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La mujer que ama a las abejas

En la Estación Experimental de Pastos y Forrajes Indio Hatuey, del municipio matancero de Perico, es recurrente ver muy ocupada a la doctora en Veterinaria Leydi Fonte Carballo. Ella es parte de una generación de científicos que se esfuerzan porque nuestra ciencia brille nacional e internacionalmente

 

Autor:

Hugo García

Perico, Matanzas.— De ojos profundamente azules, estatura promedio y 34 años de edad, así se nos presenta esta joven científica matancera, que habla de sus investigaciones con naturalidad, aunque sus resultados han conllevado muchas horas ante el microscopio, estudiando un tipo de abeja cubana y soñando en grande con el avance de nuestro país.

En la Estación Experimental de Pastos y Forrajes Indio Hatuey, en el municipio de Perico, es recurrente ver a la doctora en Veterinaria Leydi Fonte Carballo en el laboratorio, en el campo junto a las colmenas de la abeja Melipona beecheii o en otras tareas investigativas. La muchacha —habanera de nacimiento y matancera de corazón—, es madre de una niña que considera su mayor tesoro y vive orgullosa de ser una mujer que ama a las abejas.

Es un privilegio conversar con ella, quien participó en el 19no. Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, en Sochi, Rusia; posee la categoría científica de Investigadora Agregada e imparte conferencias de orientación vocacional hacia la carrera de Medicina Veterinaria en varias escuelas. Ella forma parte de una generación de científicos que se esfuerzan porque nuestra ciencia brille nacional e internacionalmente.

—¿Es cierto que investigas la única especie de abeja sin aguijón precolombina, la Melipona beecheii?

—Así es, de hecho, el sabio Felipe Poey y Aloy, en sus Memorias sobre la Historia Natural de la Isla de Cuba, dejó evidencias claras de que los aborígenes cubanos ya convivían con estas. Como se muestra en la siguiente descripción: «Es indígena, sin aguijón, su cera es negruzca, blanda y se le llama Cera virgen o Lacre de Colmena… Puedo afirmar que las abejas de la Isla de Cuba, son inermes… Estas abejitas merecen sin duda alguna una atención esmerada».

—¿Cuál es la situación actual de esa abeja autóctona?

—Sus poblaciones son pequeñas y están formadas por un promedio de entre 800 y 1 200 individuos adultos; su hábitat se ve afectado en la medida en que avanza la deforestación por la pérdida de sus habitáculos, pues  establecen sus colonias en las cavidades de los árboles.

—¿Cuáles han sido los aportes científicos de tus estudios?

—Durante los 12 años de trabajo en el tema, junto a los doctores Jorge Demedio Lorenzo y Walberto Lóriga Peña, ambos profesores de la Universidad Agraria de La Habana, nos hemos enfocado en el estudio de la biología, el manejo y la reproducción de esta especie para contribuir a su rescate.

«Me dedico a evaluar todas las posibles actividades biológicas que presentan los extractos de plantas con las cuales trabajamos. En este caso me enfoco más en los productos de la colmena: la miel, el polen y el propóleo. Evaluamos las propiedades antimicrobianas y antioxidantes que presentan, sobre todo la miel de esta abeja de la tierra, porque muchos de estos productos lo que hacen es ayudar al organismo a reducir el daño inducido por el estrés oxidativo que ocurre de manera fisiológica en nuestros cuerpos.

«Mi trabajo se titula Obtención y caracterización del aceite esencial de propóleos, obtenido de la Melipona beecheii (especie que se conoce comúnmente en Cuba como abeja de la tierra). Estudiamos la composición que tenía el perfil de ese aceite y observamos que el compuesto mayoritario fue el esquiterpeno beta-cariofileno.

«Los terpenos poseen baja toxicidad y son buenos agentes penetradores de la piel; por eso muchas cremas y pomadas que se usan para tratar afecciones de la piel, como el cáncer, su principio activo está compuesto por metabolitos secundarios que pertenecen a este grupo. Ese es uno de los resultados y destaca la importancia que reviste.

«Este producto es natural y está al alcance de todos, porque las abejas de la tierra acopian y producen mucho propóleo con buenas propiedades cicatrizantes, y se pueden explotar más. Ya en el mercado nacional en toda la red de farmacias se vende la tintura de propóleo, y esta es otra aplicación más que podríamos explotar de una abeja autóctona, que se conoce desde la época de los aborígenes en Cuba, un coto de la reserva genética, una especie que se prioriza y se está enraizando».

—¿Qué otros valores medicinales posee la miel de esa abeja?

—Muchos, y de hecho parte de mi tesis de maestría estuvo enfocada a la evaluación del potencial antimicrobiano in vitro de mieles producidas por estas abejas con buenos resultados frente a la bacteria Gram positiva Staphylococcus aureus.

—Tus mayores aspiraciones como joven científica...

—Culminar exitosamente mi formación doctoral y así cumplir con una necesidad del país. Y en segundo lugar, continuar las investigaciones, junto a los meliponicultores cubanos, para lograr que esta rama alcance el nivel de desarrollo que se necesita, por el valioso aporte que estos animales hacen al servicio ecosistémico de polinización, de vital importancia para garantizar una diversidad, abundancia de semillas y frutos indispensables para la alimentación y subsistencia de los animales y del hombre.

                                                                                       Desde el laboratorio, Leydi descubre los encantos de la biología.

—¿Qué sueñas con esta investigación?

—Damos pequeños pasos; el país se organiza en lo relacionado con este tipo de abejas, pero ya tenemos logros, al haber podido realizar tres talleres nacionales de meliponicultura y la empresa Apicuba incluyó en su objeto social también a esta especie.

—¿Qué ha significado en tu vida el reconocimiento de Asociado Joven de la Academia de Ciencias de Cuba?

—Una inmensa alegría, por tener el privilegio de representar el quehacer científico de los jóvenes de la Estación Experimental de Pastos y Forrajes Indio Hatuey. Además de la gran oportunidad que se me ofrece de intercambio de experiencias y aprendizaje con excelentes investigadores de reconocida trayectoria en nuestro país.

—¿El hecho de haber sido la secretaria general del comité de la UJC te limitó o enriqueció tu trabajo?

—No pienso que haya limitado mi trabajo; al contrario, me dio la oportunidad de madurar y crecer como persona al tener que llevar a cabo esta dualidad. Es un reto difícil, pero que se consigue con responsabilidad y compromiso. El mayor encanto es haber ganado el respeto, la confianza y el cariño de todos los jóvenes que dirigí durante cuatro años como secretaria general.

—¿Cuánto valoras el mundo de la docencia?

—La docencia tiene un valor inestimable para mí. Gracias a mis profesores me formé como veterinaria e intento retribuir de algún modo lo que me enseñaron, mediante la orientación vocacional a niños, adolescentes y jóvenes. Estas tres etapas son muy importantes para la formación de un futuro profesional y muchas veces se tienen dudas porque no se ha realizado una correcta orientación vocacional respecto a la carrera por la cual se pretende optar.

—¿Has tenido tropiezos como investigadora?

—Muchos, pero hubo uno en especial que me marcó. En mis inicios en el laboratorio de biotecnología de la estación, tenía prisa por tener los resultados de un experimento y no leí bien la etiqueta de un medio de cultivo; necesitaba el medio de cultivo sólido y utilicé el frasco del medio líquido para pesar y preparar la solución que posteriormente pondría en la autoclave. Al día siguiente, cuando mis placas con el medio de cultivo no gelificaron mi tutora me llevó al estante donde se colocaban los medios para explicarme cuál había sido mi error, y desde ese día nunca me he vuelto a confundir, he leído detenidamente todas las etiquetas de los reactivos.

—¿Por qué te inclinaste por la veterinaria?

—Mi papá y mi abuelo siempre criaron animales y desde pequeña me gustaba pasar largas horas ayudándolos a cuidarlos. Aunque mi verdadera vocación surgió a raíz de la muerte de una perra que tuve y decidí que tenía que hacerme veterinaria para salvar mis próximas mascotas.

—¿La mayor satisfacción de ser una científica cubana?

—Aportar cada día con mi trabajo al desarrollo de la ciencia en Cuba. Me falta por alcanzar el título de Doctora en Ciencias Veterinarias. Le dedico muchísimo tiempo al trabajo porque amo mi profesión y disfruto lo que hago. Como joven científica me siento bien, porque mi gran pasión son las abejas, y a pesar de estar en un centro cuyas principales líneas de investigación no son esas, sí he podido, en la medida de las posibilidades, desarrollarme y aportar a la investigación como joven.

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