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Quien no crea, que vea

Cuba es el único país en desarrollo que puede celebrar esta fecha con una fiesta, porque no hay ningún niño excluido, y aquí lo mejor es celebrar bailando, atestigua José Juan Ortiz, quien termina su labor de cinco años como representante de Unicef en el país

Autor:

Margarita Barrios

Siempre había tenido el deseo de trabajar en Cuba, y la conoció por vez primera nada menos que en medio del llamado período especial en 1992, cuando se pensaba que algunos de sus logros se podían perder. Sin embargo, lo primero que le impresionó es que no se cerró un círculo infantil, un centro de salud… Por supuesto, con sus dificultades materiales, pero allí estaban los profesionales para atender a la población.

«Cuando tengo discusiones sobre la realidad cubana digo: oye, que no me tienes que creer, te vas a Cuba y lo ves».

José Juan Ortiz acaba su labor de cinco años como representante del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en nuestro país, y al conversar con él se siente un hálito de nostalgia.

—¿Querría decirle algo especial a los niños y niñas cubanos?

—Que sepan el tesoro que tienen, porque muchas veces no lo valoran en toda su dimensión. A veces, cuando tienes algo, no le das el valor que merece. La protección de la infancia se vive en Cuba, no me lo tiene que contar nadie, lo he vivido y me siento orgullosísimo de haber participado en el desarrollo de este proyecto social.

«Soy internacionalista, por lo tanto soy del lugar donde estoy, así que me siento cubano, y si volviera a nacer, me gustaría que fuera en Cuba.

«Este es un país asediado, y te pongo un ejemplo. Para el programa de recreación sana que apoyamos aquí, compramos pelotas de béisbol en siete dólares. Si pudiéramos adquirirlas a 90 millas costarían un dólar. Es decir, con el fondo de que disponemos podríamos hacer siete veces lo que hacemos.

«El acoso político y económico contra Cuba es el principal problema que tiene la infancia. El país es asediado y el bloqueo hace un daño atroz».

—Unicef está patrocinando, por el Día Mundial de la Infancia, un festival de hip hop.

—La consolidación que tiene Cuba de los derechos de la infancia permite a Unicef trabajar de manera diferente y desarrollar programas en el ámbito de la cultura como sublimación de los derechos, porque es un pueblo libre.

«En el ámbito de la niñez y la juventud en las artes, además del audiovisual, la música ocupa un lugar preponderante. Intentamos siempre, a través de la recreación sana, segura y culta apoyar todo tipo de manifestación cultural.

«El hip hop es un movimiento muy joven, muy controversial también con ciertas letras, pero no se le puede criminalizar, también el rock o los boleros tienen algunos textos deleznables.

«Cuba es el único país en desarrollo que puede celebrar el Día Mundial de la Infancia con una fiesta, porque no hay ningún niño excluido, y aquí lo mejor es celebrar bailando. Los cubanos se pueden sentir orgullosos de lo que tienen».

—Por cinco años ha estado al frente de la oficina en Cuba. ¿Cuáles programas destacaría?

—Hay programas históricos como son Educa a tu hijo y Para la vida. También hemos ayudado con algunas vacunas que no se producen en la Isla, y que producto del bloqueo son difíciles de conseguir.

«En los últimos cinco años, desarrollamos los vinculados con la cultura y la protección focalizada en aquellos niños y niñas con problemas no generalizados, es decir, los que cometen actos tipificados como delitos.

«En el resto de América Latina el trabajo de Unicef es el cotidiano combate a las bandas de niños y niñas armados, que luego van a la cárcel junto a los adultos, es decir, a la universidad del crimen.

«En Cuba eso no ocurre. Aquí son hechos puntuales de conductas no buenas, y no van a la cárcel, sino a las escuelas de reeducación integral, que yo siempre digo que son las mejores de Cuba, con magníficos recursos humanos, entre psicólogos, profesores, con régimen semiabierto, no hay rejas, ni uniformes. Muchos salen de allí con un oficio o a la universidad.

«De los 200 millones de niños vulnerados en el mundo, los millones que no van a la escuela, los que sufren de explotación laboral, los que caen en redes de prostitución infantil, ninguno es cubano.

«Ese es el ejemplo de Cuba que sirve a Unicef para demostrar que no es una cuestión de recursos, que es cierto que se necesitan, pero lo que más falta hace es la voluntad política. El Estado lo que quiere lo puede».

—Una de las labores de Unicef es apoyar a los Gobiernos para que se cumpla la Convención de los derechos de los niños y las niñas.

—El espíritu de la Convención es los niños y las niñas primero. Salgo de Cuba más convencido que nunca de que un mundo mejor es posible, y que se puede.

—Le he escuchado muchas veces defender a Cuba. ¿No le ha traído problemas en su vida profesional?

—La opinión pública mundial sobre Cuba está basada en lo que difunden los grandes medios de comunicación, que son empresas privadas con intereses muy claros, y Cuba es un mal ejemplo para ellos.

«A mí me da mucha rabia ver lo que dicen sobre Cuba, siempre es la mala noticia exagerada, y cuando no, mentira.

«Lo que muestro es la realidad de Cuba, en base a indicadores que Unicef mide para todos los países del mundo, que son los miembros de Naciones Unidas.

«Cómo voy a criticar a un país pobre que tiene garantizados los derechos de los niños y las niñas, porque es un modelo de desarrollo social al que llaman socialismo o comunismo. Mi función no es juzgar las ideologías, sino apoyar a todos los Gobiernos del mundo en la consolidación de los derechos de la infancia.

«Trabajo en Cuba y veo que el Gobierno cubano lo garantiza. En el mundo en desarrollo no conozco un solo país que se le aproxime. No es un análisis personal, sino profesional, cómo voy a mentir».

—¿Conocía usted la realidad cubana cuando llegó a nuestro país hace cinco años?

—Había trabajado durante ocho años con refugiados en Asia, y luego pasé al Comité Internacional de la Cruz Roja, en conflictos bélicos, y luego entré en Unicef.

«Cuando estaba en la Oficina Regional para América Latina y el Caribe, en Panamá, se creó la oficina de Unicef en Cuba, en 1992, y apoyaba ese trabajo, venía todos los años.

«Cuba me había interesado desde muy jovencito como modelo, el Che, el internacionalismo. Soy de una generación que pensaba que el mundo había que cambiarlo y veía la Revolución Cubana como una experiencia nueva, atractiva».

—Ahora termina su trabajo aquí. ¿Qué le quedó por hacer?

—Unicef siempre trabajó muy fuerte con los niños, y ahora hay una tendencia hacia la adolescencia, porque pensamos que en ellos está el mayor riesgo, no solo por el ciclo de desarrollo psicoemocional que es el más complejo, sino porque necesitan sentirse diseñadores de su propio futuro.

«Los países tienen que adaptarse al siglo XXI, y los adolescentes tienen que sentirse partícipes de la construcción de un mundo cambiante.

«Siempre digo que los niños no son el futuro, ellos están aquí, son el presente. El futuro se genera cada día y hay que construirlo con ellos.

«El consumismo del norte está acabando con el planeta, por ello hay que educarlos en un consumo responsable, y en la convicción de que vivir es compartir.

«Eso tiene que ver mucho con el nuevo currículo escolar y con los valores que se aprenden en la familia. Por ello las políticas deben estar dirigidas hacia ellas, porque allí es donde aprenden a vivir. Es un nuevo proyecto que no me ha dado tiempo a desarrollar, pero estoy seguro de que se hará».

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