Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Jóvenes con sangre de leones

Artemisa dio a la gesta del Moncada muchos de sus hijos, esos que no dejaron morir al Apóstol en el año de su centenario

Autor:

Adianez Fernández Izquierdo

ARTEMISA.— El 10 de marzo de 1952 le cambió la vida a muchos jóvenes cubanos, les acrecentó el odio por los Gobiernos tiranos y los convenció de tomar las armas para derrotar a ese que se apoderó por la fuerza de los destinos de Cuba. Los ideales y el idioma de la lucha por la justicia propiciaron la unidad.

En Artemisa los agrupados en las filas ortodoxas asumieron el golpe como una ofensa y no tardaron en nuclearse en torno a Fidel Castro, a quien ya muchos conocían, pues el 27 de noviembre de 1947, siendo estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana y destacado dirigente de la FEU, había pronunciado en esta ciudad un vibrante discurso, durante la velada solemne efectuada en la Sociedad Luz y Caballero (actualmente biblioteca Ciro Redondo), para conmemorar el asesinato de los ocho estudiantes de Medicina en su aniversario 76.

Era el primer acercamiento de Ramiro Valdés, Julito Díaz, Ciro Redondo y otros a quien sería el líder de la Revolución Cubana.

Tras el golpe de Estado, Fidel contactó con José, «Pepe», Suárez Blanco, un hijo de esta tierra miembro de la dirección nacional del Partido Ortodoxo, y le orientó ir contactando a jóvenes de Pinar del Río.

En la sede del Partido Ortodoxo, en Prado 109, Fidel le comentó de la necesidad de organizar un instrumento insurreccional, que encauzara la lucha por la vía armada. De inmediato, Pepe contactó con jóvenes, en su mayoría de Artemisa y Guanajay, dispuestos a todo por cambiar la realidad cubana.

Durante los preparativos, Fidel vino a Artemisa. El encuentro más importante fue en diciembre de 1952 en la logia Evolución, significativo foco de conspiración. A la cita concurrieron todos los jefes de grupos de Occidente y allí Fidel planteó los lineamientos políticos del Movimiento. En cada una de las palabras pronunciadas resurgía el Apóstol. Desde entonces no hubo dudas: los jóvenes de esta tierra le seguirían hasta derrocar al tirano al precio que fuera necesario.

Orientó constituir células de entre siete y diez hombres; cada una tenía un responsable de las prácticas de tiro que se realizaban en fincas periféricas de Artemisa y Guanajay, y en la Universidad de La Habana. Fue tal la destreza adquirida, que la puntería de los muchachos artemiseños era motivo de comentario entre el grupo de asaltantes. Descollaba entre los mejores Carmelo Noa Gil.

Por la escasez de armas y municiones, Fidel seleccionó solo a los más preparados para participar en la acción del 26 de julio de 1953. Desde mucho antes todos comenzaron a ofrecer excusas en casa, de modo que, en el momento indicado, su salida no fuera motivo de sospecha para familiares y amigos.

Para muchos, el último amanecer en Artemisa

Y llegó el día decisivo: el 24 de julio de 1953, en una treintena de hogares del territorio que hoy comprende la provincia de Artemisa, la jornada supo a despedida; diferentes motivos de ausencia intentaron despejar la preocupación de madres y esposas. Los ya padres llenaron de besos a sus hijos y todos prometieron regresar, sin saber muchos que ese sería su último amanecer en este territorio.

Antonio Betancourt Flores había anunciado a la familia su partida hacia Las Villas para hacer un negocio de ganado. Les había dicho: «Este negocio conviene a muchos otros».

Bien tempranito, ese viernes, andaba de prisa Carmelo Noa. Se presentó en la vaquería a pedir unos días libres para participar en los carnavales de Santiago de Cuba, y se marchó de allí junto a Julito Díaz, su amigo de la infancia. Juntos pasaron por la casa de Carmelo, quien se despidió de su madre, recogió una muda de ropa y salió rumbo a Artemisa.

Emilio Hernández le había comentado a su madre de un viaje a Las Villas. Flores Betancourt comentó a su esposa que iría a San José de las Lajas, a casa de una tía, y días antes Gregorio Careaga Medina había dicho a su pequeño hijo Tony: «Voy al campo por unos días, para que en el futuro a ti no te falte nada», de manera que sus familiares lo imaginaban trabajando la tierra. Su cuñado Guillermo Granado Lara anunció su partida hacia La Habana, pero antes trajo a su esposa dos pollos, le pidió una muda de ropa extra y estampó un beso en el rostro de su hijo Guillermito, de solo 11 meses. Dirigiéndose a la esposa dijo: «Cuídalo bien, para si yo muero te quede otro Guillermo que haga por ti…». Entonces Gregorio Careaga vino a buscarlo y partieron juntos.

Unos en autos de alquiler, otros en ómnibus de la ruta 35 partieron hacia La Habana para cumplir una misión de la que no tenían idea, pero que estaban seguros contribuiría a cambiar la realidad de Cuba.

La mañana de la Santa Ana

Era domingo de carnaval aquel 26 de julio en Santiago de Cuba. Sobre las cinco de la mañana, la avanzada llegó al cuartel. Debían entrar sin hacer un solo disparo y  lograr que se rindieran los soldados, apoderarse del armamento y convocar a una huelga general.

Por la destreza de los artemiseños en el manejo de las armas, su disposición y arrojo, Fidel ubicó a muchos de ellos en puntos de vanguardia. La posta 3 la tomarían, junto con él, José Luis Tassende, Pedro Marrero, Jesús Montané, Renato Guitart y cuatro artemiseños: Ramiro Valdés, Carmelo Noa Gil, José Suárez Blanco y Flores Betancourt Rodríguez. Otros coterráneos estarían cerca de dicha posta y en lugares estratégicos.

Un grupo al mando de Raúl Castro tomaría por asalto el Palacio de Justicia y otro, comandado por Abel Santamaría, el Hospital Civil Saturnino Lora.

Un suceso inesperado hizo colapsar el factor decisivo de la sorpresa. Aun así, lograron causar algunas bajas a la tiranía.

De los asaltantes caídos en la acción del Cuartel Moncada tres eran artemiseños: Carmelo Noa Gil, Flores Betancourt Rodríguez y Guillermo Granado Lara. Lázaro Hernández Arroyo murió también el mismo 26, pero en el asalto al Cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo.

Valor y arrojo llenaron aquel amanecer y también compañerismo. El artemiseño Ricardo Santana regresó en su carro, durante la retirada, y recogió a Fidel y otros compañeros que marcharon a la Granjita Siboney para después internarse en la Sierra. También la población cooperó en otros escenarios: a Ramón Pez Ferro, el más joven de los asaltantes, lo salvó un anciano veterano de la Guerra de Independencia. Alegó que era un nieto suyo que había venido a visitarlo en el Hospital Civil Saturnino Lora.

Aunque solo unos pocos cayeron en la acción, después sobrevino el odio de la dictadura y fueron cegadas las vidas de muchos asaltantes: los asesinaron y sus nombres aparecieron luego en la lista de los caídos en combate. Entre ellos estuvieron los artemiseños Tomás Álvarez Breto, Antonio Betancourt Flores, José Antonio Labrador Díaz, Rigoberto Corcho López e Ismael Ricondo Fernández.

Otros tres coterráneos sobrevivientes al asalto perdieron la vida en las jornadas posteriores. Emilio Hernández Cruz, tras el asalto, marchó a la Granjita y luego a la Gran Piedra, y Gregorio Careaga Medina llegó hasta Maffo y el 27 fue detenido; ambos fueron asesinados y aparecieron dentro del cuartel como caídos en la acción. Marcos Martí fue detenido el día 30 junto a Ciro Redondo en la Cueva del Muerto y en el trayecto a Santiago de Cuba los asesinaron.

La mayoría de los sobrevivientes fueron juzgados por la Causa 37 de 1953 y condenados a cumplir condena en el Presidio Modelo, lo que no cambió sus ideales. Todo lo contrario. Tras la amnistía del 15 de mayo de 1955, muchos de ellos continuaron su lucha y regresaron en el Granma, combatieron en la Sierra y en el llano, y algunos tuvieron incluso el privilegio de levantar fusiles en señal de victoria el glorioso 1ro. de enero de 1959.

Los sobrevivientes regresaron a Artemisa, a besar en la frente a la madre, como lo prometieron aquel 24 de julio de 1953. Los caídos en combate descansan en esta tierra, en un Mausoleo erigido en su honor, justo en el barrio La Matilde, que fuera testigo de sus actividades conspirativas. Los que tuvieron la suerte de vivir un poco más regresaron también, repletos de compromiso y siempre prestos a luchar por la justicia. Aunque ya menos jóvenes, siguieron aportando a la Revolución y a la construcción del socialismo, con los mismos ideales que le hicieron arriesgar la vida en 1953.

A 60 años de la heroica acción, Artemisa mantiene encendida la llama de gratitud hacia sus valerosos hijos. Aún por sus calles transitan Ramiro, Gelasio, Pez Ferro... esos héroes a los que, según el Indio Naborí, Artemisa inyectara sangre de leones, porque ellos, junto a otros tantos hermanos, lucharon y siguen batallando porque esta tierra jamás sea oprimida.

Bibliografía empleada:

—La Generación del Centenario, de Marta Rojas.

—El grito del Moncada. El año del centenario, de Mario Mencía.

—Fidel en Artemisa: preludio del Moncada. Tomado de la versión web de El habanero.

—Los días del Moncada, artículo de Marta Rojas. Publicado en Granma Internacional.

—Solo la casualidad impidió la toma del Moncada, de Orfilio Peláez. Publicado en Bohemia.

—¡Honor a quien honor merece!, de Amado Andux.

—La villa que fue país, de Joel Mayor.

—Joven artemiseño que salvó a Fidel el 26 de Julio de 1953, de Aixa Alfonso Guerra.

—Biografías de los moncadistas facilitadas por la dirección del Mausoleo a los Mártires de Artemisa y por la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana en el territorio.

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