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La UNEAC está tatuada en toda mi piel

Este lunes, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba cumplirá medio siglo de fructífera existencia. Su actual Presidente considera que la organización deberá cumplir no solo una función artística, sino profundamente ética

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Apenas contaba con 21 años cuando se convirtió en testigo excepcional de aquel encuentro que sostuviera Fidel, en 1961, con reconocidos escritores y artistas de la Isla. Porque trabajaba entonces en la Biblioteca Nacional José Martí con Argeliers León, Juan Pérez de la Riva, Moreno Fraginals..., el etnólogo y escritor Miguel Barnet participó casi «por arte de birlibirloque en las sesiones de los tres sábados históricos de Palabras a los intelectuales.

«No sé muy bien cómo pude entrar, porque los presentes eran todos intelectuales con una obra y una vida hechas; figuras emblemáticas, iconos», asegura el actual Presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), al tiempo que reconoce que no solo quedó «perplejo y maravillado ante el diálogo de aquel joven guerrillero con la barba fresca de la montaña», sino que sus brillantes ideas, sus sugerencias, enrumbaron definitivamente su vida.

Ahora que la organización que reúne a la vanguardia de la intelectualidad cubana está próxima a cumplir medio siglo de fructífera existencia, Barnet narra a Juventud Rebelde que en la segunda jornada de Palabras a los intelectuales escuchó a Fidel decir: He conocido a una anciana de 106 años, alguien tiene que escribir la historia de esa vida... «Aquello se me quedó grabado profundamente en mi cabeza y un día le dije a Juan Pérez de la Riva: ¿Y si yo fuera a entrevistar a esa viejita? Y la busqué, pero ya estaba ciega y era lacónica, casi no hablaba.

«Pasó el tiempo hasta que en 1963 encontré en el periódico El mundo una entrevista donde aparecían fotografiados la viejita y un anciano de 103 años, llamado Esteban Montejo, quien se convertiría en el protagonista de Biografía de un cimarrón...».

Por eso 1961 resulta inolvidable para el autor de Canción de Rachel, Gallego, La vida real y Oficio de ángel, y no únicamente porque sin saberlo ese año comenzaba a gestarse su importante novela-testimonio, sino porque apenas dos meses después de Palabras a los intelectuales nacía la UNEAC. Y Barnet también fue fundador de la organización, aunque dice que por un milagro recibió un carne que todavía conserva. «Creo que era el número 107 o 108, no recuerdo, pero me hallaba entre los más jóvenes que ingresaron».

—Barnet, ¿de qué modo surgió la UNEAC?

—En 1961 ya se habían fundado el ICAIC, Casa de las Américas y el Consejo Nacional de Cultura. Durante el mes de junio tuvo lugar Palabras a los intelectuales, y luego se desarrolló, en el Hotel Habana Libre, el Primer Congreso de Escritores y Artistas de Cuba, donde Fidel tuvo la claridad de diseñar una organización que lograra cohesionar a los artistas y escritores, a pesar de las diferencias ideológicas, estéticas... Entonces ni siquiera podía imaginar que 50 años después me convertiría en el jardinero principal de la UNEAC, el que riega las plantas, algo que estoy haciendo con mucha dedicación y cariño, acompañado de un equipo excelente de cinco vicepresidentes, quienes nos hemos propuesto perfeccionar aun más una obra que ya estaba hecha, sedimentada.

—Es indudable que la UNEAC ha sido parte esencial de su vida...

—Como te dije, ingresé en la organización en 1961, cuando fue electo Nicolás Guillén como presidente, así como Roberto Fernández Retamar, Lisandro Otero y José A. Baragaño como secretarios. Pero no laboraba en ella, sino en la Academia de Ciencias, de donde luego me trasladé al Instituto del Libro como traductor y editor. Hasta 1969, cuando salí del Instituto de Etnología, no empecé a trabajar como redactor en la UNEAC, durante muchísimo tiempo, en la editorial y en la revista Unión. Me nombraron vicepresidente cuando el ministro de Cultura Abel Prieto asumió la presidencia, responsabilidad que llevé adelante por más de 20 años, porque también tuve el gusto de estar al lado de Carlos Martí. Y luego, durante el VII Congreso, mis compañeros me eligieron presidente... Es evidente que no ha sido poco el tiempo entregado con gusto a esta organización. Casi una vida. De manera que puedo decir que sí, que la UNEAC ha sido parte significativa de mi existencia, está en mi corazón, está tatuada en toda mi piel.

—¿Qué importancia le concede al hecho de que haya sido el poeta Nicolás Guillén su primer presidente?

—Sin duda constituyó un gran privilegio contar con Nicolás Guillén como presidente, uno de los grandes poetas del continente. Y lo digo, tanto porque en esos momentos era el poeta cubano más significativo, como porque fue un hombre con una visión planetaria, democrática, universal, no sectaria. Es innegable que resultó un acierto haberlo escogido como presidente de la UNEAC, porque pudo unir a esa masa de intelectuales tan complicada, tan diversa.

—En reiterados momentos Fidel sostuvo encuentros con los artistas e intelectuales de la UNEAC...

—Fueron muchos, y estuve en todos ellos. A veces me tocó estar a su lado y verlo apuntar; otras me preguntaba quién era aquel o quién había levantado la mano. Recuerdo los debates sobre los medios de comunicación, sobre la calidad suprema que debían tener nuestras novelas televisivas y radiales y en qué medida debían educar éticamente al país, pero de manera entretenida, y con arte.

«No olvidaré su intervención inolvidable sobre el tema racial durante el VI Congreso, que lamento no se haya publicado porque dejaría muchas cosas esclarecidas y pondría otras tantas en su lugar. Aquello fue una lección magistral de sabiduría, de inteligencia, de profundidad de pensamiento y, sobre todo, de espíritu humanista.

«Tampoco olvidaré cuando dijo, en medio del período especial, que la cultura era lo primero que había que defender, con lo cual estaba reforzando el extraordinario pensamiento martiano de ser culto para ser libre. En aquellos momentos en que andábamos un poco flacos y, como diría Nicolás Guillén, la «butuba» estaba perdida, él nos invitó a leer, a escuchar música, a pensar, a disfrutar el legado de la humanidad, lo que ha dejado como un tesoro el hombre a través de los siglos, porque en la creatividad de las personas, en su inteligencia y sensibilidad, reside la riqueza más valiosa de la sociedad».

—En estos 50 años, ¿cuál ha sido el papel de la UNEAC?

—Establecer las jerarquías; el quién es quién verdaderamente, porque la nuestra es una organización que es una trinchera de la cultura, y agrupa una vanguardia que está indisolublemente vinculada con la raíz más auténtica y profunda de la cultura popular cubana. Creo que hemos logrado la concertación, el consenso, dentro de una diversidad de pensamientos. Sin embargo, en la UNEAC todas esas ideas confluyen, se filtran y cristalizan, de modo que hemos logrado una notable armonía. Nuestros consejos nacionales son laboratorios de ideas, de debates no solo sobre las bellas artes y la literatura, sino también sobre el futuro del país.

«En este medio siglo no se han dejado de respetar los derechos morales y de autor de los escritores y artistas, al mismo tiempo que nos hemos empeñado en promover sus obras dentro y fuera de Cuba, en sostener una editorial modélica ganadora de varios premios... Y no obstante, debo decir que a pesar de estar dirigida por los creadores, todavía hay atisbos de burocracia que tratamos de limpiar con la escoba de Chibás».

—Han transcurrido tres años desde que se efectuara el histórico VII Congreso. De entonces a la fecha, ¿qué ha ocurrido con la organización?

—Considero que después del Congreso la intelectualidad quedó aun más consciente de cuáles son nuestras urgencias y posibilidades, qué podemos hacer, cómo tendríamos que ser y qué podemos aportar a la sociedad. Hemos seguido trabajando con mucha seriedad en innumerables temas como la educación artística, cultura y turismo, economía de la cultura, la promoción nacional de la literatura y las artes, y su proyección internacional, un aspecto que a mí me interesa mucho. Y es que por ser una organización de la vanguardia, debería conseguir una mayor visibilidad en el exterior, en el mundo. Por eso hemos creado premios internacionales que llevan el nombre de figuras muy notables como Tomás Gutiérrez Alea, Raquel Revuelta, Dulce María Loynaz y René Portocarrero, los cuales se otorgan a personalidades no cubanas que han tenido un vínculo histórico con nosotros o con el país, con la cultura cubana. Esa pudiera ser, entre otras, una manera de dar a conocer nuestro quehacer.

—Sin duda después del VII Congreso, también se ha apreciado un acercamiento mayor entre la UNEAC y la Asociación Hermanos Saíz...

—Es que ese vínculo tiene que ser orgánico, imprescindible, consustancial a la UNEAC. Coincido con que una de las acciones más importantes que hemos llevado adelante ha sido recuperar esa cercanía necesaria con la Asociación, que también anda cumpliendo 25 años, la cual agrupa a jóvenes artistas y escritores que representan el futuro de nuestra organización. Por suerte hay muchos jóvenes en nuestras filas, entre los escritores, los bailarines, los artistas de la plástica, los músicos, los cineastas, los críticos..., pero también mucha juventud de alma, de espíritu, porque todos los artistas son por naturaleza jóvenes. Los creadores no tienen edad.

—Ahora que el país se reorganiza y se producen cambios importantes, ¿hacia dónde se encamina la UNEAC?

—Nuestro mayor desafío seguirá siendo dar lo mejor de nosotros en términos de las expresiones y los productos culturales que creamos, y contribuir al cambio de mentalidad en el que tanto ha insistido Raúl. Procurar con nuestras obras que el hombre se despeje, que olvide tantos prejuicios y tabúes; conseguir arrasar con la burocracia, que es más que un montón de papeles sobre un buró: es una mentalidad obtusa de quien no quiere ver la realidad, del oportunista, del acomodado, del que no le conviene tener al lado a alguien al que no considera su igual, porque profesa otra religión o preferencia sexual. A estas alturas eso es anacrónico y paralizante. El ser humano tiene que convivir con los demás, respetar al otro y, sobre todo, respetar la cultura del otro, de lo contrario no habrá nunca paz y el hombre seguirá siendo el lobo del hombre.

«Los escritores y artistas de la UNEAC debemos cumplir no solo una función artística, sino profundamente ética».

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