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Memorias de un locutor

César Arredondo, el profesional más premiado en los festivales nacionales de Radio, comparte sus experiencias en el texto De Becerra a La Rampa. Memorias de un locutor, que será presentado este viernes, a las 5:00 p.m., en la sala Alejo Carpentier de La Cabaña

Autor:

Lourdes M. Benítez Cereijo

En una ocasión escuché decir que César Arredondo, insigne profesional de la emisora Radio Rebelde, poseía, con su voz y estilo, la facultad de estremecer, hacer reflexionar, agitar, aquietar y enamorar al oyente como un amigo que conoce las palabras precisas para seducir con su conversación.

«Locutor rudimentario en mi emisora improvisada», como le gusta definir sus orígenes en la profesión que lo ha consagrado como un paradigma de la locución en la radio cubana, César trasciende las fronteras de la oralidad para explorar los deleites de la palabra escrita.

—Usted es licenciado en Historia del Arte; ¿cómo llega a la locución?

—¡Imagínate! Soy el producto de la manigua. Nací en un lugar que se llama Becerra, pero ni siquiera en el caserío que estaba junto al camino real, sino en un callejón donde mi abuelo tenía una siembra de caña. De ese lugar salí a los diez años y fui a vivir a una colonia que se llamaba Macuto 5, en el antiguo central Haití. Luego nos trasladamos a la colonia Caridad 3, donde tampoco había escuela. Allí fue donde surgió mi vocación por la locución.

«Tenía aproximadamente 13 años. Recuerdo que mi papá escuchaba mucho la radio, sobre todo la tira del mediodía con los episodios de Los tres Villalobos y Ángeles de la calle, y el noticiero de las seis de la tarde de CMQ».

—¿Todavía se pone nervioso delante de un micrófono?

—Depende. Si hablamos de la rutina diaria, no. Pero si estoy leyendo y me dan algo a primera vista, eso me pone tenso.

—Entonces es una prueba de todos los días…

—En el caso de los informativos, así es. Sin embargo, debo significar que yo no comencé como locutor de noticias, sino de discotecas, y era muy bueno. Tengo una copa del año 60 como mejor locutor de discotecas de las emisoras que existían por aquella época en Camagüey. Era malo en las noticias; tenía muy bajo nivel de lectura. Me hice locutor con solo un octavo grado, no tenía seguridad. Salí del campo a los 17 años y me inicié en la profesión a los 19. Fueron solo dos años de transición.

—Ya que hablamos de transiciones, ¿cómo se da el paso de locutor a escritor?

—Nunca pensé ser escritor, ni siquiera sé si lo soy. Tengo una nieta a la que le gusta mucho la historia familiar, e imbuido por eso y por una conferencia que presenté en un evento de la Cátedra de Locución, decidí, con el apoyo de mi familia, embarcarme en esa aventura de compartir mis experiencias. Empecé a escribir las memorias y me percaté de que todo fluía con facilidad.

«Así nació De Becerra a La Rampa. Memorias de un locutor. No es un libro de locución, aunque se refiere a una parte del devenir de esa labor; tampoco constituye un libro de historia, pero contiene gran parte del contexto cubano de otras épocas. Está integrado por anécdotas y cuentos, cada uno con independencia temática, pero que juntos conforman la historia que he querido compartir.

«Consta de cuatro capítulos: El monte, donde narro los orígenes; La ciudad de los tinajones, que incluye los diez años que viví en Camagüey y los inicios como locutor; La capital de todos los cubanos, donde ha transcurrido la mayor parte de mi vida; y El portal de las anécdotas, para compartir todo tipo de historias.

«Para mí es una consecución de estampas criollas. Está escrito con un lenguaje coloquial, con puro “cubaneo”, como lo pudiera contar cualquier persona, cualquier guajiro».

—¿Le resultó complicado salirse de la oralidad para sumirse en el universo de la palabra escrita?

—La experiencia de escribir el libro fue como si estuviese conversando con alguien. No me considero escritor; lo que hice fue compartir mi vida. También hice un libro de poemas, pero con ese no pienso atreverme; ese es para mi disfrute.

«A partir del texto, surgió la idea de digitalizar una selección. Es como un serial radiofónico, con episodios de diez minutos cada uno. Todos terminan con un número musical que fue éxito en un momento determinado.

«Espero que sean alrededor de 50 capítulos, en los cuales está contenida una especie de antología musical y parte de la historia de este país a través de mi narración como hilo conductor. José Luis Vidal, realizador de la emisora Radio Rebelde, tuvo a su cargo la producción de este material, que ya consta de 32 capítulos. No tengo pretensiones con esto, pero está despertando interés».

—¿Qué sabor le ha dejado la experiencia de escribir sus memorias?

—¡Tremendo! He aburrido a mi familia con esto. Pero me siento contento y a la vez preocupado, pues ya estoy en conteo regresivo. Significa un reto; para mí es muy bueno, pero no sé si al público le va a gustar. Me interesa sobre todo que llegue a la juventud, en especial a las nuevas generaciones de la radio y la televisión, pues creo que les puede aportar algún conocimiento.

—Como multilaureado profesional de la palabra, usted se ha convertido en un paradigma. ¿Qué mensaje lleva el texto a los jóvenes, en particular a las nuevas generaciones de locutores?

—Fundamentalmente, que la vida es lucha. Soy el vívido ejemplo de que hay que batallar para conseguir los sueños y saber aprovechar las oportunidades cuando se dan, pues si se las deja pasar probablemente no vuelvan.

De Becerra a La Rampa. Memorias de un locutor (Editora Política) constituye una travesía donde las vivencias de un profesional de la oralidad se moldean como novedad editorial en 365 páginas. Apoyado en ilustraciones del ya desaparecido caricaturista Tomás Rodríguez Zayas (Tomy), César Arredondo lleva el estilo natural que lo distingue en el éter a las letras, para compartir una deliciosa conversación y hacernos transitar de oyentes a lectores.

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