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Los viajes de Isabelle Huppert

La actriz francesa, de visita en Cuba a propósito del aniversario 15 del festival de cine galo, confiesa que hacer «una película es un viaje de vida. Cuando esta noción de viaje interior se enriquece en uno real, resulta una experiencia increíble»

 

Autor:

Jaisy Izquierdo

Isabelle Huppert, una de las más grandes actrices francesas de todos los tiempos, se encuentra en La Habana, a propósito del aniversario 15 del festival de cine galo.

La dos veces ganadora de la palma dorada de Cannes por Violette Nozière y La pianista, y merecedora del premio César por La ceremonia, comparte piel y alma en complejos personajes femeninos que, como un imán, nos pegan a la pantalla grande, en la arrobadora manera en que su baja estatura se crece ante escenas terribles, y sus gestos controlados desafían los tormentos internos que sacuden a una ambiciosa Madame Bovary o a una electrizante Marie que marcha hacia la guillotina en Un asunto de mujeres.

No obstante, Huppert confiesa a la prensa cubana que, para ella, actuar no es difícil: «Creo que todos los filmes son más dificultosos de ver por parte de los espectadores, que de hacer por nosotros, los actores».

Entonces expresa ese hilo común con el cual engarza, a su juicio, el fin mismo del cine, la literatura y el teatro, que no es otro que estudiar precisamente los comportamientos del ser humano.

«Reza un refrán francés que no todas las verdades son buenas, pero en el cine sí todas son buenas para mostrarlas, hasta las más oscuras. Yo solo intento acercar un personaje lo más posible a su realidad, no creo que los que interpreto están más cerca de la locura, porque si no todos estaríamos locos. Pienso que lo novelesco permite recrear una amplia gama de comportamientos en la que compromiso social y realidad humana se separan por una línea muy delgada. Yo tuve la oportunidad de trabajar con directores que siempre me permitieron ocuparme de las caras ocultas de los personajes».

A las órdenes de los más exigentes cineastas europeos, como el austriaco Michael Haneke, el italiano Marco Ferreri, el polaco Andrzej Wajda y los franceses Jean-Luc Godard y Claude Chabrol; Huppert confiesa haber trabajado sin suscribirse a un método particular para desplegar su histrionismo.

«Todo depende del encuentro con el realizador. Por ello es que hago una selección del director más que del mismo personaje, pues me interesa sobre todo la subjetividad de alguien respecto a una historia, y a partir de ello es que construyo todo el papel que voy a representar».

No faltan entonces palabras de elogio para el Chabrol que la convirtiera en su actriz fetiche y al cual acompañara en siete proyectos. «Además de ser una persona generosa era también muy fantasioso. Un asunto de mujeres fue un regalo que Chabrol me hizo a mí. Yo le dije que en esa película quería cantar, y él me respondió sin miramientos, “Entonces, vamos a hacerte cantar”. Por eso se las ingenió para crear todo un vínculo dramático entre el canto y la trama. Esa voz que quiere hacerse escuchar iba a ser destruida finalmente, y eso le daba una tensión increíble a la historia».

A diferencia de la cinta de Chabrol, en La pianista, de Michael Haneke, sí hubo un trabajo previo para que las manos de la actriz fueran las que realmente tocaran las piezas musicales en el teclado. «Aquí la relación con la música era la metáfora de su relación amorosa. La primera vez que ella escuchaba al joven estudiante no le gustaba del todo cómo tocaba el piano, y entiende por su manera de interpretar las composiciones que él estaba más cerca de la seducción que de la felicidad, tal como sería después su manera de amar», explica Isabelle dando algunas claves para acercarnos al atormentado mundo de Erika, uno de sus personajes más aplaudidos y controversiales.

Como una travesía por universos personales se le antoja a Isabelle el Séptimo Arte. «Hacer una película es un viaje de vida. Cuando esta noción de viaje interior se enriquece en uno real, resulta una experiencia increíble. Me gusta hacer películas en cualquier parte del mundo. Salir hacia lo desconocido, descubrir otros realizadores y países a través del cine».

Tal vez por ello es que Isabelle no le pertenece solo a la cinematografía gala, y sus periplos fílmicos la han llevado a otros escenarios como las Filipinas de Brillante Mendoza en Captive, donde interpreta a una misionera cristiana tomada como rehén junto a un grupo de personas; y a la Corea del Sur del realizador Hong Sang-soo en la cinta In another country, que filmara recientemente en una ciudad cerca del mar, sin hablar apenas, sin guión y con un equipo muy reducido.

«Creo que no importa la forma o el lugar, pues existe un lenguaje universal para comunicarnos a través del cine. Esta divergencia de sentimientos, de ser extranjera y a la vez sentirme en casa, es una de las cosas que más me alegran del cine», expresa la actriz al rememorar aquella experiencia.

A la pregunta de si alguna vez incursionaría detrás de las cámaras, responde categóricamente que no. «Ya me las ingenio bastante bien como actriz para sentirme parte de cada una de las películas donde aparezco, aunque es posible que esto se vea como algo ilusorio de mi parte. Convertirme en realizadora sería dejar todo atrás para comenzar otra nueva vida».

Entonces se detiene, y abre, como a sus personajes, un margen a lo desconocido: «Un día quizá lo hiciera por pura curiosidad, y de hacerlo, por supuesto que actuaría también. Creo que filmar podría satisfacer ese espacio vacío que todo actor siente, pues sabe en el fondo que esa película no le pertenece a otra persona que no sea su realizador. Pero ese vacío forma parte, inevitablemente, de ser actriz, y por eso para llenarlo solo puedo entregarme a otro personaje. A otro. Y a otro más».

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