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Emerio Medina más acá del cuento

El escritor mayaricero, recientemente galardonado con el Premio Casa de las Américas, conversa con JR acerca de sus inquietudes literarias

 

 

Autor:

Jaisy Izquierdo

Si le pido a Emerio Medina que se presente a sí mismo, lo hace como si estuviera escribiendo un cuento.

«Cierro los ojos y me imagino un cerro alto, y una neblina densa coronando la altura, y un hombre de edad mediana, de pie sobre el terreno duro, mirando a las cimas del monte con los ojos secos, gastados, con esas arrugas que el sol hace aparecer temprano en los rostros curtidos. Abro los ojos, y los cierro otra vez, y entonces creo que ese hombre soy yo».

Y esto no es de extrañar, porque para Emerio escribir cuentos se ha convertido en una manera particular de apresar el mundo, de soñar con lo alto. Y tanto talento le imprime a su oficio este holguinero que nació y vive en Mayarí, que en el 2009 mereció el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar y recientemente fue laureado con el Premio Casa de las Américas, por su libro La bota sobre el toro muerto.

Por eso le pregunto con insistencia quién es realmente Emerio Medina. Entonces me dice sin parábolas:

«Soy un hombre de 44 años (casi 45 ya), que vive en el campo de Oriente y se dedica a escribir. Podría pensarse que un hombre así es un guajiro y escribe sus cosas de guajiro porque no tiene nada más que decir, pero en realidad soy un hombre que ha vivido toda su vida en el campo de Oriente y ha tenido varias profesiones, muchas profesiones.

«Me gradué de ingeniero mecánico en Uzbekistán en 1990, y en estos años he hecho un poco de todo. He sido profesor de Inglés, Cultura Política y Español, jefe de Mantenimiento en una industria, técnico de Montaje Industrial, hachero, repartidor de mandados a domicilio, y otras cosas que ahora no recuerdo.

«Como ves, se trata de una gama amplísima que permite armarse de alguna experiencia vital, cosas muy simples y muy necesarias, a veces tontas y a veces sublimes. Por lo demás, soy un hombre muy común, un guajiro raro que nunca ha montado a caballo, que puede comunicarse sin problemas en inglés o en ruso, y que ha leído bastante de lo mejor que se ha escrito en el mundo».

—¿Desde cuándo escribes? ¿Por qué te decidiste por la literatura habiendo cursado estudios de ingeniería?

—Comencé a escribir en el año 2003. Mi primer cuento se llama La propuesta, y está incluido en el libro Café bajo sombrillas junto al Sena, que obtuviera el Premio UNEAC de Cuento 2009.

«Ya es común encontrar personas de profesiones diversas que se dedican a escribir, y yo soy la confirmación de esa tendencia. Quizá eso se debe a que me hice ingeniero por circunstancias de la vida y no porque me gustara realmente esa profesión. En realidad quería ser traductor de inglés. No tenía la más remota idea de ser escritor algún día. En 2003, después de haber pasado por muchísimas cosas, me puse a escribir. Desde entonces lo he hecho con determinada dosis de compulsión, y ya ves el resultado».

—¿Prefieres el cuento a la novela?

—Creo que no se trata de preferir una cosa o la otra. Yo escribo narraciones, y eso me sitúa en un terreno ambiguo donde cualquier cosa puede pasar. De hecho he escrito más páginas de novela que de cuento. Lo que pasa es que el cuento se me da más fácil. Me resulta más cómodo decidirme a enviar un libro de cuentos a un concurso que una novela. Respeto mucho la novela como género y no estoy seguro nunca de que una está lista, de que ya no queda nada más para decir y se puede mandar a un concurso. Quizá la redondez del cuento me ha obligado a detenerme más en ese género, a exigirme más, a convencerme de que ya esa pieza está lista. Claro, hoy creo más en el poder comunicativo del cuento. Hoy defiendo más algunas tesis de la comunicación que solo puedo validar desde el cuento. Con las novelas ya veremos lo que ocurre.

—Acerca de tu libro, el jurado del Premio Casa destacó su audacia temática…

—En el centro de todo lo que escribo está el hombre. Como nací y vivo en Cuba, hablo del hombre cubano, de toda su cambiante circunstancia, de sus problemas y sus soluciones ante el empuje de un entorno que se vuelve cada vez más complejo. Claro, hay circunstancias del cubano de hoy que solo es posible describir utilizando las parábolas precisas. A veces es necesario situar la historia en otra locación, o construir un mundo paralelo, o utilizar personajes que aparentemente nada tienen que ver con Cuba. Pero la literatura es así. Esos cambios son necesarios para que la historia que estás contando funcione.

«Por lo demás, mis temas son los temas comunes: el amor, el miedo, la muerte. Toda la literatura que ha producido el mundo solo habla de eso. Mis cuentos tienen que ver, básicamente, con la respuesta de un personaje ante los estímulos del medio. Pueden resultar dolorosos, o pesimistas, o demasiado fríos o levemente esperanzadores. Todo lo que escribo guarda una gran dosis de frialdad porque esa es la herramienta principal de un narrador. Hay dolor porque la vida misma es dolorosa. Hay pesimismo porque sabemos que al final nos moriremos solos. Hay esperanza porque no habría otra forma de enfrentar el destino como no sea elevando los ojos al cielo y pidiendo, allá en el interior, que la vida nos sea un poco más grata».

—¿Qué supone un mayor desafío y te causa más satisfacciones: escribir para adultos o para niños?

—Escribo para adultos porque quiero responderme cosas, y escribo para niños porque estoy obligado a hacerlo. En alguna entrevista he dicho que tengo demasiadas deudas con el niño que fui. Son deudas impagables. No habría forma de volver a esa época en que jugaba solo en el patio de mi casa, mi padre estaba vivo y mi madre cocinaba en un fogón de leña. El mundo era un camino ancho que a ratos se abría para mí y se cerraba luego, dejándome un sabor escurridizo de llovizna temprana, un olor de tierra y campo que se me quedó por dentro para siempre, unas ganas tremendas de alargar los ojos más allá de cualquier horizonte y explorarlo todo.

«Como ves, eso de escribir para niños me lo tomo muy en serio, y hay un reto enorme ahí. Ese género te exprime tanto que no puedo explicarme la maldita manera en que Mark Twain pudo hacer lo que hizo. El desafío de la literatura para niños está precisamente en que uno debe respetar eso que hicieron los grandes. No basta con tener imaginación, ni paciencia, ni las herramientas elementales del narrador. Es necesario ser uno mismo un niño para contarse cosas y creérselas. A mi juicio, ese es el gran reto».

—¿Cuáles coordenadas puedes dar al lector de tu libro ganador del Premio Casa, La bota sobre el toro muerto, y de Café bajo sombrillas junto al Sena?

—Primero lo primero. El libro Café bajo sombrillas… es un volumen de 14 narraciones que van desde lo absurdo y lo satírico hasta lo existencial y surrealista. Me propuse precisamente eso, un abanico de temas y posibilidades dentro de mi línea principal de relatos, que es el cuento fantástico. Se trata de temas que ya han sido abordados en la cuentística cubana, como pueden ser la prostitución, la salida ilegal del país, la picaresca. En algún momento se toca la muerte, y en algún momento se hace guiños a lo existencial. Creo que el cuento fantástico predomina en el libro, y creo que el lector disfrutará de alguna atmósfera surrealista. Ya lo veremos.

«La bota sobre el toro muerto también es un mosaico, pero su corriente principal está dirigida hacia los temas de la muerte. La mayoría de los relatos que lo integran tienen que ver con esa arista específica. Me lo propuse así, y así salió. No puedo adelantar más porque sería largo el abordaje de los temas. Espero que el lector disfrute la lectura de los cuentos como yo disfruté el momento de escribirlos».

El escritor del año

Emerio Medina Peña nació en 1966, en Mayarí, Holguín. Ha incursionado en el cuento y en la novela, pero sus principales reconocimientos han sido como autor de cuentos. En este último género ha sido distinguido con el Premio del Concurso Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en 2009 y el Premio Casa de las Américas, en 2010.

En 2005 se publicó su primer libro: Plano secundario (Ediciones Holguín); y en 2007 vio la luz su segundo título: Las formas de la sangre (Editorial el Mar y la Montaña, Guantánamo).

Por su obra ha sido merecedor de múltiples lauros y distinciones como el Premio a la mejor Ópera Prima con el libro Plano secundario (Santiago de Cuba, 2006); Premio Regino Boti con el libro Las formas de la sangre (Guantánamo, 2006); Premio de la Ciudad con la novela infantil Viaje a la orilla de un cuento (Holguín, 2008); y Premio Luis Felipe Rodríguez de la UNEAC en Cuento con el libro Café bajo sombrillas junto al Sena, entre otros.

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