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El letrero que sorprendió a La Habana

Se esperaba el advenimiento de 1961 cuando, desde los balcones, encendidos unos y apagados otros, los habaneros vieron conformarse, desde el imponente edificio de G y 25, el letrero de luces con las siglas: PAFT. Eran tiempos de fundación, y nacían las becas universitarias

Autor:

Yuniel Labacena Romero

Instalaciones como las del antiguo Colegio de Belén, hoy Instituto Técnico Militar, o el Campamento militar de Columbia, convertido en Ciudad Escolar, o alguno de esos altos y vistosos edificios del Vedado, hablan de aquellas primeras ideas de Fidel de buscar sitios para acoger, en condición de becados, a jóvenes de todo el país, pues la mayoría de las carreras solo se estudiaban en la Universidad de La Habana.

Eran los fundacionales años 60, y la educación superior de la naciente Revolución se vestía de blanco, negro, mulato, de hijos de obreros y campesinos. En noviembre de ese año se inaugura el primer edificio de becas, en la calle G y 25, en el Vedado capitalino. Nacía así el Plan de Ayuda para la Formación de Técnicos Universitarios (PAFT), devenido en el Plan de Becas Universitarias.

Cuenta Sonia Moro, en aquel entonces estudiante de Filosofía y Letras, que antes de 1959 cientos de jóvenes de otros sitios no podían continuar estudios universitarios al no contar con los recursos necesarios para residir en las ciudades donde estaban las universidades de La Habana, Santa Clara y Santiago de Cuba, las únicas de la Isla, amén de otros gastos que generaban esos estudios.

«Aun cuando acudieran a matrículas gratuitas y libros prestados —fórmulas más económicas para cursar estudios—, la limitante de no tener dónde vivir determinaba la frustración de miles que debían renunciar a sus sueños de ser profesionales».

Para esta fundadora del proyecto la iniciativa fue extraordinaria. «En mayo de 1960 Fidel le encomendó la tarea al capitán José Rebellón Alonso, entonces presidente de la Asociación de Estudiantes de Ingeniería, quien se rodeó de un grupo de universitarios de varias facultades y, con mucha ilusión y un puñado de pesos en un cartucho, empezaron a hacer realidad la idea».

Una juventud llena de vida, energía y entusiasmo se diseminó por los sitios más inesperados del edificio y empezaron a ser historia, rememora Santiago Quintero, en aquella etapa estudiante de Ingeniería Eléctrica y también fundador del sistema.

«Intenso trabajo y noches sin dormir, con fuertes faenas colectivas hicieron que, poco a poco, se superaran las dificultades constructivas y del equipamiento de los 21 pisos de G y 25. Los primeros estudiantes que llegamos, éramos de ingeniería, arquitectura y especialidades médicas».

Ellos: los protagonistas

La llegada de los primeros estudiantes becados fue algo trascendental. Muchos fueron los que recorrieron el país en busca de los futuros becarios. Dice Santiago que de aquel grupo inicial de estudiantes que trabajaron en el PAFT, salieron algunos de los que realizaron las verificaciones a los solicitantes de todo el país, para conocer de su necesidad o no de la misma.

«Los había de la propia capital, de ciudades y pequeños pueblos del interior, de centrales azucareros… Muchos habían dejado de estudiar hacía años; otros estaban en alguna misión del Ejército Rebelde o de los Maestros Voluntarios. Hubo que hacer una acción casi comando para rescatarlos».

Sonia sonríe y recuerda: «La tarea más difícil le tocó a las muchachas, quienes debieron convencer a la familia y afrontar los prejuicios de años. Asombrados, vecinos y familiares las vieron viajar solas a la capital para convivir en un edificio lleno de varones».

En aquellos años, como hoy, los propios becarios asumieron responsabilidades a nivel de piso y de edificio, y paulatinamente las redes afectivas de sus habitantes se fortalecieron hasta llegar a formar una gran familia.

«No faltó el becario al que lo agarró “el gorrión” y le dio por dormir en un balcón, o la becaria que entre lágrimas mal disimuladas, preguntaba a cada rato si había llegado mensaje de la casa. Muchos dejaban atrás por vez primera el terruño», destacó Santiago.

Sin tiempos para nostalgias

Según Sonia la vida de la beca no dejaba tiempo para nostalgias. «Los jóvenes participamos en minimizar las pérdidas en el sabotaje a la tienda La época, en ir a cortar caña quemada al Central Toledo, en la construcción de la futura CUJAE, e integrarnos al batallón 154 de las Milicias Universitarias».

Así también lo recuerda Santiago: «Estudiábamos y al mismo tiempo hacíamos guardia. Los sábados realizábamos prácticas de artillería en La Cabaña, tomábamos parte en cuanto acto de calle se convocaba. Durante los días de Girón las muchachas preservaron armas en su edificio, mientras los varones nos movilizamos en La Cabaña y no pocos estuvieron en las acciones».

De aquella etapa inicial, en la que la Revolución recogió la cosecha de las primeras generaciones de becados, hay momentos que Sonia jamás ha borrado de su memoria, como la fiesta de fin de año, en espera de 1961.

«Ese día, con determinados balcones encendidos y otros apagados, los habaneros vieron conformarse desde el edificio de G y 25 el letrero de luces con las siglas PAFT, que los saludaba desde el primer edificio de becados universitarios del país. Para evitar la melancolía de los que por lejanía no pudieron viajar a casa, se organizó una cena de Nochebuena y se esperó el año junto a Fidel en una cena gigante en Ciudad Libertad».

Ni siquiera cuando, en 1963, Santiago tuvo que decir adiós a la beca, para formarse como ingeniero electrónico de equipos de aviación militar en la URSS, pudo olvidar aquellos años en que se gestó uno de los sueños más grandes que ha visto convertirse en realidad. Por ello refiere que para el estudiantado universitario, y en especial la comunidad de becados, el principal desafío en este aniversario es conservar esta conquista de la Revolución para las presentes y las futuras generaciones.

Herederos de una tradición

Las residencias estudiantiles son un derecho que da la Revolución para quienes viven lejos de las universidades. Estas instalaciones son muy importantes en la labor educativa, política e ideológica.

Norberto Colindres, becado extranjero de cuarto año de Sociología y de la residencia de Alamar VI, considera estos lugares como una excelente alternativa en Cuba, pues hay carreras que son nacionales y no existen condiciones para abrirlas en un municipio.

«Son la casa tanto de los estudiantes cubanos, como para la mayoría de los extranjeros; el espacio en que, además del desarrollo de actividades académicas, su ambiente influye en las relaciones de convivencia y formación como profesionales».

Para Alicia Delgado, de cuarto año de la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI), las becas permiten acceder con mayor facilidad a clases, llegar y asistir temprano. «Las condiciones de alojamiento, alimentación, atención médica y estudios gratuitos que aquí se propician garantizan una vida estable, así como de un buen trabajo educativo para que te desenvuelvas como en tu propia casa, aun con los problemas materiales que puedan tener».

Sin dejar a un lado sus propósitos esenciales, Marien Peña, de cuarto año de Química de los Alimentos y becada en La Coronela, considera que hoy las becas tienen dificultades materiales, pero «si nosotros no somos capaces de conservar lo que tenemos, de buscar alternativas eficaces, cómo vamos a exigir. Hay que motivar a los estudiantes para cuidar las instalaciones, porque es aquí el sitio donde convivimos por mayor tiempo».

En el caso de la residencia como comunidad, los estudiantes tienen sus propios intereses y características. Fuera del horario docente se desarrollan actividades de conjunto con la dirección estudiantil.

Para Idalys Bustamante, de tercer año de Historia y residente en la Alamar VI, el trabajo de la FEU en estos sitios ha permitido organizar actividades recreativas y deportivas encaminadas a combinar las horas de estudio.

«Se ampliaron las iniciativas. Sin embargo, debieran ser más sistemáticas. Los festivales de cultura, proyección de películas, peñas humorísticas, presentaciones de libros, los intercambios y charlas educativas de promoción de salud, así como los juegos interbecas son algunos logros de la organización», dijo.

A intensificar el trabajo desde la FEU, la UJC y de los educativos llamó Norberto Colindres, para lograr que las residencias sean mejores y sigan cumpliendo el objetivo por el cual fueron creadas hace medio siglo por Fidel.

«La experiencia universitaria de los estudiantes extranjeros es una licenciatura aparte. Jamás había estado becado y he vivido en Cuba un estilo de vida diferente al de mi país. La solidaridad de los estudiantes y de los trabajadores es uno de los recuerdos que me llevaré cuando termine estos años por acá», afirmó.

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