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Huellas de Andy Montañez en La Habana

El boricua llegó con su familia de vacaciones el 26 de julio a Cuba, donde permaneció cuatro días. En La Habana aún se habla de su sencillez y carisma

Autor:

Julieta García Ríos

Camina por las calles de La Habana Vieja, se detiene en Empedrado número 207. En las afueras de la Bodeguita del Medio un cieguito regala su música. Él, el Niño de Trastalleres, se inclina y tararea al oído del hombre:

Cuando yo muera/ guitarra mía/ no quiero llanto/ yo quiero música y melodía.

¡Andy Montañez, caraaa!, sorprendido, Rodovaldo Suárez reconoce la voz. El puertorriqueño lo invita a tocar esa canción, tan especial para él, pues la compuso su padre, Andrés Montañez.

«Era un bohemio, tocaba un poquito de guitarra. Los fines de semana se reunía en la casa con amigos y cantaban boleros y tangos, ahí comencé a apreciar la música. Quizá por eso me gusta más cantar boleros que salsa», rememora el primogénito de 18 hermanos.

Ahora Andy tiene en sus manos la guitarra del cubano, toca las notas (en La mayor) y tararea la letra de Guitarra mía.

¡Qué cosas tiene la vida!, a Rodovaldo le es familiar esa música; su amigo Jesús Cruz Díaz, invidente como él, participó en el disco de Andy Montañez y Pablo Milanés AM/PM, líneas paralelas. Precisamente él tocó Guitarra mía cuando Pablo la cantó para el fonograma.

Cuatro años después de presentado el CD, en La Habana, Andy y Rodovaldo se unen en voz y arpegios. El boricua —con más de 40 años de carrera artística ininterrumpida—, confiesa que el encuentro con Rodovaldo fue «impresionante, lo oí cantando una canción de José Feliciano y me conmovió».

El otro —quien viaja días alternos de Bejucal a la Bodeguita—, se siente «privilegiado de tocar junto a uno de los mejores músicos del mundo».

Del 26 al 30 de julio estuvo Andy Montañez en La Habana, vino de vacaciones acompañado de su esposa Xiomara Acuña, periodista venezolana, y de su hija Andrea, «la nena de los gemelos».

Ella, que estuvo aquí cuando tenía dos años de edad (ahora tiene 19), pidió conocer Cuba. Su «pai» (padre), ese que aún le hace la cama en las mañanas, revisó la agenda de trabajo y la complació.

En el muro del Malecón habanero, más de una madrugada se vio a la familia disfrutando chévere junto a la juventud cubana.

Andrea, quien estudia Ciencias Naturales en la Universidad de Puerto Rico, comenta: «Esto es diferente a todos los lugares que he visitado. Aquí me siento como en casa. En otros sitios, después de un par de días quiero regresar. Los cubanos me encantan, ustedes son muy simpáticos; nos parecemos mucho, pero aquí no hay violencia».

Xiomara, la esposa, habla sobre la agradable reaparición de Fidel, de la sensibilidad del líder de la Revolución Cubana, quien reconoce el valor y la belleza de la música. Le conmueve que, a punto de cumplir 84 años, hable de la necesidad de inspiración que tiene el ser humano para vivir: «Sus palabras dan fuerza a los estudiantes universitarios puertorriqueños», sentencia.

En la Taberna Benny Moré, el intérprete de El barbero loco disfruta del talento de los músicos de la agrupación Son Habana. «Son gente que canta sin micrófono, y de hacerlo continuamente la voz se les pone más potente. A veces cantar con mucha amplificación te limita», dice.

Cariño… Mi suerte necesita de tu suerte… interpreta Ángel Neri para la familia boricua. Andy se «quedó loco» con el peculiar estilo del músico de 77 años: «Su voz es potente y canta los boleros como retrasando la frase, poniéndola a contratiempo».

Luego cantaron juntos, y Ángel guardará el momento como algo especial: «porque en la música Andy Montañez es uno de los grandes, sin embargo yo le canté y él se sintió de maravilla».

Boquiabierto, a Andy le brillan los ojos, empequeñecidos por el cristal de los espejuelos; ríe con las ocurrencias de Eddy Mendoza, que canta y actúa al mismo tiempo.

«¡Qué cómico! ¡Es buenísimo!», lo elogia. Luego, al cantar junto a Eddy, imitará burlonamente su tumbao.

«Cantando con él uno siempre se siente en la gloria. Andy representa para mí lo mismo que el Bárbaro del Ritmo», expresa el músico cubano.

Camino a la Plaza Vieja, indago con este fiel amigo de Cuba sobre sus planes profesionales: «Se ha dilatado un poco el disco con Pancho Amat. El Septeto Nacional me mandó un tema y lo grabé, imagino que salga pronto. También está en proyecto homenajear al Gran Combo, donde están mis raíces. Se trata de realizar un disco con la música que no grabé y un número que he escrito para ellos. Mis hijos Andy y Harold harán coro conmigo. Lisa también canta, pero está más dedicada a sus hijos y a mi nieto Gaby de ocho meses».

—¿Cómo está su madre, Doña Celina Rodríguez?, ¿fue ella quien lo encaminó en la música?

—Tiene 91 años y una mente brillante, activa, bien saludable. Parió 17 veces, somos 18 por los gemelos. Ella es mi fanática número uno. Siempre la visito en el Barrio Trastalleres, en su barrio de toda la vida. Allí nació Daniel Santos y Avilés, el de Los Panchos.

«Yo diría que ella tuvo el ojo clínico, tenía yo como ocho años cuando me llevó a concursar en un programa de aficionados y tuve la suerte de ganar. Fue la primera vez que vi un micrófono.

«Después, adolescente, tuve un trío, comencé a hacer canciones con las amistades, hasta que llegó a mi vida el señor Rafael Ithier, director del Gran Combo, que tenía como cantante a Pelly Rodríguez y me fue a buscar para acompañarlo».

Ese dúo sería uno de los más recordados en la historia de la agrupación.

—Abandonar al Gran Combo de Puerto Rico y sustituir a Oscar de León en Dimensión Latina fue una decisión osada.

—Para mí fue una experiencia agridulce. Me daba tristeza dejar al grupo donde estuve 15 años. Al mismo tiempo sentía alegría al saber que iba a emprender un camino nuevo. Pues ante mí la suerte me puso a cantar en Dimensión Latina, donde estaba Oscar de León. Él es insustituible. Tuve la incertidumbre de que el público de Venezuela no me aceptara, pero ocurrió lo contrario. Nacieron unas raíces enormes, ese país significa mucho para mí. Mis hijos menores, los gemelos Alfredo y Andrea, son «venepuertorriqueños» o «puertovenezolanos».

—Fue un salto al que le siguió otro mayor…

—Sí, empezó la isla de Puerto Rico a halar. Hala bastante, estuve tres años y medio y regresé como solista. También fue un paso importante.

«Mi vida musical yo la podría dividir en tres etapas: la del Gran Combo, la de Venezuela con Dimensión Latina y esta como solista».

—¿Cuándo lo empiezan a llamar el Niño de Trastalleres?

—Hubo una época en que en el Gran Combo cantábamos canciones de corte español y una de esas fue Serrana, decía así: ¿qué es lo que te pasa serrana/ por qué estás llorando serrana/ serrana, que te canta el niño de Trastalleres y con «saboo». Y a partir de ahí la gente empezó a llamarme así. Sería a finales de los años 60 o principios de los 70.

—¿Cómo es su relación con el resto de los salseros?

—Bien chévere. Todos me tienen cariño, me dicen el maestro, no me lo creo. Ellos son mis compañeros.

—En Cuba también gusta mucho Gilberto Santa Rosa, ¿qué me dice de él?

—Es muy inteligente, un tipo que canta unos temas maravillosos. Hay una relación muy chévere con él.

—¿Y Rubén Blades?

—Ese es mi hermano. Lo conocí en Panamá antes de que empezara a cantar con La Fania. Durante un homenaje que le hicieron en Puerto Rico, él contó que fui la primera persona que lo invitó a subir a una tarima. Eso fue con el Gran Combo, él estaba en el público y lo llamé para que cantara con nosotros.

—¿Cheo Feliciano?

—Es una extraordinaria persona. Ismael Miranda, Víctor Manuel, Willi Colón, todos somos una gran familia, como también lo es la gente de Cuba. No hay rivalidad entre nosotros.

Le asaltan los recuerdos de cuando era niño y compitió junto a su colega Danny Rivera en un concurso infantil. «Cuando él no se presentaba ganaba yo y si yo no estaba él era el ganador. Pero una vez coincidimos y tuvimos que dividir el enorme premio de cinco dólares y una lata de jugo de uvas».

—¿Asistirá el próximo año al Cubadisco?

—Para mí será un honor.

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