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¡Hurra! por las grandes series

A través del Canal Educativo los televidentes cubanos pueden rencontrarse otra vez con hitos literarios de siempre. Ahora se proyecta La guerra y la paz, de Liev Nikolaiev Tolstoi, en una versión producida por la televisión europea, dirigida por Robert Dornhelm

Autor:

Gertrudis Ortiz

Según Jalil Gibran, escritor libanés, «la felicidad es un mito que siempre perseguimos», y es bien cierto que el recuerdo de las horas felices nos sume muchas veces en la nostalgia por las acciones del pasado que creemos irrecuperables.

Los de mi generación y acaso los de un poquitico más allá recuerdan con seguridad y con añoranza aquellos escenarios rústicos desde donde Annette Riviere, inolvidable y lírica, representada por Margarita Balboa, introducía en nuestras salas las páginas de El alma encantada, la novela de Romain Rolland; o les parecerá de pronto estremecerse ante la cámara mortuoria donde Ragosin y el príncipe Miskin velaban a una Maritza Rosales convertida memorablemente en la Natasha Filipovna de El idiota, de Dostoyevski. Y qué decir de El rojo y el negro, Las ilusiones perdidas, la Martine «perdida en el bosque» de la versión de Rosas a crédito... Todas inolvidables.

Por fortuna, las grandes series de la programación dominical nocturna del Canal Educativo nos permiten reencontrarnos, otra vez, desde producciones foráneas, a hitos literarios de siempre. Orgullo y prejuicio, de Jane Eyre; Padre e hijos, de Iván Turgueniev, El idiota, de Fiodor Dostoyevski…

Magníficos regalos en el fin de semana. Ahora se proyecta La guerra y la paz, de Liev Nikolaiev Tolstoi, como para homenajear la efeméride del nacimiento del insigne escritor ocurrido el 9 de septiembre de 1828 (28 de agosto en el antiguo calendario gregoriano) en Yasnaia Poliana, la bella propiedad rural que poseía la familia al sur de Moscú. Este autor es uno de los más significativos de la lengua rusa, autor de La sonata a Kreutzer, La muerte de Iván Ilich, Resurrección...

La guerra y la paz (1863-1869), junto a Ana Karenina (1873-1877), forman parte de lo más importante de su obra. En Cuba la primera se exhibió como filme en tres partes en el propio año de culminar su realización por el director soviético Serguéi Bondarchuk, quien además asumirá uno de los personajes principales, el del conde Bezujov, aquel que diría «uno debe amar y debe creer». En 1968 la cinta obtuvo el Oscar de la Academia de Arte y Ciencias Cinematográficas de EE.UU. como mejor filme extranjero.

En esta versión que se exhibe ahora, una producción de la televisión europea dirigida por Robert Dornhelm, con actores como Malcolm Mc Dowell y Brenda Blethyn, entre otros, las cosas van de prisa, es una serie de pocos capítulos, ya ha ocurrido la batalla de Austerlitz, han sido presentadas las cinco familias aristocráticas principales, ha muerto Lisa, Natasha Rostova ha bailado con Andrei Bolkonsky, han emergido los protagonistas de una obra de 559 personajes y cuyo manuscrito llegó a la cifra de cinco mil folios, y va bien, porque la labor de los editores y guionistas es encomiable. Vale la pena agradecer las actuaciones; la magnífica dirección de arte, llena de modernos y nada irrespetuosos criterios propios, la banda sonora que recrea las melodías epocales.

La serie tiene un destinatario amplio, para todos, no sustituye, claro está, el deseo por la lectura, más bien, la estimula. Desde La guerra y la paz hasta Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, pasando por La Semana Santa, de Louis de Aragón; en De los vivos y los muertos, de K. Semionov, o El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, está el hilo conductor que nos permitirá reconocer las búsquedas en la eticidad del individuo.

No hay dudas de que beber de clásicos como La guerra y la paz prepara mejor nuestra mente para el análisis y nos hace más profundos al enfrentar las diversas situaciones y buscar desde el arte o la vida el camino de la transformación. ¡Hurra!

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