Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las pantallas de la discordia (I)

Cada vez es más frecuente ver a infantes con un dispositivo móvil entre sus manos o frente a la televisión. Lo mismo sucede con los adolescentes. ¿Cuán preocupante es este fenómeno en Cuba? ¿Cómo lo asumen las familias? ¿De qué forma ha influido la pandemia en este sentido? Juventud Rebelde buscó experiencias en varias provincias cubanas

Autores:

Odalis Riquenes Cutiño
Yuniel Labacena Romero
Liudmila Peña Herrera
Dorelys Canivell Canal

La adicción al móvil y a aparatos similares se ha hecho común entre los adultos cubanos durante el largo período de confinamiento que hemos tenido que experimentar a causa de la pandemia. A la necesidad de interacción social y comunicación con familiares y amigos, se suma también el teletrabajo, que no solo ha obligado a cientos de personas a estar frente a sus pantallas combinando los quehaceres domésticos, sino que también ha significado una especie de «tentación» para activar los datos móviles o la conexión wifi, o simplemente pasar largo tiempo mirando la televisión o jugando con los aparatos electrónicos, como una forma de entretenimiento.

Esta nueva obligada realidad preocupa a los expertos en todo el mundo, que asocian estos comportamientos con episodios de ansiedad, obesidad, dificultad para dormir, problemas crónicos del cuello y la espalda, depresión, entre otros muchos. Pero las alarmas saltan, sobre todo, porque estas conductas se han trasladado también al plano de los niños y los adolescentes, en quienes la repercusión puede ser mucho más seria debido a que, en esas edades, no siempre se pueden distinguir los límites saludables para el uso de las tecnologías y los peligros que existen en internet.

Estadísticas internacionales muestran el alcance del fenómeno. Por ejemplo, el periódico español El País publicó, en enero de 2019, los resultados de un estudio realizado por la sicóloga Sheri Madigan, investigadora de la Universidad de Calgary (Canadá), durante una década.

Su pesquisa siguió a 2 400 niños canadienses y mostró que cuanto mayor era el tiempo pasado delante de pantallas a los dos y tres años, peor era el desempeño de los infantes a los tres y cinco años, cuando se les realizaba un test de desarrollo, que incluyó comunicación, habilidades motoras, resolución de problemas y habilidades sociales. Entre los niños estudiados, el pico de uso de pantallas se dio a los tres años, antes de escolarizarse, con 25 horas por semana como promedio.

Datos más recientes en diferentes partes del mundo revelan que el fenómeno está globalizado. La organización Parents Together, con más de dos millones de miembros en su web y en redes sociales, realizó una encuesta en abril de 2020 con la participación de más de 3 000 padres y madres.

Esta mostró que casi la mitad de los hijos de los encuestados (48 por ciento) pasaban más de seis horas al día en línea, un aumento de casi el 500 por ciento desde antes de la pandemia. Y a inicios de este año la Unicef publicaba en su web un titular en el que afirmaba que «aumenta la preocupación por el bienestar de los niños y los jóvenes ante el incremento del tiempo que pasan frente a las pantallas».

En este sentido, la Academia Americana de Pediatría ha insistido en que los menores de 18 meses no deben exponerse a este tipo de productos, y en el caso de niños de dos a cinco años debe haber un límite de una hora por día. Sin embargo, a raíz del confinamiento por la COVID-19, la institución transformó por otra variante la indicación anterior, la cual se ha tornado mucho más polémica: «En pandemia, lo que importa es el niño, el contenido y el contexto, también conocida como la regla de las tres C, por sus siglas en inglés (child, content, context)».

De lo ideal a lo real

Si este debate hubiese ocurrido unos pocos años atrás, hubiese sido lógico pensar que Cuba estaba a salvo de tales efectos, pues el uso de la internet, las redes sociales y las —al parecer— «pantallas de la discordia» no eran de uso tan generalizado entre la población infanto-juvenil como lo es en la actualidad.

Sin embargo, las opiniones de madres y padres obtenidas para este reportaje en varias provincias del país confirman que si antes este era un asunto que debía ocupar a las familias, con la llegada de la pandemia se ha convertido en una realidad en buena parte de los hogares cubanos.

La santiaguera Alina González tiene dos hijos, un varón de nueve años y una adolescente de 18. Al principio, internet le parecía una manera segura de llenar los días de aislamiento de los chicos, pues podían entretenerse con muñequitos, documentales, series; jugar, intercambiar y hacer los trabajos de la escuela a través de Facebook o los grupos de WhatsApp. Al mismo tiempo, pensaba que estaban resguardados, mientras ella asumía las nuevas rutinas que llegaron junto a la pandemia.

«Hoy siento que están saturados de tanta tecnología —confiesa—. Piensan en el teléfono antes que en el desayuno. Muchas veces los noto ansiosos y tengo que ponerme fuerte con el pequeño para que lea o haga las tareas de las teleclases. Debo apelar a mil cosas para que se acuesten a su hora, y he debido sumar una ocupación más: descubrir en qué emplean tiempo cuando se conectan».

Alina no conoce ninguna herramienta que le permita controlar lo que hacen sus hijos cuando acceden a internet. Por eso siempre está atenta a lo que consumen, presta a aclarar conceptos o dudas.

Por su parte, la granmense Anlly Estrada cuenta que hasta los dos años no dejó que su pequeño se habituara a andar con estos tipos de dispositivos, pero «llegó la cuarentena y empecé a ceder. Ahora le gustan demasiado. Contradictoriamente a lo que he leído, con las canciones ha aprendido mucho: los colores, figuras geométricas, cuenta hasta 20, se sabe las vocales; pero igual lo limito a una hora en la mañana y una hora en la tarde, y da tremenda lucha cuando se lo quito».

Carol, de seis años, descubrió los «gatos móviles» a los cuatro. Su mamá, la holguinera Yanisleidys Martínez, le permite activarlos como premio a una buena acción o dependiendo de su comportamiento, pero siempre bajo supervisión. Ella dice que «en este tiempo de confinamiento, la niña emplea mucho Google para conocer más sobre sus muñes favoritos, y el WhatsApp para comunicarse con la familia. Para ello creamos un grupo que es al único al que puede entrar».

Asegura la joven que ha intentado instalar herramientas prediseñadas para el control parental, sin embargo, no ha logrado que le funcionen. «Me gustaría que pasara menos tiempo con el teléfono, pero con nosostros como patrón más cercano, todo el día pegados a la PC o con el móvil en modo teletrabajo, está difícil».

Justamente, los rigores del trabajo desde casa fueron los que llevaron a RM*, residente en La Habana, a permitirle a su hijo de dos años el uso de tablet y PC conectados a internet durante buena parte del día para entretenerlo. Por un tiempo ella y su esposo usaron YouTube Kids para restringir las sugerencias de videos, pero ya no lo usan «porque fueron cambiando los gustos del nene en cuanto a complejidad de los animados, pues se aburría pronto». Aunque está consciente de que su experiencia con respecto a la exposición a las pantallas no debe ser tomada como ejemplo a seguir, la comparte para ayudar a visibilizar las consecuencias que esta puede ocasionar:

«Todo 2020 estuvimos sin círculo otorgado y con las guarderías particulares cerradas. Para poder teletrabajar, el consumo de internet que le permitimos fue exagerado. Hoy tiene un ligero retraso en el habla, que ya ha ido corrigiendo con la ayuda del círculo infantil, y también una ligera miopía —probablemente hereditaria, según dijo la doctora—, aunque nos queda cargo de conciencia.

«Ya hemos reducido la sobrexposición a internet, y hemos tenido períodos de desintoxicación, sobre todo durante las vacaciones de su papá o mías. Pero no hemos logrado llegar al límite de una hora al día, pues nuestros trabajos nos exigen conexión permanente y con semejante ejemplo se ha hecho difícil una reducción en el niño».

Experiencia similar ha vivido Yaritza Cabrera con su hija mayor, a quien dejó interactuar demasiado temprano con la tecnología y esta le provocó un retraso en el habla, así que hubo que rectificar, explica.

De noveles gamers y youtubers

La pinareña Sisely González, madre de un niño de siete años, cuenta que «lo que más le llamó la atención en un momento determinado fue que, a pesar de que tiene un Playstation con los mismos juegos que ve en YouTube, no jugaba, sino que prefería seguir a los youtubers. Consumía muchas horas de internet y a veces no escuchaba cuando le hablábamos, además de que le daba mucha importancia a lo que decía el youtuber. Por eso le pusimos horarios. Así logramos ocuparlo en otras cuestiones».

Una historia parecida de fascinación por el mundo YouTube protagoniza el pequeño Tomás Ramos Jares, de siete años, quien habla a la cámara sobre la naturaleza, las características de los animales y explica cómo se transmite el nuevo coronavirus, a través de su canal El Duende Youtuber, una idea que concretó con la ayuda de su primo, el niño  Claudio Jares La Rosa.

Para su mamá, la periodista Nalena Jares, «el uso de internet por los niños de la casa ha sido un alivio en tiempos de pandemia. Además de entretenerse, han aprendido de animales, minerales, piedras preciosas… Mi sobrino, que es quien graba y edita los videos, accede a mucha información, que le ha servido para afianzar sus conocimientos.

«Internet es una jungla —afirma—, pero no creo que debamos limitar su acceso, sino dosificarlo y estar pendientes de que aprovechen los beneficios y desechen lo dañino. Es imprescindible estar al tanto y ganar su confianza para que no sientan temor a que veamos lo que hacen».

Los consumos en internet y las redes sociales dependen de los intereses y las preferencias de estos noveles usuarios. Así lo confirmó Juventud Rebelde a través de entrevistas a una decena de niños y adolescentes santiagueros entre seis y 18 años.

Uno de ellos fue Raulito, de ocho años, quien sueña con ser un gamer famoso, y explica los avatares de videojuegos como GTA San Andreas, World of Warcraft y Dragon Mania. Él quisiera tener una cuenta en internet porque así podría jugar Minecraft en línea, pero su mamá no lo deja.

Richard, de diez, prefiere descargar documentales sobre la naturaleza, la historia y los animes… A Natalia, de nueve años, le encantan los animados de princesas y aclara que es campeona en Minecraft.

Es de gran importancia apoyar actividades y estrategias que puedan garantizar un uso seguro de internet. Foto: Enrique González Díaz

Entre los mayorcitos los consumos también son tan diversos como los usuarios. Annia, de 18 años, dedica horas a chatear con sus amistades y persigue los grupos de los más diversos temas, incluidos los de compra y venta. Angélica adora las series y los shows al estilo de Got Talent.

Coinciden en que Facebook y WhatsApp son las vías de intercambio por excelencia, y todos ponderan el papel de los grupos en las redes en el apoyo a las teleclases y tareas de la escuela.

Un acceso a internet amigable

En febrero de este año, el Ministerio de Comunicaciones publicó el informe Digital 2021: Cuba sigue ampliando su presencia en el espacio público virtual, en el cual se afirma que ya son 7 700 000 los residentes en Cuba conectados a internet al comenzar este 2021, lo cual significa que el 68 por ciento de la población accede a la diversidad de contenidos de la red de redes.

La investigación revela que desde el inicio de la pandemia y hasta fecha cercana a la publicación del texto, crecieron en el país las cuentas y conexiones a redes sociales, las visualizaciones de videos, las descargas de aplicaciones, las transmisiones live, el comercio electrónico y los videojuegos en línea. Asimismo, el análisis de We are Social y Hootsuite calcula que la navegación desde los celulares representa hoy el 64,1 por ciento del tráfico web en Cuba.

Que el índice de penetración de internet (por ciento de población conectada) haya ido creciendo en los últimos años es, por supuesto, una noticia muy favorable. Y aunque estos porcientos no nos permiten saber la cantidad de niños y adolescentes que en Cuba hacen uso de aparatos conectados a la red de redes, es lógico pensar que, entre mayor acceso de la familia, mayores probabilidades tendrá ese segmento de población de estar expuesto a sus beneficios, pero también a sus riesgos, en todos los sentidos.

¿Pero qué piensan los sicólogos, logopedas y otros especialistas en Cuba sobre el tema? ¿Está la familia cubana preparada debidamente para orientar y convivir con la predilección de sus hijos por las pantallas?

Sus opiniones nos ayudarán a entender mejor el fenómeno, para que el intercambio de los niños y adolescentes con la tecnología no le gane espacio a la interacción social, y se pueda encontrar, como expresó Henrietta Fore, directora ejecutiva de Unicef, con motivo del Día para una internet más segura, «el equilibrio entre internet y el mundo real, promover relaciones seguras y positivas con las personas que los rodean y contar con acceso a la ayuda que necesitan».

 

*Pidió no ser identificada

¿Qué es el control parental y para qué sirve?

El control parental consiste en la mediación que madres y padres (o los adultos a cargo de los niños) podemos hacer en su relación con la tecnología. Existen herramientas informáticas de control cuyo fin es limitar y monitorizar la utilización de ordenadores, tablets, smartphones, consolas…; así como configurar su tiempo de uso.

Según los expertos, no existe una herramienta perfecta, o buena para todo. Lo ideal es combinar las aplicaciones o herramientas usadas para estos fines con el diálogo y la comunicación con nuestros hijos. No obstante, hay varias aplicaciones y herramientas (tanto prediseñadas en cada dispositivo) como disponibles en la web, que pueden ayudar a la familia a limitar las búsquedas en Google, acceder a contenidos no apropiados para determinadas edades, supervisar en tiempo real cómo los niños y adolescentes usan los dispositivos, entre otras prestaciones. Algunos de ellos son Google SafeSearch, Qustodio, NetNanny y Norton Family. 

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