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La guerra del artista en la fuente

Como era de esperar, El Fantasma, de Michel Hazanavicius, descorrió las cortinas de este evento cultural, muy esperado por los cinéfilos del patio

Autor:

Frank Padrón

El Festival de cine francés en Cuba, que este año llegó a la «edad de las ilusiones», emprende su periplo cubano de 2012 en medio de un excelente momento para la producción gala: más de 270 películas, 200 millones de espectadores en Francia y amplios reconocimientos internacionales, incluyendo cinco Óscares para El artista. Como era de esperar, la obra de Michel Hazanavicius descorrió las cortinas de este, uno de los eventos más esperados y concurridos por los cinéfilos del patio.

El Hollywood de 1927 contempla temeroso el arribo del cine sonoro, con gran peligro para los triunfadores del silente, quienes ven amenazados sus éxitos de hasta ahora; así ocurre al protagonista de El artista, Georges Valentin, mientras su joven colega, Peppy Miller —que empezó como extra a su lado— lo reemplaza en el suceso.

Si bien es cierto que buena parte de la batalla ganada dentro de una sonada recepción estribaba en el método asumido por el director (en una época en que todo el mundo apuesta por las más avanzadas tecnologías, el hombre se aparece con esta vuelta al cine mudo) no lo es menos que sin la exquisitez conseguida poco hubiera logrado El artista: obra de artista donde los hubo: la re-significación de los códigos principales de esta etapa y esa estética —gestualidad como principal recurso expresivo, la música ocupando toda la banda sonora y protagonizando no solo la ambientación sino la principal voz narrativo-dramática, la fotografía en blanco y negro sugiriendo y sintetizando, los intertítulos imprescindibles para aclarar detalles adonde no llegan aquellos— es, sin lugar a dudas, el principal y rotundo mérito del filme, que constantemente está aludiendo, mediante sutiles señas, al gran conflicto del personaje central: la llegada aplastante y desplazante del cine hablado.

Entre homenajes a esos actores (del cual el protagonista es más que un símbolo incluso desde su apellido referente a uno de los galanes emblemáticos) y al cine todo, con sus cuotas repartidas de maravilla y desgarramiento, la insuperable reconstrucción epocal y las excelentes actuaciones (Jean Dujardin y Bérenice Bejo son los campeones de un equipo no menos virtuoso que incluye a Jammes Cromwell, Penélope Ann Miller, Malcolm McDowell y hasta ese perrito que también apunta a las reverencias), El artista es, ni más ni menos, una obra de arte.

Presentada por su director y fuertemente aplaudida al finalizar su proyección inicial, La fuente de las mujeres —coproducida entre Francia, Bélgica, Italia y Marruecos— constituye la más reciente obra del singular cineasta de origen rumano Radu Mihaileanu (El tren de la vida, Concierto…) y se (nos) ubica en una aldea rural del Medio Oriente donde las mujeres, siguiendo la tradición, deben ir a buscar agua a un encrespado y peligroso camino en la montaña, lo cual provoca caídas que les hacen perder las criaturas a las embarazadas; a una de ellas, Leila, de entre las de pensamiento más avanzado, se le ocurre organizar una «huelga de amor»: no permitirán a sus esposos relaciones sexuales hasta que no las ayuden en tan arriesgada labor.

Fiel a un estilo que se ha ido imponiendo, Mihaileanu elige un tono difícil a la hora de desarrollar el relato: el transitar por una cuerda floja que se desdoble entre el humor y la gravedad, y debe admitirse que en ello radica el mérito inicial de esta fuente, que lo es también de personajes que trascienden el pintoresquismo para erigirse en recios caracteres (el papel de Rifle Viejo entre los inolvidables) y de rubros que «sazonan» espléndidamente el texto fílmico: la peculiar y rica música, intradiegética, verdadero paratexto que en las interpretaciones de las mujeres, basadas en ritmos locales, va comentando los sucesos y reforzando el dramatismo del sujet; el vestuario, otro eficaz colaborador de la ambientación y la ubicación espacial; y claro que los desempeños, con excelentes actrices que dan vida a los de por sí vigorosos personajes (Leila Bekhti, Hafsia Hertzi, Zinedine Soualem...).

La guerra de los botones resulta la más reciente labor del director general del festival francés desde sus inicios, el realizador Christophe Barratier (El coro), quien según declaró entre nosotros, no se trata exactamente de un remake de aquel popular filme realizado en 1962 por Yves Robert, sino que parte directamente de la novela escrita por Louis Pergaud en 1912.

Como ya lo ha demostrado en sus filmes anteriores, el director sabe cómo manejar el melodrama evitando, generalmente, los excesos; en este caso, niños simpáticos, protagónicos, en pugna; el nazismo como fantasma gravitando en un contexto rural que, fuera de ello, sería casi paradisíaco, hermosos pasajes y acción, suman una fórmula eficaz para lograr comunicación segura, como demostró el amplio público que asistió a la premier, con la presencia de Barratier.

Esta vez, la gran mancha de La guerra… señala hacia la partitura creada por Philippe Rombi, no solo demasiado melosa hasta la repugnancia, sino deficientemente empleada ante su excesivo descriptivismo y sus énfasis absolutamente superfluos. En medio de un festival que privilegia este rubro (como ya viéramos a propósito de El artista y La fuente de las mujeres) resulta un defecto mucho más visible... o audible.

Tras esta premier, la delegación francesa partió, pero lo más importante, las películas, continúan hasta fines de mayo tanto en La Habana como —en una selección— el resto de las provincias cubanas.

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