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Cuando las mujeres se fueron a la guerra

En las gestas independentistas la mujer se enfrentó a los mayores sufrimientos y desafió actitudes patriarcales que lanzaron sobre ellas un manto de silencio. Pero la Historia habla y sobrecoge con sus palabras

Autor:

Yahily Hernández Porto

CAMAGÜEY.— Cuenta la escritora camagüeyana Aurelia Castillo de González que Ignacio Agramonte se encontraba en su campamento cuando recibió una noticia. Acababa de llegar una joven que venía desde la ciudad de Puerto Príncipe, y para llegar hasta El Mayor había pasado por peligros inmensos, que incluso ponían en sobresalto al más valiente de los soldados. Los mambises la miraban conmovidos.

«Era una de aquellas mujeres heroicas que se vieron, por centenas quizá, en las guerras de Cuba, ángeles desarmados en medio de la pelea, que se deslizaban como podían, burlando la vigilancia española para llevar auxilios, medicinas, noticias a los idolatrados insurrectos…», escribió Aurelia en su texto Ignacio Agramonte en la vida privada.

No fue un hecho aislado. «Sería imperdonable —escribió la investigadora Raquel Vinat de la Mata—, que cuando se redacte la historia de la formación y consolidación de la identidad cubana, olvidar el capítulo escrito (con sangre y sacrificio) por las mujeres en medio de las más adversas circunstancias personales y locales».

Y es que la incorporación de familias completas a la conspiración contra España y a la guerra es un fenómeno, según la notable investigadora Elda Cento Gómez, recientemente fallecida, que ocupa con sus predecibles especificidades regionales a toda la Isla, e insiste la académica en que la «primogenitura camagüeyana en estas lides revolucionarias es un fuerte asidero para la tradición», que llega hasta las luchas del presente por preservar una Cuba soberana.

El primer acto

José Martí, en su artículo El 10 de Abril, aseveró que uno de los primero actos de rebeldía de las cubanas fue realizado por mujeres principeñas el 12 de agosto de 1851, cuando decidieron cortarse el cabello, vestir de negro y asomarse a las puertas de la calle por donde caminarían hacia el fusilamiento los patriotas Joaquín de Agüero y Agüero, Fernando de Zayas y Cisneros, Miguel Antonio Benavides Pardo y José Tomás Betancourt y Zayas, protagonistas del alzamiento del 8 de julio del mismo año.

Fue tanta la rebeldía acumulada en las mujeres de la extensa llanura que asumir una actitud tan radical y masiva «en medio de una fortísima represión con ejecuciones y deportaciones, en una sociedad muy tradicionalista, con rígidos códigos en el comportamiento social (…), conllevó al surgimiento de una copla popular, que circuló por todo el oriente de la Isla: “Aquella camagüeyana/ que no se corte el pelo/ no es digna que en nuestro suelo/ la miremos como hermana”».

El acto de cortarse el cabello tiene antecedentes profundos. La historiadora Teresa Fernández Soneira, en el primer tomo de su obra Mujeres de la Patria. Contribución de la mujer a la independencia de Cuba, reconoce la antigüedad de ese gesto: «según el historiador Francisco Ponte Domínguez esto de cortarse las guedejas ya había ocurrido en 1807, antes de que se fijara el primer pasquín separatista en un palacio de la ciudad del Tínima. Por esa razón Ponte Domínguez afirma que fueron las mujeres las primeras en significarse y mostrar sus ansias de libertad».

La patria: cuna, familia y sangre

Ejemplo de valentía femenina fue la mostrada por la camagüeyana Marina Pierra de Poo, emparentada con el líder independentista Joaquín de Agüero, quien cosió la bandera enarbolada en el levantamiento de Jucaral, hecho que se acompañó por un soneto escrito por ella.

Ya en las cercanías de la guerra, las camagüeyanas crearon periódicos en los que hasta las linotipistas eran mujeres, para publicar artículos que evocaban la libertad de la Patria. Entre esas publicaciones se destacaba El Céfiro, que vio la luz en 1866 y fue una de las primeras publicaciones periódicas del interior del país, realizada por Sofía Estévez y Domitila García y Duménigo, en la que solo se aceptaban artículos escritos por mujeres con temáticas femeninas.

En su estudio Las mujeres se fueron a la guerra: los papeles asumidos, la historiadora Cento Gómez señala que ellas fueron las víctimas más numerosas en las contiendas independentistas.

¿Cómo sería el impacto de aquella transformación acelerada, que a pesar de estar acostumbradas a comodidades y disfrute social de la ciudad, se convertirían en enfermeras, costureras militares, y otros oficios para apoyar a los mambises o hacer frente en solitario al enemigo, que las llegó a contemplar como una amenaza y se ensañaban con ellas al capturarlas?

La incorporación de la mujer fue notable. Desde las más distinguidas a las más pobres; las negras, las libertas y las criollas. Ni siquiera las que permanecieron en sus hogares quedaron apartadas de la guerra libertadora, pues su presencia en la ciudad era vital para las tropas insurrectas.

Así lo describe la investigadora García Yero: «La vida en la ciudad no era fácil para aquellas que habían permanecido en ella y cuyas familias estaban en el campo insurreccional. Vivian en constante riesgo bajo la vigilancia de los españoles y los criollos traidores. A pesar de ello, cosían uniformes y banderas, acopiaban comida, medicinas y otros enseres, pero también mensajes y noticias para hacerlos llegar a la manigua. En ocasiones ellas mismas los transportaban, junto a los informes que delataban a las tropas españolas».

Primero usted me corta la mano

 

 

Amalia Simoni, una mujer leal a su patria y a su esposo, el mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz. Foto: Archivo de JR

Una página de inquebrantable lealtad la escribió Amalia Simoni, la esposa de Ignacio Agramonte, cuando al ser apresada en la finca Los Güiros, el 26 de mayo de 1870, fue presentada en San Juan de Dios al general Ramón Fajardo. El militar, luego de brindarle toda clase de atenciones, la invitó a escribirle una carta a El Mayor proponiéndole abandonar la contienda. Cuenta el historiador Ricardo Muñoz en Del Camagüey: historias para no olvidar: «Amalia se puso rápidamente en pie y dijo: “General, primero me corta usted la mano antes que yo escriba a mi marido que sea traidor”».

Muñoz también da fe de Inés Betancourt Varona, quien fue hecha prisionera junto a otros miembros de la familia en la finca Antón. El jefe español que la condujo a Puerto Príncipe le permitió que se alojara donde ella quisiera, a condición de presentarse al mediodía en la Comandancia General. De palabra fiel, esta camagüeyana así lo hizo.

Su captor, cuenta Ricardo Muñoz, la condujo al Comandante General, y para ayudar a que su castigo fuera menor, la introdujo con cierta hidalguía. «Esta señora pertenece a una familia distinguida, ayer en mi marcha se presentó». Pero Inés lo interrumpió de cuajo, «No, no, nosotros no nos hemos presentado. Somos prisioneros de guerra. Usted es el que prendió a mi familia en nuestra finca».

El Comandante General de la plaza ordenó el destierro. En corto tiempo la camagüeyana salió desde el puerto de Nuevitas hacia Nassau para continuar viaje a Nueva York, donde ella y sus hijas vivieron con el sustento de su trabajo. Ellas prefirieron el exilio en tierra lejana y extraña, antes que vivir como «presentadas», término que se empleaba para referirse a quienes se entregaban al enemigo para sobrevivir.

Una figura que sobresale es la de Ana Betancourt, conocida como la Adelantada, pues proclamó y solicitó por escrito la igualdad de la mujer en la sociedad cubana. Ana cayó en manos de los españoles el 9 de julio de 1871 en Rosalía del Chorrillo. Sus captores la mantuvieron tres meses amarrada en una ceiba a la intemperie en la sabana de Jobabo, como cebo para atraer al coronel Ignacio Mora de la Pera, su esposo. Pero ella no doblegó su espíritu ni cuando le hicieron soportar un simulacro de fusilamiento.

En un intento por someterla, los españoles propusieron que escribiera una carta al coronel en la que solicitara su rendición. La respuesta de Ana fue contundente: «Prefiero ser la viuda de un hombre de honor, a ser la esposa de un hombre sin dignidad y mancillado».

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