Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Fulgencio Batista en Girón?

La bestia que llenó de sangre y horror a la patria, después pedía santísima clemencia para los mercenarios

 

Autor:

Luis Hernández Serrano

La pregunta del título tiene su respuesta y explicación lógica. Entre los 1 511 mercenarios que desembarcaron el 17 de abril de 1961 por Playa Girón había muchos adeptos a la dictadura batistiana, simpatizantes, corruptos como el sátrapa, políticos de su cofradía y altos oficiales de su ejército y de sus otros cuerpos represivos.

Entre los integrantes de la Brigada 2506 vinieron 194 ex militares y esbirros de la tiranía que él  entronizó en Cuba. Aunque eso no significa, por supuesto, que buena parte de los restantes no fueran partidarios, simpatizantes, amigos, cómplices, compinches y gente que le debía favores, debido a fraudes y rejuegos, o personas a las que el dictador les tiró toallas en diferentes circunstancias de sus vidas.

¿Quién puede afirmar que entre los cien latifundistas que formaron parte de la invasión por Playa Girón existieran enemigos del tirano?

¿Cuántos se atreven a garantizar que entre los 67 casatenientes que vinieron en el desembarco hayan existido opositores jurados del artífice del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952?

¿Quién piensa realmente que entre los 112 grandes comerciantes invasores una buena parte de ellos viera con desprecio u odio al inquilino del antiguo Palacio Presidencial?

¿Podían los 35 magnates industriales que componían la tropa mercenaria resultar convencidos antibatistianos?

¿Cree alguien que los 24 grandes propietarios que cerraron filas en la invasión hubieran votado en unas elecciones presidenciales en contra del sargento que casi de la noche a la mañana se convirtió en mayor general?

¿Alguna persona sensata puede imaginar que de los 197 «acomodados» que desembarcaron en son de guerra por la Ciénaga de Zapata había muy pocos batis-

tianos?

¿Estima algún ciudadano serio de Cuba que los 112 lumpens que intentaban retrotraer a nuestra patria hacia la época batistiana no se inspiraron en semejante personaje para venir a la invasión?

Y por último: ¿Era lógico pensar que los dueños de 27 000 caballerías, casi 10 000 edificios, apartamentos y casas, 70 industrias, tres bancos comerciales, diez centrales azucareros, cinco minas, 12 cabarés, bares y otros comercios durante la tiranía de Batista, estuvieran en contra de este buitre?

Sanatísmo tirano

Sin embargo, algunos integrantes y acólitos de la mafia en Miami han intentado y aún intentan convencer a los más incautos de que Batista «no fue tan malo como lo pintan».

Apenas es necesario recordar que Batista fue el responsable de la muerte de miles de cubanos. No vamos a detallar —ni lo permite el espacio— su expediente de dictador, pero sí recordar que en 1952 tomó el poder por la fuerza, en un sucio madrugonazo a espaldas del pueblo. Y que a partir de esa sorpresiva puñalada, Batista se rodeó de esbirros de toda laya. Baste algunos ejemplos tristemente famosos.

Ugalde Carrillo, «socio fuerte del tirano» —para citar uno—, el día del golpe era primer teniente. Por la mañana Batista lo ascendió a comandante, y por la noche a teniente coronel. ¿Un récord Guinnes?

Muchos de los jefes del batistato —más de 30— ejercieron y cometieron homicidios, malversación, maltrato, coacción, amenaza, alteración del orden, lesiones, falsificaciones de documentos y otros fraudes y delitos comunes.

Se les siguieron causas judiciales, sin ser condenados nunca. Entre ellos los había connotados asesinos, como Dámaso Sogo Hernández, Francisco Tabernilla Dolz, Alberto del Río Chaviano, José María Salas Cañizares, Joaquín Casillas Lumpuy y Fermín Cowley Gallego, entre otros.

Estos esbirros no podían jamás ser ejemplo para sus subordinados, y muchos tenían a sus familiares viviendo del Ejército, como el viejo Tabernilla y sus hijos Carlos, Marcelo y Francisco.

Además, los Salas Cañizares, Juan, Rafael y José María, así como Pilar García, con nombre de mujer y alma de hiena. Y los Casilla Lumpuy y los Ugalde Carrillo, un muestrario insuperable de corrupción, tortura, crimen, soborno, despotismo y nepotismo.

¿Adónde podía llegar el Ejército corrupto y criminal, con adulonería y servilismo, familiaridad cómplice y siniestro compromiso represivo? Ni representaba ni defendía a la sociedad cubana, sino que se unía a los órganos represivos y de inteligencia contra la limpia juventud martiana del Centenario de José Martí. Ese ejército dictatorial se opuso a las masas explotadas y desposeídas. La guerra sería su examen final y el Ejército Rebelde y los combatientes de la clandestinidad en el llano los desaprobaron, es decir, los vencieron. ¡Y lo mismo ocurrió con el ejército de mercenarios en Girón! ¿Podían nuestros milicianos, barbudos de la Sierra Maestra, responsables de milicias, policías rebeldes, en fin, nuestro pueblo, unírseles a los mercenarios, como les aseguraron a todos los invasores los instructores yanquis de la CIA?

La misma CIA que organizó, entrenó, pagó, transportó y dirigió la invasión mercenaria fue la que desde su estación en Miami recomendó a Batista organizar un aparato encargado de desarrollar la actividad represiva contra el movimiento comunista, incluyendo a los dirigentes considerados hostiles o enemigos de los intereses de la tiranía y de Estados Unidos en Cuba. De ahí que Batista creara en 1955 el denominado Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC).

Mediante los estrechos vínculos de la CIA con los órganos represivos batistianos, el Gobierno de Washington conocía en detalle la abierta oposición y el repudio popular al régimen de Batista y los crímenes cometidos contra el pueblo cubano. ¡Pero nunca condenó la represión ni repudió los asesinatos y violaciones de derechos humanos de esa dictadura! Los asesores yanquis en las misiones militares y en el BRAC se mantuvieron impasibles ante el secuestro, la tortura y el asesinato.

No ayudó a su ayudante

Se ha escrito también que el ex coronel Varas fue el ayudante militar de Batista y el que aniquiló al comando de cinco hombres que penetraron hasta el segundo piso en el asalto al Palacio Presidencial, el 13 de marzo de 1957, con la misión de ajusticiar al dictador.

Varas se fue con Batista para Santo Domingo y después lo acompañó varios años en su destierro de la isla de Madeira, en Portugal. Fue uno de sus secretarios y hombres de confianza. Años después Varas decidió establecerse en Venezuela. No obtuvo ninguna ayuda económica de Batista, que solo se limitó, a regañadientes, a pagarle el importe del pasaje aéreo hasta Caracas.

A los dos años de estar en Venezuela, sufrió Varas una serie de percances económicos que lo llevaron a la miseria más absoluta.

Le escribió enseguida varias cartas a Batista a Estoril, Portugal, pidiéndole que lo sacara de su desesperada situación material. ¡Pero no recibió respuesta alguna! A las pocas semanas Varas se suicidó.

El único interés del ex dictador era vivir como un «monarca» destronado en la playa de Estoril —y algunos meses también en la Costa del Sol, en España— donde fue a contar sus frustraciones a la nobleza envilecida de las viejas dinastías europeas.

El colmo de un dictador

Pero el colmo de Batista —en lo que a Girón se refiere— es lo que ahora veremos. El 24 de abril de 1961 el ex dictador, desde su refugio en la isla Madeira, Portugal, imploró públicamente al Vaticano a que indujera a la Organización de Estados Americanos (OEA) a interceder con los comunistas cubanos para impedir el fusilamiento de los centenares de «compatriotas» que cayeron en la diabólica trampa tendida por aquellos durante la llamada invasión de la Ciénaga de Zapata.

En su cínica apelación Batista abogó porque «el terror sea totalmente erradicado de mi país y que el pueblo establezca allí un régimen constitucional, sobre la base de los principios cristianos y la equidad que dimos a la nación en 1940».

Tal petición se sustentó —según el tirano— en que «habiendo cumplido mi misión histórica de servir a Cuba y sin ningún deseo de mando o de ambiciones políticas, mi dolor como exiliado aumenta por el infinito sufrimiento de la familia cubana».

En sus declaraciones públicas, Batista también urgió al Gobierno de Estados Unidos para que ayudara por igual a todas las tendencias y grupos contrarrevolucionarios en sus agresiones para derrocar a la Revolución Cubana.

Fuente: Girón: El rostro oculto de la CIA, de Manuel Hevia y Andrés Zaldívar. Editora Política, 2006. Los sobrinos del Tío Sam, Carlos Rivero Collado. Editorial Ciencias Sociales, 1976 (páginas 295-296). Operación Peter Pan. Un caso de guerra psicológica contra Cuba, Ramón Torreira y José Buajasán. Editora Política, 2000.

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