Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Alas trágicas para volar (I)

De manera sigilosa, aunque no menos dramática, el uso de psicofármacos, en no pocos casos mezclados con alcohol, se ubica entre las formas más frecuentes de consumo de drogas entre adolescentes y jóvenes del país

Autores:

Yahily Hernández Porto
Yahily Hernández Porto
Roberto Díaz Martorell
Ana María Domínguez Cruz
Ailen Padrón González
Claudia Martínez Camarero
Aylén Pérez Hernández
Viviana Díaz Frías
Dorelys Canivell Canal

«Recuerdo los rostros asustados de mis padres al otro lado del cristal. Todo comenzó cuando mi mejor amigo me invitó a una fiesta con sus socios. Había una botella de vodka y el más cabeza loca del grupo sacó unas pastillitas “mágicas” que según él nos iban a alegrar la noche.

«Ese día llegué a mi casa un poco asustado, pero a la vez me  impresioné con todo lo que había hecho. Bailé sin parar con varias muchachas, yo que no sé mover un pie. Hice chistes y hasta la gente se rió conmigo. Parecía que las pastillas eran mágicas de verdad.

«Después de esta primera experiencia vinieron muchas más, hasta que el cabeza loca, también mi amigo, no volvió a aparecer. Ya no me interesaba salir con el grupo y traté de conseguir las pastillas por mi cuenta. En ocasiones me encerraba en el cuarto y no salía ni a bañarme, ni a comer, me irritaban las personas, los ruidos, quería estar solo. Al cabo del tiempo sin conseguir pastillas intenté suicidarme… No quiero hablar de eso…».

***

Se sentó en la butaca, cruzó las piernas y descansó sus brazos en el regazo. Estaba tranquilo, sereno, confiado… Hacía tres años no se sentía así, como ahora, que recibe rehabilitación por consumo de psicofármacos.

Hoy, con 29 años, este joven pinero se resiste al recuerdo porque «duele mirar hacia atrás y descubrir cuánto daño se hace uno mismo».

«Cuando tenía 19 años visité La Habana y por embullo de mi pareja fuimos al parque G, donde se reunía un grupo de “amigos”, y fue entonces que, por embullo, probé tomar pastillas con alcohol. Me sentí genial, me creí el dueño del mundo, y todos los días quería “volar”. Si no podía hacerlo, me ponía ansioso, desesperado. Fueron días terribles», dice y hace una mueca de dolor.

«En mi casa mi mamá conocía de mis andanzas y me sobreprotegía, y como en la Isla de la Juventud no hay muchas posibilidades, tenía que esperar a que llegara  mi amigo de La Habana con la “mercancía”.

«Jamás pregunté cuánto pagaba por ella o cómo las conseguía, pero él me decía que costaban un ojo de la cara. La espera era angustiosa, y cuando avisaba que venía, para mí se abrían las puertas del cielo. Hoy sé que eran las puertas del infierno.

«Cuando comprendí que mi cuerpo no podía resistir esta situación llamé al 103, a Línea Ayuda, y me orientaron asistir a la clínica de Salud Mental en Isla de la Juventud.

«Aquí llevo tres años como paciente y el mismo tiempo sin consumir. No fumo ni bebo alcohol, me incorporé a trabajar y tengo una vida sana, dentro de lo que cabe, porque todavía reconozco que necesito más terapia para no tener recaídas.

«La rehabilitación fue dura al principio, tenían que desintoxicarme, y hasta estuve ingresado en la sala de psiquiatría del hospital; luego llegaron las terapias, las conversaciones, y aquí estoy, rodeado de amor, cariño, comprensión… recordando que la vida es una sola y hay que cuidarla.

«Si tuviera que aconsejar a los más jóvenes, empezaría diciéndoles que no empiecen a fumar, ese es el principal factor de riesgo para otros consumos, que se alejen de las tentaciones tóxicas, porque una vez que entras es muy difícil salir; y por supuesto que hablen siempre con sus padres de todas las cosas, así se evitarán muchos problemas».

La mezcla de psicofármacos, y en no pocos casos con alcohol, es una de las alternativas más frecuentes de consumo de drogas de adolescentes y jóvenes.

Sus relativos bajos precios y su fácil obtención, la ausencia de un olor característico delator, la facilidad para su traslado o intercambio y la convicción de que no se está ingiriendo drogas sino medicamentos legales, entre otros, pudieran ser las razones por las que este tipo de consumo se ha incrementado en los últimos años, situación a la que no pueden estar ajenos padres, profesores, especialistas e instituciones sociales en general.

Lo hago porque sí, porque «se siente bien»…

Sentirse bien, «rico»… Probar algo nuevo, hacer lo que hacen otros, vencer la timidez, cambiar el carácter, asumir el reto… Son algunas de las razones esgrimidas por una parte de los adolescentes y jóvenes de hoy que «coquetean» con mezclas fatales de medicamentos y, en ocasiones, con bebidas alcohólicas.

En busca de esas razones, JR realizó un sondeo entre 40 jóvenes de entre 14 y 19 años de la capital y las provincias de Pinar del Río, Camagüey, Mayabeque y el municipio especial de la Isla de la Juventud, en el cual se evidenció que, aunque pueden comprender los peligros que para su salud implica esta práctica, la mayoría la asocian de manera proporcional a la diversión.

¿Dónde consumen? En no pocos casos, tanto hembras como varones, apuestan por ambientes festivos, en una discoteca o en el parque con los amigos, aunque muchos de ellos refieren «echarle mano a las pastillas» en la escuela durante el receso, cuando los maestros no observan, o en casa.

Rafael*, un estudiante camagüeyano, participante en una dinámica grupal realizada en su centro de estudios, refirió que  «no es un secreto que algunos jóvenes toman alcohol, y el que no lo haga no está a la moda. Siempre hay quien toma con pastillas también, pero tampoco es todo el mundo, a esto todavía se le tiene mucho más respeto».

Para Luis*, «algunos creen que para ser popular y caer bien tienes que tomar, y eso no es un secreto. Mi familia no entiende de tomadera y me ha educado en sus consecuencias, pero donde vivimos es como una tradición tomar, y crecemos con ella», apuntó.

Insistió el capitalino Marcos* en que, «aunque no he visto consumir droga y pastillas, converso mucho sobre el tema con mis amigos. Sacamos la idea de las novelitas y los seriales del “paquete”, donde consumir es reflejado como una moda y como lo mejor del mundo».

David* se asombra ante la pregunta. «Bueno, adicto, lo que se dice adicto a los medicamentos, yo no soy. Cuando mis amigos y yo nos vamos de party siempre llevamos algo, tú sabes, para ponernos en otro nivel».

Miguel* recuerda que al salir del servicio militar probó una vez. «Yo quería celebrar por todo lo alto y mis socios llevaron un alcohol que tenía un porciento altísimo, creo que es lo que se usa en la ronera como extracto de añejo para preparar las bebidas, y uno de los que estaba con nosotros en la unidad llevó unas pastillas.

«Lo tomé porque todo el mundo lo tomó y además el nivel de alcohol no te dejaba analizar mucho la situación. De lo que sentí no te puedo contar mucho porque al otro día no recordaba casi nada, solo el dolor de cabeza», cuenta este veinteañero, quien no puede decir ni siquiera el nombre del tipo de pastillas que consumió, pues las recibió de manos de un amigo sin ver el pomo o el blíster.

Aunque no pocos adolescentes y jóvenes quieran sentirse como algunos conocidos, los hay que no muestran interés alguno en este tipo de prácticas.

Roger*, de 15 años de edad, confiesa que no lo hace porque teme las reacciones que pueda tener, que después no sepa cómo dejar de consumir. «Conozco un grupo de muchachos en mi pueblo que compran unos vasos de menta y ron, les echan unas pastillas blancas, y a veces provocan problemas en la discoteca o en el lugar que estén. Siempre pueden comprar, nadie se los impide».

Con 16 años, Juan Carlos* asegura que «solo tomo cuando voy a fiestas, pero mi mamá no lo sabe porque ella me dice que no lo haga. Tomar un poquito de vez en cuando no es nada malo. Yo sí no tomo nada de pastillas ni otra cosa… Fíjate que he visto a unos socios míos con esas cosas, sobre todo fumando marihuana, y yo ni me acerco porque eso a mí me da miedo».

Pastillas y alcohol: ¿A qué me expongo?

En muchos  países  el uso  de drogas de prescripción con fines no médicos ha  desplazado al consumo de algunas  drogas clásicas, asevera el Doctor en Ciencias Médicas y especialista de Primer y Segundo Grado en Psiquiatría Ricardo González Menéndez, presidente de la Comisión Nacional de Ética Médica, quien explica que el hecho de que se encuentren en nuestro hogar, en el botiquín familiar, favorece su accesibilidad y por consiguiente, su mezcla con otras sustancias.

«Es medular tocar este tema pues el empleo de psicofármacos con estos fines se registra a nivel mundial entre  el tercero y cuarto lugar de las drogas más consumidas.

«Existe un control ministerial del Sistema de Salud Cubano sobre  los  fármacos pero, lamentablemente —y es doloroso reconocerlo—, se obtienen mediante  desvíos,  sobornos o robos en fábricas,  almacenes o  farmacias, centros de salud en los que se viola en no pocos casos la venta de medicamentos sin receta».

Este uso indebido de medicamentos psicoactivos genera un problema de salud mundial cuya prevención requiere el máximo control de dichas sustancias desde su etapa de materia prima, transportación, elaboración y ubicación para su normal expendio, insiste el también profesor de la Facultad Dr. Enrique Cabrera de la Universidad Médica de la Habana en un libro, aún inédito, en coautoría con la doctora Isabel Donaire Calabuch, quien fuera jefa del Departamento de Terapia Ocupacional del Hospital Psiquiátrico de la Habana durante 25 años.

El control de estos medicamentos recae en primer lugar sobre los hombros de los que a diario prescribimos dichas sustancias, ignorando en muchos casos sus catastróficas acciones, destacan los especialistas en el volumen Drogas que visitan nuestros hogares: ¿cómo contenerlas?

«El gran número de personas que acuden a diario a las unidades de atención a urgencias con el propósito de tener acceso a dichas sustancias, tanto en la forma de su administración directa al simular una afección tributaria de su uso como en la de recibir una prescripción para adquirirlas, reviste alto nivel mundial, pues mientras más acceso fácil se tenga a la droga, más propensos estamos a su consumo».

Las consecuencias de la ingesta de psicofármacos con fines no médicos no se restringen solamente a la adicción, puntualiza González Menéndez, pues sabemos que se generan disímiles tragedias en el entorno familiar y social. «A nivel individual, y como sucede con el alcohol y otras sustancias, se bloquea la región  pre-frontal del cerebro, desde donde se libera y refuerza la actividad límbica, o sea, aquellos comportamientos y actitudes que nos pueden asemejar a los animales».

En el texto, aún en proceso de edición, los especialistas destacan que además del importante riesgo asociado a graves enfermedades mentales como la esquizofrenia y cuadros de delirium muy similares a los vinculados al alcohol, resulta necesario enfatizar que estos medicamentos determinan adicciones en nada diferentes a las de la marihuana y cocaína.

«Provocan severos cuadros de dependencia corporal, similares a los que se presentan en los pacientes dependientes  de la heroína. Otro gran problema es su alta propensión a determinar tolerancia, con lo que resultan necesarias cada vez dosis mayores con las exigencias económicas que, en no pocos casos, conducen a la ocurrencia de delitos.

«Trabajamos intensamente para eliminar estas situaciones y crear  estilos de vida cada vez más sanos mediante el incremento de la percepción  de  riesgo en la familia y la divulgación  programada y sistemática de informaciones científico-populares sobre este tema».

Quiero, ¿y puedo?

Daniel* tiene 22 años y desde los 16 consume alcohol en demasía, y algunas veces, según afirma su madre, lo mezcla con medicamentos. «Yo me he dado cuenta que en ocasiones llega tomado, come y se acuesta, o simplemente discute sin motivos; pero otras viene como loco, no es él mismo, trae los ojos desorbitados y se pone muy agresivo. Estoy segura de que ha mezclado en más de una ocasión el ron con pastillas, pero no las adquiere en la casa porque aquí nadie las toma… Seguro las consigue en la calle o se las dan las personas que beben con él».

Así cuenta Amarilys la historia de su hijo, quien desde la adolescencia optó por vender sus pertenencias de valor para comprar bebida.

«A él nunca le ha faltado nada, quizá por eso se le hace tan fácil cambiarlo todo: zapatos, DVD, ropa… igual que en los spots televisivos. A lo mejor si hubiera pasado más trabajo para adquirirlas les daría mayor significado, aunque a decir verdad su infancia no fue fácil y yo le podría haber dado más apoyo.

«Mi esposo era alcohólico y él creció a su lado, ahí aprendió a tomar, y se ha hecho mucho daño a sí mismo, incluso físico. Por eso, como nos dijeron en el centro de Salud Mental y en el policlínico, en sus manos estaba la decisión de cambiar».

Daniel estuvo casi un mes sin probar la bebida «o alguna otra cosa», pero volvió a hacerlo y ahora, refiere su madre, «está así, delgado al extremo; a veces se pasa días sin comer, le duele el estómago con frecuencia y olvida las cosas; pero siempre que le hablo de buscar ayuda me dice que la próxima semana o que él no necesita de nadie, que está bien. Y realmente no tiene amigos. ¿Quién lo va a aconsejar si las personas con las que se relaciona hacen lo mismo?».

Según explica Omar López Costales, psicólogo forense del Departamento Provincial de Medicina Legal en Pinar del Río, los muchachos que ingieren alcohol con medicamentos lo hacen con frecuencia por sobresalir en un grupo, a partir de la creencia de que ello les proporciona cierto estatus en el colectivo y los enajena de la realidad.

«La mayoría de los delitos de lesiones vienen asociados al consumo de alcohol que hoy se acompaña fundamentalmente con psicofármacos, y según hemos conocido, pueden adquirirlos de pacientes a los que les sobran de su tratamiento o los toman de familiares que los tienen indicados».

La doctora Aisa Serrano Gómez, especialista de primer grado en Medicina General Integral y en Medicina Legal, afirma que en la actualidad «existe una licitud de la ingestión de bebidas alcohólicas que se justifica porque “así nos sentimos mejor”, y eso en realidad es dependencia. El consumo mezclado con medicamentos es una práctica de grupo bastante frecuente en los últimos tiempos y siempre viene inducido por un tercero», afirma.

No obstante, acota, es imposible cuantificar el fenómeno. «Muchas veces se diagnostica la ingestión de alcohol, pero es muy difícil saber si viene asociado a algún psicofármaco, sobre todo si el consumo es en espacios en los que no hay control al respecto y no se aplican los test correspondientes».

Existen casos, incluso, en los que las personas desconocen que ingirieron alguna bebida con pastillas, agrega. «Basta con que el trago sea brindado por alguien cuyos propósitos hayan sido malintencionados para que se padezcan los efectos. Depende entonces de la habilidad de cada quien para saber qué, cuándo, con quién y dónde bebe».

La mano que te puede ayudar...

«Yo sabía que esto iba a ocurrir en cualquier momento porque mi hijo ya no es el mismo». Y la madre del joven no dejó de llorar mientras contaba cómo la mezcla de psicofármacos con bebidas alcohólicas que al inicio pudo ser vivenciada por su hijo como una «nueva experiencia»,  se convirtió después en una conducta adictiva que redujo sus intereses y motivaciones, y afectó su proyecto de vida hasta perder el sentido de la misma.

El consumo de psicofármacos y su combinación con bebidas alcohólicas se inicia, en la mayoría de los casos, en el grupo de amigos al que se quiere pertenecer a toda costa. Foto: Roberto Ruiz.

Este muchacho fue atendido recientemente en el Centro Comunitario de Salud Mental de Jaruco, remitido por el Servicio de Urgencias del Policlínico municipal, pues su vida corría peligro debido a la acumulación de una serie de sucesos que habían comenzado mucho tiempo antes y que habían dañado su rendimiento escolar, sus relaciones sociales, su vida de pareja y la dinámica familiar.

Cuba cuenta con un programa para la Atención a las Adicciones con diferentes centros especializados que brindan el tratamiento de desintoxicación y deshabituación, y es en los Centros Comunitarios de Salud Mental donde se realizan todas las acciones para la rehabilitación y reinserción social de estos pacientes para garantizar su recuperación física, psicológica y social, explica el psicólogo Ovidio Martínez Brito, director del Centro Comunitario de Salud Mental de Jaruco.

«Cuando se dice que ninguna persona con independencia de su edad, raza, sexo, nivel escolar, posición económica, está inmune de poder caer en las redes del consumo de sustancias adictivas, no es un simple eslogan, es una realidad. No siempre las “víctimas” de este flagelo provienen de sectores marginales o de familias disfuncionales, y por ello vemos constantemente en consulta a personas con las más disímiles características que han sufrido las consecuencias de las adicciones.

«Uno de los problemas que obstaculiza el tratamiento y la recuperación de las personas afectadas es la resistencia del adicto y la actitud de la familia que, en ocasiones, tiende a negar u ocultar esta situación por miedo a la repercusión social que genera este comportamiento.

«Esto provoca que el problema adquiera dimensiones mayores, y que muchas veces se busque ayuda especializada cuando ya ha ocurrido un deterioro grave de la salud y el joven ha incurrido en conductas negativas de gran magnitud a nivel social», apunta Martínez Brito, quien afirma que, aunque el consumo de drogas sintéticas en Mayabeque no es elevado, recurrir a la mezcla de medicamentos con alcohol es una opción que se ha incrementado, fundamentalmente en adolescentes y jóvenes.

Cada vez se comienza a edades más tempranas, y es La Habana el lugar donde se concentra el mayor número de consumidores, con una edad mínima como promedio de 12 años, comenta la psicóloga infanto-juvenil Lourdes Santana Macías, del Centro Comunitario de Salud Mental Plaza de la Revolución, sito en calle 4, entre calzada y 5ta. en el Vedado capitalino, donde sesiona desde el 2013 una consulta especializada de atención a la adolescencia en situaciones de consumo.

Alerta Santana Macías que en lugares habaneros como el parque de G, el de Villalón, el de H y 21 y La fuente, se tienen puntos frecuentes de reunión donde no solo se ve el consumo, sino también el tráfico. «En estos lugares los adolescentes se transmiten la experiencia: “mira tómate esto porque yo la tomé y me pasó esto”, “si ligas estas pastillas con aquellas no te pasará nada, porque este producto contrarresta el efecto de este otro”. Ellos mismos se recetan y establecen una dosificación por medicamentos, cuánto se puede tomar para no caer en sobredosis, y así establecen sus patrones de consumo.

«La forma de consumo también varía, y en no pocos casos se hace a partir del principio activo, empleando el polvo sobrante de la elaboración de las tabletas en las industrias, lo que revela que desde las fábricas se potencia el tráfico».

Destaca Santana Macías que es un mito que haya que pertenecer a un sector social específico, o a una tribu urbana, o escuchar un tipo de música determinada para consumir este tipo de sustancias. «Se ha probado que tanto los muchachos de un barrio marginal con precariedades económicas, como aquellos de estratos con buen desenvolvimiento y sin problemas económicos aparentes pueden sentirse “atraídos” por la curiosidad de este consumo».

En el grupo de los consumidores que hemos atendido, agrega, predominan los estudiantes y jóvenes trabajadores del sector estatal o por cuenta propia, y en un por ciento considerable algunos desocupados. «Algunos muchachos que trafican y consumen son el sustento económico de sus hogares a partir de esta actividad, lo que genera un conflicto de mayor envergadura, en tanto el nivel de permisibilidad en su familia es “justificado”».

Por lo general, explica Santana Macías, la familia se da cuenta del consumo cuando pasó de ser un consumo experimental o recreativo a un consumo abusivo o, en el peor de los casos, una dependencia. «Hay padres que tratan de normalizar la situación, y asumen una conducta permisiva; otros que se preocupan pero no tienen control de la situación, y prefieren que los hijos consuman en la casa y no en la calle, propiciándoles en ocasiones hasta el dinero para evitar su búsqueda por caminos turbios. Hay padres que prefieren evadir, y fingen que no sabían nada o que sospechaban; y por suerte, hay otros que se preocupan y toman rápido el control de la situación».

Advierte la especialista que el consumo de drogas aumenta a tal punto que ya es la principal causa de esquizofrenia en el mundo, por lo que la familia y los centros educativos juegan un rol esencial. «Si se visualiza esta situación dentro de 20 años, con los niveles actuales del consumo, una buena parte de la población mundial sufrirá de algún problema o deficiencia mental producto de la ingestión de algún tipo de droga».

*Nombre ficticio de los entrevistados

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