Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

En la televisión y el cine el éxito depende de la historia

Omar Alí, el Edgardo de ¡Oh!, La Habana, afirma que el trabajo del actor debe revelar a personas reales y promover el debate social

Autor:

Yelanys Hernández Fusté

Los lunes, miércoles y viernes en la noche muchas cubanas, y cubanos también, debaten sobre la veracidad de uno de los principales personajes del culebrón televisivo de turno ¡Oh!, La Habana. Edgardo a veces asombra con sus acciones, aunque quizá algunos encuentren exagerado o extinguido su machismo.

El actor Omar Alí Pérez, quien caracteriza a este hombre de la época actual, admite que el tema ha generado polémica social, «algo imprescindible en la actuación», señala.

Graduado de la Escuela Nacional de Arte (ENA) en 1982, diplomado en Dirección de Televisión, y profesor adjunto de la especialidad en el Centro de Capacitación de la Televisión Cubana, Alí asegura a Juventud Rebelde que gusta de los personajes malos, ricos en matices y posibilidades histriónicas.

Aunque confiesa que en sus inicios «no tenía el bichito del arte, a pesar de que algunos en mi familia se dedican a la actuación, como mi tía Paula y mi hermano Jorge.

«Cuando entré a la ENA, Jorge ya cursaba el último año. Me decidí más por embullo que por otra cosa. Pero después me fui metiendo en ese mundo gracias a la escuela y me entregué a esta profesión que llevo hasta el sol de hoy. Así de sencillo, porque no nací desde el vientre de mi madre queriendo ser actor».

—¿Cómo ves profesionalmente a Paula y a Jorge? ¿Influyen en tu carrera?

—Paula es un ejemplo. Es de esas actrices laboriosas. Se ha ganado un espacio y que nadie piense que con facilidad; ha sido con mucho sacrificio y demostrándolo. Verla en el teatro, cómo se desenvuelve y la energía que transmite, es impresionante.

«Jorge es un actor muy versátil. Ha tenido mucha suerte y ha demostrado que es talentoso —porque en esta carrera no todo consiste en tener talento, también son importantes las oportunidades para manifestarlo—. Tiene capacidad histriónica y una carrera sólida, aunque ha tenido momentos de baja, como todos, pero ha sabido cuidar el estatus profesional.

«En mi caso, trabajar es mi meta. Creo que un actor debe tener siempre en cuenta que es imposible tratar de hacer buenos personajes, porque no siempre se ofrecen; pero esos que te den, aun siendo mediocres, de cuarta o quinta categoría, los defiendes con profesionalismo».

—¿Personajes mal escritos o malas actuaciones?

—Hay una frase muy usada, cuyo autor no recuerdo, y dice: «No hay pequeños personajes, sino actores pequeños». Pienso que la sentencia se refería en su momento al actor en el mundo del teatro. En ese tiempo no hacías personajes estúpidos ni tontos, ni que sobraban en la historia. Actualmente no siempre en esos libretos, e incluso en los de teatro, encuentras personajes buenos, mas los hay.

«Cuando el artista llega al guión debe tener de qué asirse. Si lo que vas a representar es insustancial, no dice, no transmite, o al personaje no le pasa nada. ¿Qué crees que va a hacer un actor?

«He visto actores hacer de un pequeño personaje un trabajo visible, positivo y bueno. Yo he tratado de hacerlo también, algunos muy buenos, otros realmente una estupidez. Trato de asumirlos, no como lo que están concebidos. Les doy importancia y busco, ya en el mundo de la televisión y en concordancia con el director, introducirles algún conflicto para que esa interpretación gane en sustancia. No siempre se logra eso. Hoy hay personajes que aun con un buen actor interpretándolos no se pueden salvar.

«Respeto a las personas que escogen a sus personajes. Ese lujo no me lo puedo dar. Trabajo y lo necesito, trato de hacerlo lo mejor posible. Aunque es una realidad: no te encuentras con buenos personajes con asiduidad. Creo que el tema es complejo y lleva un análisis muy profundo».

El Edgardo que encarna Omar Alí no está muy distante de la realidad, aunque algunos encuentren exagerado o extinguido su machismo.

—Quizá el análisis deba llevarse a las historias que contamos actualmente.

—En mi opinión lo que estamos contando, y en la manera en que lo hacemos, no funciona; al menos, de la forma que esperamos. No es común encontrarse historias bien contadas, aunque las hay. A veces en varios de estos proyectos dramáticos, los actores tienen que darse a la tarea de reescribir, una ocupación que no les corresponde, ni al director tampoco, porque es algo previo. Cuando la obra llega a nosotros debe tener las herramientas para trabajar.

«Las historias hoy tienen muchas limitaciones de tipo creativo; o sea, tú notas que las cosas se escriben a medias, y no se llevan hasta las últimas consecuencias. En ocasiones lo que contamos es banal y no solo me refiero a las telenovelas —que como género rozan mucho con ello, aunque no tendría que ser así—, incluso es un fenómeno que observas en películas para televisión y cine.

«¿Qué aportan? ¿Qué dejan? Son preguntas que siempre me hago. Cuando me interrogan sobre una obra siempre trato de dar mi opinión; digo que nuestros guiones tienen que mejorar, pero deben hacerlo con urgencia.

«Nuestro trabajo poco a poco se va haciendo más deficiente, e incluso se evidencia en los premios (que han decaído en su nivel de exigencia al evaluar las propuestas dramáticas). Eso es síntoma de que no somos contundentes en lo que hacemos.

«Creo que los actores estamos necesitando de buenas historias y buenos personajes para poder crecer como profesionales. Esta es una labor colectiva y se depende del audio, la cámara, la dirección... en fin, del ambiente en el que se realiza. Si uno de esos factores no funciona, lo tuyo es afectado».

—¿Cómo valoras la inserción de las nuevas generaciones de actores en los distintos medios?

—Los jóvenes están siendo más perspicaces que nosotros. No se les ve solamente arraigados a la actuación. Ellos expanden su gama de posibilidades a la conducción, la locución y como cantantes. Me parece muy inteligente, porque el trabajo hoy es escaso o no es el suficiente para la cantidad de profesionales que se gradúa cada año. Resulta significativo el hecho de que se preparen y abran su espectro.

«Sin embargo, me preocupa que cuando he conversado con algunos de ellos, desconocen la terminología y herramientas del actor, que si no las sabes no eres un profesional completo. Hay muchos que han iniciado su carrera sin tener todos estos aspectos —a pura intuición—, pero después comenzaron a “leer”, porque tener la técnica es mucho más útil.

«Las escuelas de arte deben retomar programas de estudio muy completos que existían y se fueron perdiendo; tienen que reprogramarse, aunque tengo entendido que se están renovando unas cuantas cosas. El actor debe saber actuar en todos los medios, no solo en la pantalla chica o en películas con un micrófono mediante, pues en los escenarios teatrales haces Otelo y la voz debe proyectarse hasta llegar a la última luneta.

«Muchos creen que el actor es un tipo bonito, de buena figura y voz. Eso indica que las exigencias han depreciado un poco otros aspectos».

—¿Qué personajes te han marcado?

—Uno es conocido por lo que ha hecho en televisión, pues es un medio de audiencia masiva. Vivo orgulloso de lo que he hecho, pero los personajes realmente complejos los he hecho en el teatro, a pesar de que no he regresado a las tablas en seis años.

«Recuerdo con mucho placer trabajar con Héctor Quintero. Imagínate, ver los teatros Mella o Karl Marx llenos por aquellas obras populares de Héctor como Contigo pan y cebolla (donde primero hice Anselmito y luego El Vendedor), Te sigo esperando, Esperando el lunes y El lugar ideal. También me resultaron gratas las piezas, significativas en la historia del teatro, que hice con Vicente y Raquel Revuelta.

«En la tele mi primer personaje fue en el espacio Horizontes. Intervine en El tiempo joven no muere, que dirigió Juan Vilar y en la que entró al medio una generación completa. Un personaje que me marcó mucho fue El condesito de La acera del Louvre. Me gustó interpretar el bobito de la serie Día y Noche, el teleteatro La avería, de Alejandro Gil; y Propietarios del Alba, que contó con un excelente guión de Ernesto Daranas».

—¿Es Edgardo real y palpable, o un hombre del pasado?

—Edgardo inicia otra faceta de mi trabajo. Estoy feliz por el éxito del personaje. Cuando leí el guión me dije: «Este tipo es irreal, no existe en Cuba». Tengo algunos puntos de contacto con él, pero realmente en lo que lo hace más contundente no, porque no soy machista, apoyo la emancipación.

«Traté de, en complicidad con el director, acentuar lo positivo, porque lo malo ya estaba. Buscamos derrumbarlo y ser víctima de la madre y de la relación con la esposa. Comentaba hace poco que sería bueno que hubiese un debate sobre el tema. Algunas mujeres en la calle también me han dicho que han tenido parejas como esas. Otras me han confesado que nombran a su marido así.

«También varios hombres me han dejado entrever que los he embarcado, pues sus esposas reconocen en el personaje rasgos que los asemejan. Lo cierto es que todavía estamos rodeados de estas actitudes. Es importante para el trabajo del actor que lo que hagas pueda utilizarse como catalizador, revelar a personas reales y crear un debate en quienes lo reciben».

—¿Crees que ¡Oh!, La Habana cumple con los conceptos para las propuestas dramáticas?

—Creo que tiene un nivel de realización artística muy rico, en cuanto a banda sonora, fotografía, escenografía y actuación. Respeto el trabajo de dirección de actores jóvenes que se hizo en la telenovela, con una calidad tan pareja y que para mí es uno de los grandes méritos de la novela. Eso me parece que Charlie Medina lo manejó muy bien.

«La gente no se imagina que las escenas en interiores de las casas y oficinas fueron hechas en estudios del Focsa. Incluso están claras las diferencias económicas y sociales en los hogares, y los ambientes están muy bien recreados. Pero sucede que el gran público no reconoce esas cosas. Por eso vuelvo a que hacen falta historias. La historia es el éxito, lo otro es lo que la disfraza, la conforma».

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