Revolución...

No obstante —aclara Borges—, si bien «han surgido nuevas opciones recreativas en instalaciones y centros de prestación de servicios vinculados con la reanimación de la ciudad, los precios son aún altos para el nivel de ingreso de la población, especialmente de los jóvenes».

Se puede más

En Camagüey, cuando JR conversa con varios jóvenes sobre cómo debe ser la recreación, algunos consideran que «esta no puede ser asunto de dos meses, sino de cada día del año, con opciones que satisfagan todo tipo de gustos». Así piensa Jorge Enrique Jerez, estudiante de onceno grado de la ESPA (Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético) y miembro del secretariado provincial de la FEEM.

Para este adolescente de 17 años, «cada propuesta debe poseer una mejor factura cultural, y Camagüey se ha quedado atrás en tal sentido, porque a pesar de contar con talento artístico no es capaz de conseguir que sus plazas sean escenarios permanentes donde siempre encontrar presentaciones artísticas que valgan la pena».

Licenciada como instructora de arte, Rosana María Carmona, de 23 años, sostiene que sería formidable que un símbolo de la ciudad como el afamado Casino se convirtiera en un complejo recreativo de la familia camagüeyana, «pero... ¡qué lejos estamos todavía de lograr ese sueño! Siempre que haya plazas subutilizadas, solitarias, no se alcanzará la diversidad de opciones que necesita y exige el pueblo».

Darling Menor, trabajadora social que estudia el sexto año de Derecho en la Sede Universitaria de la Ciudad de los Tinajones, piensa que «no debemos ir a los extremos cuando nos referimos a la recreación. Ella es mucho más que la lectura y el teatro, pues en nuestra tradición aparecen la música y el traguito de ron o de cerveza cuando se habla de diversión. Anular estas posibilidades iría contra la preferencia de muchos...

«Deberían crearse clubes especializados de la salsa o el son, de la música de la década prodigiosa, del rock, y hasta del reguetón, con precios asequibles al estudiante y al obrero».

A los matanceros les encantaría que la etapa veraniega llegue surtida de ofertas al alcance de la mano. Al menos así lo ve Yandy Castillo, de Calimete: «Es imprescindible apostar por los intercambios deportivos en la comunidad, y explotar los Joven Club de Computación y Electrónica, que pueden ofrecernos mucho a la hora del esparcimiento».

Evelyn Cabeza, en el municipio de Perico, se conformaría con escuchar a Arnaldo y su Talismán, o a cualquier otro grupo nacional, algún día de este verano. En otro municipio cercano, decepcionada de «un tal Sorpréndete, actividad donde al ganador le entregan una invitación para ir a la playa», Lisandra Cabrera Martínez, de Pedro Betancourt, mira este verano con ciertas dudas: «Me gustaría que en mi territorio actuaran grupos musicales».

Adolescentes de Calimete como Orelbis Ruiz Ortiz, quisieran que cambiara la rutina de cada verano: que todas las semanas pongan música en la plaza, que por las noches actúen grupos artísticos y humoristas, que haya actividades recreativas para los niños y jóvenes.

Aylín Camejo Lima cree que hay otras soluciones: «Se deberían organizar más acciones en la Casa de la Cultura, aprovechar los Joven Club, los cines...; utilizar los escasos recursos que tenemos en mejorar estos centros, porque no los usamos».

Para quienes viven en la Isla de la Juventud es difícil descartar a la playa como una de las primeras opciones. Pero muchos piensan que esta no debe ser la única variante.

Teresa Guerra Llanes, trabajadora social, advierte pocas opciones en la recreación en este municipio especial «para la cantidad de jóvenes que viven aquí; por lo menos en La Fe, segunda comunidad en importancia, los muchachos tienen una sola opción: El Coliseo, el cual no posee las condiciones adecuadas para un centro de recreación juvenil».

Pero más complicado se hace en La Fe divertir a los pequeños, a decir de Taimara Hurtado Echemendía, de 29 años. «Es complicado trabajar toda la semana y no tener un lugar donde ir a compartir con tu pareja o amistades sin que medien el consumo de alcohol y, en consecuencia, los borrachos. Cuando tienes niños debes cuidarte de asistir a esos lugares, y donde vivo no existe adonde llevarlos».

Hurtado Echemendía recuerda la buena acogida que durante el pasado verano tuvo el recorrido de las brigadas artísticas por barrios y comunidades rurales, donde se rompió la rutina y se vivió algo diferente.

Algunos de los entrevistados reconocen que las ofertas cinematográficas, aunque han aumentado en cantidad y calidad, no se encuentran entre las preferencias de los más jóvenes a causas del inmenso calor dentro de las salas. Otros abogan por la reapertura de espacios donde se podía bailar y degustar algún bocadillo a precios módicos.

Los baracoenses Reynaldo y Melbis Durán han tenido siempre estrechos vínculos con la naturaleza. Por ello no conciben la idea de recrearse sin un espacio donde reine el ambiente natural y los elementos de los que siempre ha disfrutado como el río y el bosque. Consideran que la recreación perfecta no puede pasar por alto el contacto directo con esos espacios.

Mientras, el tunero Yoiler González Tamayo de 19 años espera siempre con ansias la Jornada Cucalambeana, pero cree que sería bueno tener otras posibilidades como esas, pues es lo que más ansían y divierte a jóvenes como él.

Y como las aspiraciones son tan singulares, la joven puertopadrense Yailmis Sánchez, dice no pedir mucho: para mí con un novio, música y tener un rato agradable es suficiente. Quisiera que nos pudiéramos reunir siempre, mis amigos y yo, en mi casa o en algún otro lugar para bailar», refiere, aunque remarca un deseo muy especial: la mejor recreación en la que puede pensar es cuando viene a La Habana, a la casa de su tía, y va con sus primos al Vedado, especialmente al Coppelia.

Empezar por nosotros

Célebre por sus opciones recreativas, Bayamo tiene áreas atractivas: el cabaret Bayamo, el complejo recreativo Guajiro Natural, las Vegas del Río Bayamo, el área de la Plaza de la Patria...

«Quien diga que aquí no tiene opciones, realmente no ve», recalca enfático Yoendri Vega, para luego añadir que, de cualquier manera, «siempre se necesitará dinero para divertirse», aunque no lejos de allí, en el parque Armando Mestre, decenas de jóvenes se amontonan para descargar, reírse o cantar por su cuenta.

Apenas dos de los 20 entrevistados en la capital granmense hablaron de la galería, el museo, la casa de cultura, la biblioteca, la academia de ajedrez o el cine como propuestas llamativas.

Casi todas las opiniones sobre la recreación giran alrededor del círculo música, playa, campismo, sol, baile, juegos, despejar, pasarla bien. Quizá hay muchos que han preferido adelantarse a cualquier sugerencia institucional, y suelen buscar dentro de sí, con lo que ya han aprendido de la vida, caminos para llenar a gusto el tiempo libre. Puede que sea el caso de Ángel Zaldívar, de 29 años y profesor de informática de la Universidad de Holguín, quien desde hace siete años sale de mochilero a recorrer el país con un grupo de amigos.

«Ya no concibo —dice— mis vacaciones sin viajar. Nuestro interés es conocer la Isla. Nos movemos con el mínimo de recursos. Pasamos trabajo, pero les confieso que tras cada viaje termino más enamorado de este país y de su gente».

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