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Piel temblorosa y alucinada

La más reciente película de Pedro Almodóvar, La piel que habito, es un thriller criminal, alucinante, lóbrego y fantasioso, sobre gente que quiere más allá de la razón, y que por tanto es incapaz de comprender, perdonar, o aceptar la muerte y el desamor

Autor:

Joel del Río

A pesar de su brevísimo paso por nuestra cartelera de estrenos, y de que son muchos los espectadores —e incluyo a respetables críticos— que se cansaron de Pedro Almodóvar, su más reciente película, La piel que habito, que ojalá se repusiera pronto por televisión o en algún cine céntrico, me pareció sólido ejercicio de maestría narrativa y estilística.

Mientras abundan los espectadores que se enfrentan a sus nuevas películas convencidos de que el cineasta ya nos entregó lo mejor de su talento, y que ahora solo repite variaciones en torno a los temas ya conocidos y ampliamente tratados de la intimidad femenina, el amor loco, la transgresión sexual y ética, o el homenaje al melodrama norteamericano, su filme más reciente pudiera deshacer los prejuiciados criterios de las sectas antialmodovarianas, en tanto toma por sorpresa a casi todo aquel que se decida a disfrutarla como lo que es, un thriller criminal, alucinante, lóbrego y fantasioso, sobre gente que quiere más allá de la razón, y que por tanto es incapaz de comprender, perdonar, o aceptar la muerte y el desamor.

Premiada con cuatro Goyas (incluidos los de mejor actriz para Elena Anaya y el mejor actor revelación para Jan Cornet), nominada al Globo de Oro, la Palma de Oro, y a los premios del cine europeo en los acápites de banda sonora (Alberto Iglesias) y diseño de producción, reconocida por numerosas asociaciones de críticos (los no prejuiciados con el tantas veces pronosticado declive de Almodóvar), La piel que habito es una película que cuenta la consumación de una venganza y las atrocidades que verifica un loco sobre un(a) inocente —y por ello clasifica dentro de la más clásica tradición del thriller, con fondo de melodrama erótico, y algún que otro apunte cercano a la fantasía o al cine de especulación científica, puesto que el realismo o la verosimilitud nunca fueron obsesiones para Almodóvar, sino la capacidad de implicar la sensibilidad del público con una historia bastante rara, totalmente inusual, y por consiguiente atractiva.

Es la historia del doctor Robert Ledgard (Antonio Banderas), eminente cirujano plástico, cuya mujer sufrió quemaduras en todo el cuerpo a raíz de un accidente de coche. El doctor ha dedicado años de estudio y experimentación a la elaboración de una nueva piel con la que hubiera podido salvarla, hasta que decide zafarse de todo escrúpulo y poner en práctica su experimento. Y con cuidado hay que escribir sobre esta película para sostener en la crítica similares claves del suspenso a las pulsadas magistralmente por el cineasta, y sostener incólume en el lector ese interés que lo empujará, ojalá, a ver la película, y luego a mantenerse sentado frente a ella, apasionado por conocer el destino final de tan extraviados personajes.

El argumento es enrevesado, salta en el tiempo y en el punto de vista de quien cuenta la historia, y así Almodóvar recrea la novela Tarántula, de Thierry Jonquet (algo peculiar en su filmografía, pues la mayor parte de sus películas parten de guión original) y le suministra a la historia una serie de giros sorprendentes para el espectador, debido a que cada uno de los personajes que cuenta o recuerda, solo ve las piezas más cercanas del rompecabezas, hasta el terrible momento final, el único en que se revela lo que ocurrió «de verdad», y no lo que pensaba tal o cual personaje.

Ocurre que en esta etapa de resolución, la historia adquiere un tono demasiado coloquial y tranquilo, luego de presenciar cerca de una hora y media de truculencias y asombros. Y poco antes de que la película concluya, Almodóvar parece susurrarnos (en otros tiempos se comunicaba por medio de chirriantes escorzos y excedidos protagonistas) que cada uno es lo que es, independientemente de la piel que nos sirva de coraza, apariencia y disfraz.

Aparte de sus muchas y evidentes virtudes, la película tampoco encontró consenso. Ya decía desde el principio que Almodóvar cuenta con una corte numerosa de fanáticos odiadores, algunos de ellos simplemente homófobos; otros quizá convencidos de que un auténtico autor jamás debiera hacer tantas concesiones a los géneros convencionales. Los terceros, decididos a demostrar (como si hiciera falta) que estamos en presencia de un buen narrador, ingenioso y frívolo, pero carente de profundidad y capacidad reflexiva o filosófica. El caso es que Time Out, por ejemplo, aseguró que «una vez más Pedro Almodóvar muestra su genialidad para convertir lo ridículo en sublime»; Variety discrepó diciendo que «el director encontró un vehículo ideal para su sensibilidad, pero ha sido incapaz de devolver el favor abrazando por completo la oscuridad inherente al material», porque parece que el crítico quería una película ¿más tremebunda todavía? The New York Time sentenció: «Es una película de Almodóvar con todos los dones que ello implica: técnica lapidaria, perversidad calculada, e ingenio inteligente», y en la misma ciudad, The New Yorker le concede elegancia al largometraje, pero garantiza que se trata de «un manual para mostrar la técnica, todo arte y brillo, pero es la menos entretenida de todas las películas de Almodóvar, una película que es seria sin llegar a ser inteligente».

Pero los ataques más furibundos los recibió el cineasta en su propio país. Y es bueno que conozcan de tales disensos quienes nos piden a los críticos cubanos benevolencia con el cine y la televisión nacionales. El cronista de El País, Carlos Boyero, evidentemente «encarnado» con Almodóvar —una vía segura para garantizar efímera fama— la emprendió contra Antonio Banderas (que no está ni en su mejor ni en su peor momento) y luego catalogó La piel que habito de «notable idiotez» y «oquedad vistosa». Fotogramas opinó, acertadamente, que estamos ante «un salto al vacío lúcido y radical, una película loca, grotesca, a ratos incluso incómoda, pero sobre todo fascinante», y en todo ello estuvo de acuerdo, con sus matices, el diario La Vanguardia cuando dictaminó que se trata de «la película más extrema y desafiante del genio manchego, que provocará tanta adhesión exaltada como rechazo».

Como evidentemente me encuentro entre quienes disfrutaron, mucho, la película, debo desmarcarme, no obstante, de los excesivamente entusiastas que la catalogan como la mejor de Almodóvar. Concedo que es uno de los mayores logros del cineasta en la línea de exploración de los elementos narrativos y estilísticos propios del cine criminal, el thriller y el cine negro. Tales elementos aparecen, en su filmografía, con Matador (1986), refuerzan el contenido melodramático de amores imposibles en La ley del deseo (1987), Átame (1989) y Tacones lejanos (1991), se confirman brillantemente con Carne trémula (1997), y vuelven a sugerirse en el trasfondo dramático de Hable con ella (2002), La mala educación (2004) y Volver (2006). De modo que el cineasta maneja con prestancia y asiduidad las historias sobre personajes que se dejan llevar por el amor, el deseo y la pasión, hasta el punto donde ya no hay retorno.

Independiente de las lagunas múltiples en una trama llena de respuestas suspendidas, que a veces avanza a empujones por terrenos colmados de obstáculos narrativos —como la necesidad de contar de manera original nuevamente la historia del hombre capaz de crear una criatura a su gusto (vienen a la mente Pigmalión o Vértigo)— es preciso celebrar el ritmo preciso y tenso de la edición, la elegancia sugestiva y pictórica de la dirección de arte (con todos esos cuadros enormes de mujeres objeto, de criaturas manipuladas y exhibidas), la suntuosa fotografía de José Luis Alcaine y la vívida interpretación de la hermosa Elena Anaya, todo ello al servicio, como dije antes, de una historia temeraria y  asombrosa, que pretende desactivar el fusible de la lógica racionalista, y sumergir al espectador en la pesadilla circular de alguien que despierta de pronto y sigue siendo algo completamente distinto a lo que sugiere la hermosa piel que habita. Porque el horror y la belleza pueden ser parte del mismo sueño, quiero decir, pesadilla.

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