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Tres historias peligrosas (Parte I)

La indisciplina, la desorganización y el descontrol son brechas que abren paso a fenómenos de gran peligrosidad social como la venta ilícita de medicamentos. Hay que estar atentos a esa cadena

Autor:

Alina Perera Robbio

Entre finales del año 2008 e inicios del 2009, algunos que buscaban descolgarse de la realidad a través del espejismo de las drogas compraron «por la calle», en varios puntos del archipiélago, tabletas de Parkisonil que en verdad eran de Benadrilina. Caían al abismo de un engaño por partida doble: la pretensión de enajenarse; y para lograrlo, el pago por una sustancia que en realidad era otra.

Como toda historia vivida por protagonistas ingenuos, esta que nuestras autoridades del orden interior se encargaron de desenrollar y detener, tuvo infractores para quienes la trampa y la sensación de impunidad no tuvieron límites.

La primera hebra de la madeja salió a la luz gracias al trabajo investigativo del Ministerio del Interior (MININT) para enfrentar el delito relacionado con el robo de medicamentos. Varias señales emanaban de tres centros de producción: Laboratorio Farmacéutico Reinaldo Gutiérrez, ubicado en Vento y Boyeros, en La Habana; Laboratorios MEDSOL, entidad ubicada en 23 y 266, municipio capitalino de La Lisa; y Laboratorios NOVATEC, empresa ubicada en 222 y 15, municipio de Playa.

Llegó a tenerse la certeza de que en los tres lugares se estaban sustrayendo insumos (material de envase y etiquetas) y tabletas a granel. Las autoridades estaban al tanto, además, de la comercialización ilegal de un grupo de productos elaborados artesanalmente, cuyas características apuntaban a los laboratorios mencionados como puntos de partida de una cadena.

Investigando y sumando detalles, se pudo constatar que un operario del Laboratorio Reinaldo Gutiérrez había decidido sustraer de su puesto de trabajo partes de la máquina donde se confeccionaban los blísteres, es decir, lo que popularmente conocemos como tiras de medicamentos, donde vienen envasadas las tabletas. Y así, poco a poco, hizo de modo artesanal una pequeña prensa, o blisteadora, para conformar la falsa mercancía que luego encontraría compradores.

Mientras este episodio transcurría en el municipio de Marianao, en las Alturas de La Lisa otro tramposo, desvinculado laboralmente, había montado su taller artesanal aunque más rústico. Era en este último donde la Benadrilina se envasaba como si fuera Parkisonil.

De vez en cuando, para despistar a las autoridades, los fabricantes ocultos desmontaban sus máquinas y escondían las piezas. ¿Así, quién les seguiría el rastro y podría atraparlos?, pensaban ellos…

Cuando la investigación de los especialistas avanzó, pudo saberse que entre ambos infractores existía una conexión: el operario de Marianao suministraba materias primas al de La Lisa. Y ambos, cada uno en sus recintos clandestinos, adulteraban todo cuanto podían sin pensar en las consecuencias de una oferta tan peligrosa para la salud humana.

Registros domiciliarios permitieron ocupar en Marianao la máquina artesanal armada con piezas del Laboratorio Reinaldo Gutiérrez; y en los dos lugares clandestinos, diversas materias primas e implementos usados en las faenas de la falsificación.

El lugar de los hechos en las Alturas de La Lisa era un cuchitril donde los medicamentos distaban solo metros de aguas albañales. Pero nada de eso conocían, en el momento de la compra «por la izquierda», quienes adquirían los blísteres.

El timador de Marianao, auxiliar operario de la máquina blisteadora en el Laboratorio Reinaldo Gutiérrez, tenía en su domicilio, cuando se le realizó el registro, 46 980 tabletas y una suma importante de dinero en moneda nacional. En cuanto a insumos, guardaba dos bobinas de papel de aluminio, y 901 blísteres vacíos, listos para ser utilizados, de diferentes renglones de psicotrópicos.

Al estafador de La Lisa se le ocuparon 20 141 tabletas de diferentes renglones de psicotrópicos, 26 metros de material para blíster (con alvéolos, o sea, con cavidades donde prensar las tabletas), y 14 libras de papel de aluminio rotulado.

Los dos fueron procesados y juzgados por las autoridades. Y entre tantas lecciones derivadas de este caso, afloró una consabida: el deficiente control de materias primas y de otros recursos que demandan de estricta vigilancia (por el nocivo impacto que su uso incorrecto puede tener) constituyen el error primario de transgresiones que ponen en riesgo la vida de muchas personas.

Es evidente que las violaciones no surgen de la nada: siempre, para proliferar, deben tener escenarios propicios, es decir, fallos en premisas como el rigor, la disciplina y el sentido de la responsabilidad.

Tras una sombra

El personaje principal de este episodio prefería no conversar con otras personas. Cuidaba demasiado sus palabras, para no errar. Por nada de este mundo ofrecía datos sobre su existencia. Algunos le decían el Discreto; y otros, el Pantera. Nacido en 1981 era una sombra cuya cautela dio mucho que hacer a las autoridades. Él fue el eje de un caso cerrado en el año 2009.

Los especialistas del MININT a cargo de enfrentar el delito relacionado con el robo de medicamentos, supieron algo sobre un hombre del barrio de Arroyo Arenas, en La Lisa, quien no tenía vínculos laborales y se dedicaba a vender medicamentos de todo tipo.

Este infractor, escurridizo como anguila, pasaba sus días adulterando la fecha de vencimiento de las tabletas que sustraía, junto con frascos y etiquetas, de los laboratorios NOVATEC y MEDSOL. Los productos salían de la primera empresa a través de un operario; y de la segunda, a través de un auxiliar de higienización.

Los especialistas develaron la ruta crítica de la fechoría, desde el primer eslabón hasta el último. Confirmaron, por ejemplo, que el trabajador de NOVATEC pretendía salir ilegalmente del país, razón por la cual necesitaba una alta suma de dinero.

En busca del capital que le urgía, el operario llegó a sustraer, de acuerdo con un chofer de la empresa, cuatro lotes de Meprobamato (53 cajas con 659 570 tabletas) ubicados en el almacén, en estado de cuarentena, los cuales debían ser incinerados por haber contraído una bacteria durante el proceso de producción.

En casa del engañador, en La Lisa, fue hallada una parte de los lotes contaminados. El truhan disponía de un cuarto donde almacenaba sus mercancías. No tenía vínculos laborales y su «búsqueda» tenía que ver con el trasiego y venta de los medicamentos. Le fueron ocupados frascos vacíos, etiquetas, alcohol y otros accesorios necesarios para la falsificación.

Paralelamente, en el capitalino poblado de Valle Grande, fue identificada una persona que había receptado del operador de NOVATEC una parte de los lotes contaminados. Tenía en su poder 57 420 tabletas ocultas en una pequeña cochiquera.

Ninguno de los involucrados en esta peligrosa historia quedó impune. Las autoridades procedieron en dependencia de la responsabilidad de cada cual. Un día antes de la pretendida salida del país, el operario que sustrajo los lotes de Meprobamato fue arrestado. De igual manera se procedió con el transportista de NOVATEC, y con dos trabajadores que habían facilitado la sustracción de los medicamentos.

La peligrosidad social de este pillaje cometido sin escrúpulos, y que afortunadamente pudo ser neutralizado, no es cuantificable.

Otra trama oscura

En las inmediaciones de la concurrida avenida de Diez de Octubre, en La Habana, algunas personas estaban consumiendo una droga a la cual habían bautizado como «principio activo». Ellos, el eslabón final de sucesos encadenados, aseguraban que «el material» había salido de un laboratorio.

Así, sin muchos pormenores pero por más de un camino, llegaron las primeras informaciones a los especialistas encargados de desarticular las típicas y nocivas redes de ladrones, expendedores y consumidores de drogas.

Una de las primeras piezas sobre la que pudo haber claridad en este acertijo apuntaba a trabajadores de Laboratorios MEDSOL. Eran varios los sospechosos: dos operarios de troquelación, un auxiliar de elaboración, y un operario de mezcladora (máquina a la que también llaman Canguro).

Es en el Canguro donde tiene lugar un proceso clave en la elaboración de un medicamento: se lleva a cabo la mezcla de los componentes del producto y su homogeneización. Para ese paso se crea una comisión especial, pues las materias primas a emplear requieren, por sus características, de un control estricto.

Todo comenzó cuando los ejecutores de esta trama que quebrantó toda disciplina sobornaron a un custodio y lograron sustraer del área del Canguro unos doce kilos de granulado de Parkisonil. A la par de esta fechoría, y en contubernio con operarios de troquelación, sustrajeron más de 3 000 tabletas troqueladas.

A los 12 kilos del material granulado, los raptores añadieron almidón de maíz —que habían guardado intencionalmente—, con el propósito de aumentar el volumen del «material», acción que, desde luego, alteraba la concentración del producto químico.

En el transcurso de la investigación le fueron ocupados al operario del Canguro unos diez kilos de Parkisonil y otros medicamentos, así como acetona, papel de aluminio e insumos diversos.

Además de la detención de este trabajador, se produjo la de dos troqueladores, un auxiliar de elaboración y la de un hombre que no tenía vínculos laborales y formaba parte de la red. Y entre los culpables, fue detectado un comercializador que vendía el medicamento granulado en pequeños envoltorios de nailon.

Con los diez kilos ocupados de Parkisonil, las autoridades evitaron el consumo, en cualquier punto del país, de 47 000 dosis (envoltorios de nailon). ¿A manos de cuántos adolescentes y jóvenes habría ido a parar una sustancia que fuera de parámetros de verdadera necesidad significa la perdición?

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