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Bioléctrica en Ciego de Ávila, la primera puerta

La bioeléctrica que se construye en áreas del central Ciro Redondo, primera de su tipo en el país, se encuentra en fase de avanzada para entrar en funcionamiento con su primera caldera

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

CIRO REDONDO, Ciego de Ávila.— La caldera no es tal caldera. No como algunos la puedan imaginar. La caldera de la primera bioeléctrica que tendrá Cuba, en verdad, es un edificio metálico de 42 metros de alto por 14 de ancho por el que se sube a través de unas escaleras (también metálicas) en las cuales resuenan los pasos como si fueran martillos, y por donde también debes agacharte en los entrepisos o saltar entre tuberías por donde cabe una persona acostada.

El traqueteo de la construcción se convierte en un murmullo a medida que subes. Hierros que caen o rechinan. Voces de gentes. Golpeteo de algo que no sabes exactamente qué es. Todo se evapora en el aire. Hasta el chasquido de las soldaduras se vuelven un recuerdo. Hace unos minutos eran un silbido insistente, y ahora se convirtieron en un resplandor lejano, que solo puedes ver cuando pasas por unas tuberías y te asomas por las barandas de la caldera.

Ya en el último piso —el domo de la caldera, como le dicen— la vista no puede ser mejor. Todo aparece bañado en azul, sobre todo el horizonte. Desde allí se pueden observar con detalle las cinco hectáreas que tendrá la bioeléctrica cuando esté concluida, pero también hay más, se ve el poblado de Ciro Redondo, como si fuera las cuadrículas de un mapa.

Se ven los campos de cañas y de cultivos, las extensiones de marabú y las áreas que han limpiado las máquinas de la bioeléctrica. Se observan, además, casi en un destello, la carretera de Ciego de Ávila a Morón y, a lo lejos, en un resplandor azul, la loma de Cunagua.

Es un paisaje para quedarse a mirar. Solo que el viento sopla y lo hace como en la madrugada en Ciro Redondo: frío y bien húmedo, tanto que uno llega a pensar que la ropa se va a ensopar. Es un aire que se desliza por cualquier agujero de la ropa. Y, aún así, el paisaje en medio del resplandor azul es un privilegio difícil de rechazar. Pero el viento es insistente. En el domo se siente un silbido. El temblor es inevitable, junto a unas palabras que dicen: «Coño, hace frío aquí». 

Un detalle Técnico I

A la caldera le dicen la jimagua porque es idéntica a otra que se construye a su lado. El pasado jueves 16 de enero, a las 3:05 p.m., empezó a adquirir presión hasta llegar a los 540 grados Celsius de temperatura. Entonces, una presión de 120 toneladas por hora empezó a mover las máquinas en la sala de turbinas y la bioeléctrica comenzó a entregar corriente al Sistema Electroenergético Nacional (SEN).

En las 72 horas que duraron las pruebas de fiabilidad, la planta entregó 1 515 MW —un promedio de 500 MW diarios— a través de la combustión de 2 120 toneladas de marabú bien desmenuzado, hecho tiritas. Nada de petróleo. O casi nada, porque en solo tres días solo se usaron 800 kilogramos de diésel; pero solo una vez: para encender la Jimagua I.

El humo ausente

«No echó humo», dice Carmen Taboada Hernández, vicepresidenta de la empresa mixta Biopower S.A. «La gente la veía, sabíamos que estaba funcionando; pero todos nos preguntábamos: “¿Y el humo?”».

Carmen ha estado a pie de obra desde que se iniciaron los trabajos el 27 de abril de 2017 con la ceremonia de colocación de la primera piedra. Desde esa fecha hasta estos días ha enfrentado las tensiones de un proceso de construcción, instalación y puesta en marcha de un equipamiento, en muchos sentidos, nuevo para el país. Por eso, aunque quiera evitarlo, en la voz se le nota cierto orgullo cuando habla de la bioeléctrica.

Biopower S.A., nos explica, está conformado por capital cubano-británico a partir de la asociación entre la empresa Zerus, del Grupo Azcuba, y la firma británica Havana Energy. La sociedad se creó para la construcción y administración de una planta generadora de electricidad que, en vez de quemar petróleo, utilizará el bagazo de caña obtenido del central Ciro Redondo en tiempos de zafra a partir de otro tipo de biomasa cuando concluya la molienda.

«Biopower —explica Carmen— hizo la licitación para la construcción de la bioeléctrica, la cual obtuvo la Shanghái Electric, una sucursal del Instituto de Ingeniería Mecánica y Eléctrica de Shanghái. El proyecto implicaba que la planta empezara a funcionar en 2019.

«Después de vencer la fase de pruebas, podemos decir que entraremos en funcionamiento en la segunda quincena de este mes con la primera caldera. La segunda deberá probarse en marzo y a mediados de ese mes entrará en operaciones. Es decir, antes de finalizar el primer semestre de este año, la bioeléctrica del central Ciro Redondo generará a plena capacidad».

El central Ciro Redondo le entregará su bagazo a la bioléctrica. Ella devolverá el gesto con la energía y el vapor que el ingenio necesita para su molienda.

Un detalle Técnico II

Cuando esto ocurra, la planta entregará hasta 60 MW de corriente y el país dejará de consumir 100 000 toneladas de petróleo al año junto a las 300 toneladas de CO2 que se dejarán de emitir a la atmósfera. Quedarían otros objetos de obras, como los viales, áreas verdes y los edificios socioadministrativos, los que deberán finalizarse para mediados de este año, cuando la construcción quede concluida. Entonces, para esa fecha, se habrán cumplido los más de 185 949 500 pesos como monto total de la inversión, de los cuales 141 millones se destinaron a la bioeléctrica.

La planta no falló

Ángel Antonio Expósito Báez es supervisor de automática de la bioeléctrica y tiene 28 años. Dentro de los 230 trabajadores que hoy tiene Biopower que trabajan entre la planta y la cosecha de marabú, Tonito —como le dicen— pertenece a ese 32,4 por ciento de menores de 35 años. Eso sin contar a los 226 cubanos de Azcuba que trabajan a pie de obra en el montaje, junto con los 236 obreros y técnicos chinos quienes, en buena medida, también son jóvenes. Es decir, la primera bioeléctrica de Cuba es una obra juvenil.

Tonito, que es oriundo de Ciro Redondo, se conoce la planta como la palma de su mano. Anda con soltura entre los hierros y habla con naturalidad de cada recodo; incluso hasta señala las cámaras de televisión para verificar el quemado de las calderas. Antes de venir para la bioeléctrica, en sus palabras, se «fogueó» en la Organización Básica Eléctrica de Cayo Coco.

«Aquello fue un aprendizaje tremendo —dice—, pero aquí tuvimos que estudiar de nuevo. Si no conoces los procesos, no eres un automático. Además, todo el equipamiento es muy nuevo. Los especialistas extranjeros que han venido a la supervisión aseguran que es una de las bioeléctricas más modernas que se construyen en el mundo en estos momentos».

El joven abre una puerta y anuncia: «Este es el salón de control». A la vista aparece una gran sala con una mesa muy larga llena de computadoras. El salón y la mesa están llenos de técnicos chinos. Delante hay un panel inmenso, que casi cubre una pared con varios monitores de más de 32 pulgadas desde los cuales se observa un anuncio en inglés: «Gran suceso: prueba de bioeléctrica de Ciro Redondo vencida satisfactoriamente».

En el extremo derecho de la mesa hay un joven sentado. Tonito nos lo presenta. Se llama Yander Álvarez González y es uno de los cuatro operadores cubanos de la planta. Ellos son Roilén Vega, Alexis Trujillo y Ernesto Gil. Junto con Yander son los encargados, de conjunto con los técnicos chinos, de conducir los parámetros en los distintos turnos de trabajo.

«¿Cómo te va el trabajo con los chinos?», le preguntamos. El muchacho se echa a reír. «No, bien —responde—. Ahorita yo hablo mejor el chino mandarín que ellos». Hace un gesto con la mano y aclara: «Es una broma, no es para tanto; pero logramos entendernos bien en el trabajo: medio inglés, medio cubano y medio chino, y con la ayuda de una traductora de ellos caminamos sin problemas. No hay lío».

Tonito y Yander brindan un dato: el central Ciro Redondo le entregará bagazo a la bioeléctrica y esta le entregará la energía y el vapor que el ingenio necesita para la molida. En la relación de detalles de este matrimonio energético, ellos empiezan a contar sus vivencias en los días de pruebas. Pasados unos minutos, en los cuales no dejan de señalar gráficos y secciones en la computadora y el panel, en la conversación se percibe que los dos muchachos hablan de la planta como si fuera un ser vivo.

«Ella empezó a generar bien estable a las dos horas del encendido —cuentan—. Una cosa importante: ella se autoabastece de la propia energía que genera. Aquí encendimos todas las luces y equipos. De noche parecía que era de día y el consumo interno se marcó en un tope de seis MW. Otra cosa fue el seguimiento. Cada una hora mirábamos todos los indicadores, sobre todo en el día, los picos y la madrugada. Pero lo más importante es que no chistó. Se mantuvo tranquila. La planta, sencillamente, no falló».

Una ceniza que no es tan ceniza

Debajo de la Jimagua I hay una lomita de un polvo gris tirando a oscuro. Cuando lo tomas en la mano, parece arena de playa. Ante la pregunta, enseguida aclaran: es la ceniza de la biomasa de marabú. Y enseguida viene la otra interrogante: si en 72 horas la planta se tragó más de 2 000 toneladas de marabú, ¿qué van a hacer con la ceniza generada cuando la bioeléctrica esté en pleno funcionamiento?

La respuesta se dirige a una persona: el ingeniero Pedro Julio de la Torre Alejo, supervisor principal de la obra civil. Fornido y pelado bajito, con una ropa llena de polvo, Pedro Julio aparece en la oficina con una cubeta de ceniza. «Yo creo que esto tiene posibilidades, pero hay que demostrarlo en los laboratorios, ellos son los que tienen la última palabra», dice antes de sentarse en una silla giratoria, también llena de polvo.

Suelta un suspiro, hojea unos papeles y continúa: «Mire, a nosotros nos picó la misma pregunta que usted hizo sobre la ceniza. Y como andamos en el giro de la innovación, pues empezamos a buscar alternativas. Hemos hecho algunas cosas muy prácticas y pensamos que Biopower tiene la posibilidad de insertarse en una línea de desarrollo local y obtener un producto impermeabilizante».

A través de una combinación de la ceniza con el betún del asfalto líquido y otros ingredientes, Pedro Julio logró un material que ha demostrado sus virtudes para sellar fisuras y reforzar la adhesión de losas. Una de las pruebas se realizó en el tanque de agua de una vivienda. El recipiente tenía una filtración, que se eliminó al aplicarse la mezcla.

«Otros ensayos —continúa Pedro Julio— se realizaron con las losas para el enchape de baños y cocinas. El nivel de adherencia fue muy bueno. Esto nos indica que estamos ante un producto que pudiera tener diversos usos, entre ellos la impermeabilización de las viviendas y sus áreas húmedas, que es un tema muy sensible, sobre todo en los edificios. Pero ya le digo: para tener una conclusión definitiva se necesita el financiamiento para llevar la mezcla al laboratorio y que allí se diga la última palabra».

Estas turbinas se movieron por la presión de 120 toneladas de vapor.

Un detalle (muy) técnico III (y final)

La hora de los balances se acerca. En muchos sentidos, esa bioeléctrica, por ser la primera, es una escuela de lo que se debe hacer y de lo que se debe prevenir en el futuro con obras similares. Los especialistas coinciden en la imperiosa necesidad de agilizar los trámites de todo tipo. Esta inversión tuvo unos cuantos dolores de cabeza por esa parte, y el financiamiento con una asociación extranjera tiene requerimientos cuyos incumplimientos conllevan la penalización.

También está la cuestión en la estabilidad de suministros y, sobre todo, el fomento de las áreas de biomasa. La bioeléctrica tiene asegurado un respaldo de al menos dos años con la alta densidad de marabú en los 15 kilómetros a la redonda, que superan entre las 60 y 120 toneladas por hectárea, de acuerdo con los estudios realizados. Sin embargo, ni las calderas ni las máquinas cosechadoras se entienden mucho con el marabú. Hay que crecer con caña y también fomentar los bosques industriales. Y mientras más rápido, mejor.

Oportunidades abiertas

«También hay unas oportunidades muy grandes, no solo con la generación de energía, la generación de empleo y la rápida liberación de tierras infectadas de marabú», advierte Abilio Hernández Díaz, el joven supervisor de mecánica y que ha estado en la inversión desde sus inicios.

«La industria nacional, por ejemplo, tiene la posibilidad de producir las piezas y accesorios que se necesitan para una planta como esta. Otra oportunidad es la posibilidad de integrar al personal universitario y de nivel medio de carreras afines con la planta. Aquí hay una posibilidad muy grande de interactuar con un equipamiento muy novedoso  que permite actualizar los conocimientos. Esta bioeléctrica es una puerta que se abre y tenemos que aprovecharla bien».

Cuando la zafra termine, cada 72 horas, por las esteras pasarán 2 000 toneladas de marabú en dirección a las calderas.

Aportes necesarios

Foto: Cortesía de Biopower

  • Se ahorrarán unas 100 000 toneladas de petróleo por año, con el ahorro de divisa en la compra de combustible.
  • La bioeléctrica reducirá las emisiones de gases de efecto invernadero en el sistema eléctrico cubano.
  • Se liberarán cerca de 1 500 a 2 000 hectáreas de tierras agrícolas cada año a través de la eliminación de marabú.

 

 

Ubicación satelital de la bioeléctrica

 

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