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Los regalos de María Clara

«Este es un tiempo para aprender y hacer lo que siempre hemos soñado», dice esta adolescente de 12 años que «burló» su aislamiento en el perfil de Facebook de su madre

 

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

 

Sobre la cama yace el vestido de guayabera azul. Dos ojos negros inmensos lo escanean de una punta a la otra. Sus medidas no se ciñen a su pequeña estatura, piensa María Clara en un evidente desafío.

Camina frente a la inmóvil pieza. Sabe que la inquietud no es buena consejera. Mas la búsqueda de una solución le sobrepasa. En breve iniciará el espectáculo. Tres pasos a la derecha, dos a la izquierda y, finalmente, una sonrisa sella el ambiente hostil: ¡No hay cinto que se resista a acortar distancias entre tallas inmensas y delgadas cinturas! Mangas hacia arriba y cuello desencajado terminan el esforzado acomodo. Lazo, también azul, a un lado de un voluminoso moño y la fiesta rompe.

«Vengo a cantarte/para alumbrar tu bohío/para que sepas que el canto mío/te hará de mí enamorarte», deja escapar de súbito en medio del cuarto y la pantalla del celular se hace pequeña.

Mamá, el único público en ese instante, sonríe ante cada inflexión de la voz de la artista en ciernes. La adolescente sube y baja las manos. Lanza sus frases con dulzura para honrar a cada hombre y mujer de ese campo que conoce bien, porque El Jíbaro, comunidad rural del municipio espirituano de La Sierpe, donde vive desde que puso su mirada sobre la tierra, respira gracias a los esfuerzos diarios del campesinado. A los pocos minutos, su homenaje le da la vuelta al mundo.

Cada video de María Clara Gómez Díaz disipa su aburrimiento y energiza a quienes devuelven un emoticón o un comentario en el perfil de Facebook de su progenitora, Dunia Díaz Ávalos: «Este es un tiempo para aprender y hacer lo que siempre hemos soñado», alega con una seriedad que sorprende cuando se contabilizan sus 12 abriles.

Es una de las tantas lecciones de resiliencia que da esta alumna de la secundaria básica Ernesto Valdés Muñoz, en una comunidad donde el arroz florece natural. Esas 24 horas en casa se multiplican cada día en el descubrimiento de otros mundos.

Tanto así que ya sueña vestirse de blanco, con gorro, guantes y nasobuco, y adentrarse a través del microscopio a imperceptibles partículas. Asegura haberse enamorado de esa profesión mediante los reportajes televisivos sobre el equipo del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK) y las múltiples lecturas que calman, un tanto, sus intensas búsquedas de ese «bichito» que le ha cambiado la vida a todo el orbe.

«Me gustan otras carreras, como Periodismo, y todas las manifestaciones del arte, sobre todo baile y canto, aunque confieso que soy una aficionada», remarca cada sílaba con un movimiento ocular acentuado.

Más allá de su hogar muchas personas conocen de ese especial pasatiempo que María Clara utiliza para sostener con lazo corto las ganas de salir corriendo por los trillos o de jugar bajo la sombra del centenario algarrobo que marca el sitio histórico donde las tropas de Máximo Gómez no permitieron el ultraje a nuestra bandera.

Tiene un itinerario mental que cumple minuciosamente: Teleclases, tareas, llamadas a amistades o familiares y búsqueda de un nuevo tema para compartir en las redes sociales: «Es mi aporte en estos días, y en cada video reconozco a nuestro personal de salud y a todos los que permanecen en casa, como se nos ha pedido», insiste.

La prosa de Mario Benedetti y las ideas que llegan a su mente se han multiplicado por ese infinito universo digital que rompe barreras geográficas e idiomáticas y deja escapar del confinamiento, no sólo los sueños de María Carla, sino los de otros muchos adolescentes y niños, quienes han respondido con madurez al nuevo contexto porque comprendieron desde el primer día que nada sería igual. Que los juegos nacerían desde la individualidad o en la distancia de balcones y portales. Que ya las clases no tendrían la gracia de comentarle al de al lado quién ganó en el videojuego de turno. Que el calor tendría como aderezo al nasobuco. Que abrazos y besos se postergan hasta nuevo aviso, y que todo cuanto tengan a mano, celulares, tablets, cartones, pinceles, pedazos de tela… ayuda a canalizar sus necesidades espirituales.

Y lo han asimilado tan bien que se han convertido en ejemplo de casas, barrios y comunidades con esa capacidad de reinventarse a diario. Porque en esta Isla ninguno de esos locos bajitos se ha quedado de brazos cruzados durante el confinamiento. 

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