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La cordura del Loquito

Jocoso y vital, René de la Nuez arribó a los 75 años. Trabajos no vistos de su yo íntimo y… ¡sin humor!, pueden verse en la exposición con que se reconoce al artista. La caricatura, otra forma de hacer periodismo

Autor:

Marina Menéndez Quintero

«Estoy sorprendido». Ese fue el comentario, entre amigos, de René de la Nuez, cuando ya se habían ido la mayoría de los muchos asistentes y solo quedaban unos pocos en los umbrales de la sala Wifredo Lam, donde acababa de inaugurarse la más reciente de sus exposiciones.

Modesto como siempre, quizá le pareciera que acudieron más admiradores de lo esperado a la apertura de Nuez 75, una iniciativa del Consejo Nacional de las Artes Plásticas del Ministerio de Cultura para homenajearlo, al arribar el artista a sus tres cuartos de siglo.

Aunque después aclare con una sonrisa que eso es «solo en las caricaturas», asegura sentirse el mismo muchacho que a los 17 años publicó su primer dibujo en el diario Zig Zag, y no únicamente porque lo siga acompañando el buen sentido del humor. Hoy es igual de exigente, y suman muchas las hojas de papel que continúa rompiendo si siente que la caricatura no le ha quedado como debiera.

Pero antes de llegar a Zig Zag ya tenía alguna experiencia. Había hecho las portadas, tiradas en mimeógrafo, de la publicación estudiantil clandestina donde colaboraba en su natal San Antonio de los Baños (entonces todavía no pertenecía al M-26 de Julio), hasta que la dictadura de Fulgencio Batista la cerró. Entonces se vio obligado a partir a la playa de Baracoa, donde está la pequeña casa que Pucha, su compañera, heredó de su familia pescadora. Allí sigue estando el refugio de ambos hasta ahora.

Pero el secreto de que llegue tan lúcido, vital y jocoso a este redondo cumpleaños tal vez sea ese que sugiere su personaje de más arraigo, desde la obra que abre la exposición: ¡La moringa!

Sorteando increíblemente el paso del tiempo, el Loquito todavía identifica a Nuez, incluso, ante un público joven que no lo conoció, ni vivió los años en que fue creado.

¿Cómo es posible que un personaje que nació para fustigar, desde su supuesta locura, a la dictadura de Fulgencio Batista, siguiera siendo útil después que los rebeldes derrotaron a la tiranía, y resista el transcurso de los años hasta hoy?

Para el autor, la respuesta es fácil. «La Revolución del Bobo de Abela se fue a bolina» —dice en alusión al que fue casi un emblema para el pueblo cubano, cuando desde el humor político, en los diarios, denunciaba las lacras de la seudorrepública, allá por los años 30 del pasado siglo. «Pero la Revolución del Loquito, triunfó».

Los tiempos, no obstante, se movían. Para darle voz a la Cuba revolucionaria ante la perenne agresividad imperialista surgió entonces el Barbudo que, triunfante de la lucha en la Sierra Maestra, desplazó en las caricaturas de Nuez al muchachito de ojos danzantes con el inseparable sombrero hecho de papel periódico.

También hubo personajes que dieron la batalla hacia adentro. Perdurable en la memoria de los menos jóvenes está Mogollón, que representaba a los llamados vagos y lúmpens para criticar a quienes no tenían conciencia de que debían dar su aporte a la sociedad.

Mediante esos y otros personajes, su concepción periodística de una caricatura en función de remarcar, ironizar o comentar la noticia marcó el devenir de René de la Nuez por los diarios Revolución y Granma, y también en el suplemento humorístico El Pitirre —que considera fue «una publicación de vanguardia»— y, luego, en Palante… (tal vez con la misma experiencia, pero menos joven que el DDT). En su criterio, la caricatura en el diarismo constituye un género aparte.

Es un quehacer que, opina, se ha perdido un poco en los periódicos, «aunque la Isla ha tenido excelentes caricaturistas en todas sus épocas».

Pero el Loquito es quien lo ha marcado más. «Él fue acompañándome y formándome como dibujante. Fue labrando en mí, de tal manera, mi estilo de dibujar y de expresarme, que hoy en día me es muy difícil desprenderme de esa forma de hacer humor».

Por tanto, no podía faltar en la muestra, todavía a disposición del público en la Wifredo Lam.

Distinto y diferente

Pero este no es, únicamente, el quehacer que Ud. puede apreciar en Nuez 75, donde el artista ha querido llevar algunas cosas que no son nuevas, solo que nunca las había expuesto. «Las hacía para mí».

Son obras muy ligadas, algunas, al folclor. «Estudios que hice en una época y de los que fui dejando constancia en una serie de dibujos».

Entre estos pueden citarse los llamados almendrones, que como la serie de anillas de tabaco y la de bicicletas ocupan un lugar afectivo entre los personajes no humanos que ha atrapado de la realidad.

Otras, en cambio, sí son totalmente novedosas, como los cómics, que en este caso buscan provocar la participación del espectador.

«Yo dibujo la onomatopeya gráfica del cómic y el que contempla la caricatura, inventa. Doy elementos que pasaron en ese cuadrito pero que no están, y cada quien debe imaginarlo a su manera, en su cabeza. Es un divertimento y me gusta mucho».

La idea se le ocurrió el día en que se le acercaron unos críticos de arte, preocupados porque las personas se detenían poco ante los cuadros en las exposiciones. Entonces él, ocurrente como siempre, se dijo: «Ah, yo voy a hacer algo para que piensen».

También expone tres de sus varias visiones del Chac-mool, la deidad maya que ha visto de cerca en Chichén Izá, y que tanto le evoca a Martí durante aquel viaje del Maestro a la península yucateca que iniciara por la playa de Progreso.

Y está, desde luego, nuestra capital. Joven impactado por su obra, el curador de la exposición, Samuel Hernández Dominics, nos avisa: «Cual eterna enamorada aparece la ciudad, esa pícara Habana que se añora y sorprende con sus personajes cotidianos llenos de inventiva y ganas de vivir. Con ella René va a retomar los códigos de la caricatura, pero esta vez imprimiéndoles un sello peculiar».

Así, explica, «…las composiciones resultantes se convierten para el espectador en una peculiar instantánea, una escena costumbrista de nuevo tipo que dentro de algunos años servirá tanto a historiadores del arte como a sociólogos o antropólogos, pues al igual que Van Van, René de la Nuez se ha convertido en todo un cronista social (…)».

Durante la inauguración, eran muchos los que se detenían a contemplar esa manera tan suya de ver, mientras Nuez conversaba con algunos de los que acudieron a festejar su aniversario.

«Setenta y cinco años no es algo como para celebrar», había aseverado días atrás. Pero desde luego que solo era otra de sus bromas.

«No, hablando en serio: he tenido el privilegio de la vida de llegar a esta edad no solo lúcido, sino con ansias de trabajar, de dibujar y de hacer cosas».

Se dice que ya está pensando en la próxima exposición, y eso es suficiente para que se desencadene la imaginación de Nuez y también la de los admiradores de su obra, quienes seguro piensan qué les deparará en su nueva entrega... Como siempre, con esa «locura quijotesca» que le adjudica al Loquito: una demencia bien plantada en la realidad.

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