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Crimen en la frontera

Cada año, miles de cubanos rinden tributo al joven mártir Ramón López Peña, asesinado el 19 de julio de 1964 mientras cumplía el servicio de guardia en su unidad, de la actual Brigada de la Frontera, Orden Antonio Maceo

Autor:

Lisván Lescaille Durand

GUANTÁNAMO.— La historia nos puso muchas veces ante la certeza de que se puede aniquilar a los hombres, pero no a su pensamiento. Y esa sentencia cobra vida con el tributo que miles de cubanos rinden cada año al joven mártir Ramón López Peña, asesinado el 19 de julio de 1964 mientras cumplía el servicio de guardia en su unidad, de la actual Brigada de la Frontera, Orden Antonio Maceo.

Ese día había mucha tensión en aquel perímetro fronterizo. Desde las postas enemigas, ubicadas en las coordenadas 43-67, rastrillan fusiles y apuntan a los combatientes, a quienes nada los intimida. Por el contrario, refuerzan su decisión de mantenerse firmes en esos puestos que separaban a nuestro suelo patrio del territorio ocupado ilegalmente por los norteamericanos contra la voluntad de los cubanos.

El crimen se perpetró a las 19:07 horas en la posta 44. La soberbia y la prepotencia de los marines habían truncado la vida de un joven de apenas 19 años, lleno de sueños.

Las últimas horas de su vida estuvieron signadas por la realización de uno de sus más anhelados propósitos: convertirse en un joven comunista. Así lo había estampado en su autobiografía de solicitud de ingreso a la Unión de Jóvenes Comunistas el soldado Ramón López Peña, catapultado a la historia como el primer mártir de aquella insigne unidad del sistema defensivo cubano.

Magnífico combatiente, afable, cumplidor de sus tareas, un gran hijo de la Patria. Así definían sus compañeros del entonces Batallón Fronterizo al joven asesinado por balas enemigas, disparadas por marines de la ilegal Base Naval. Esas cualidades determinaron su selección como soldado ejemplar en el proceso de creación de la UJC en las FAR.

Horas antes del asesinato habían sostenido con él la entrevista individual. Impresionaba mucho su fuerte carácter, sobre el cual se imponía la nobleza del campesino, como dijera uno de los compañeros a cargo del proceso de crecimiento, que al filo de las cuatro de la tarde de aquel fatídico día lo interpeló antes de que el soldado López Peña partiera a su servicio de guardia en la línea divisoria con el enemigo.

La determinación de arrostrar cualquier peligro y dar la vida por mantener a raya a los invasores la había tomado el mismo día en que aceptó integrar el selecto grupo de muchachos que cuidaban el perímetro fronterizo, una misión encomendada por Fidel y Raúl. Ante la petición de su padre de que se cuidara,  respondió enérgico: «¡Papá, esto es de Patria o Muerte!».

Nacido en 1946 en Puerto Padre, actual provincia de Las Tunas, López Peña trabajó la tierra desde temprana edad para ayudar a sus padres y a numerosos hermanos, de los cuales era el mayor. A los 15 años de edad se incorporó a las Milicias Nacionales Revolucionarias y seguidamente a las FAR. Su desempeño en la División 50, en Mangos de Baraguá, y su participación en la Lucha Contra Bandidos abonaron su ingreso al Batallón Fronterizo de Guantánamo, en el que mantuvo sobresalientes resultados en la preparación combativa y política, la superación cultural y en su participación en tres zafras del pueblo.

El General de Ejército Raúl Castro encabezó su sepelio, el cual constituyó la más grande manifestación de duelo popular en Guantánamo. Más de 50 000 pobladores expresaron su repudio e indignación ante el monstruoso crimen.

«Yo, como madre cubana que he perdido un hijo asesinado por los yanquis, pido a las demás madres que sigan la lucha, que no desmayen, que ante un dolor como este el enemigo no vea nuestras lágrimas, sino que ocupemos el lugar del hijo caído, y si es necesario dar la vida por la Revolución, la daremos», dijo a periodistas Eunomia, su madre, vestida de miliciana en el velorio.

Al entregar a Andrés, el padre del combatiente caído, el carné que reconocía a Ramón López Peña como el primer militante de la Unión de Jóvenes Comunistas en las FAR, Raúl sentenció en su discurso: «¡Que viva la paz, pero con los fusiles, cañones y tanques bien engrasados!».

Fuente: A escasos metros del enemigo, de Felipa Suárez Ramos y Pilar Quesada

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