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Boceto melódico necesario

Proponer un repertorio atractivo, que trasciende por la calidad de las piezas y por las ejecuciones de las mismas, es uno de los principales aciertos del Festival Leo Brouwer de Música de Cámara

Autor:

Yelanys Hernández Fusté

Asumir ese difícil pero gratificante matrimonio de las músicas inteligentes —como persigue el evento—, ha sido el gran reto del Festival Leo Brouwer de Música de Cámara. En cinco años, hemos visto desfilar por los escenarios habaneros —también esta vez por los de Pinar del Río y Santiago de Cuba— a grandes instrumentistas e intérpretes de reconocimiento internacional, en una suerte de compendio melódico que, como cada octubre, seduce y se hace habitual.

Puede decirse fácil, sin embargo, resulta ambicioso juntar en un mismo convite a una diversidad de géneros y que no haya disonancias. Tango, flamenco, jazz, música de concierto, son, canción contemporánea y un sinnúmero de estilos se adueñan de las veladas en los teatros. Y ese es el primero de los aciertos del Festival, el proponer un repertorio atractivo, que trasciende por la calidad de las piezas y por las ejecuciones de las mismas.

Ha sido así desde su inicio en 2009, y permítanme un breve recuento. Aquella primera edición, concebida para cuatro conciertos, tuvo una dedicatoria al guitarrista en sus siete décadas de vida, y en ella intervinieron grandes del pentagrama nacional como el pianista Chucho Valdés. Al año siguiente, entre los momentos que más llamó la atención dentro de la exquisita propuesta estuvo De Brouwer a Gismonti, que puso punto final al evento y contó con el astro brasileño Egberto Gismonti.

Fue la versión de 2011, que contó con cinco conciertos, una buena oportunidad para atemperarnos con las piezas del cubano-holandés Hubert de Blanck. Con ello, la práctica de rescatar partituras patrimoniales poco interpretadas o desconocidas se ha mantenido hasta hoy —en esta edición en Santiago de Cuba, sonaron las obras de Cratilio Guerra (1835-1896) y Laureano Fuentes (1825-1898).

Mucho más ambicioso y avizorando esa interconexión con otras artes, la versión del Festival Leo Brouwer en 2012 se salió de su espacio natural de las salas de concierto de La Habana Vieja para teatros como el Astral, Mella y Karl Marx. Precisamente en este último, el público se regocijó con la actuación de dos pianistas excepcionales: las francesas Katia y Marielle Labéque. El mismo sentimiento volvió a aflorar este año con la actuación de Paco de Lucía.

Siguiendo el hilo del curado repertorio de esta quinta entrega del Festival, debemos acotar que tuvo el acierto de mantener en cartelera una veintena de conciertos —esta fue una abarcadora iniciativa que siempre debe velar por el tino organizativo y selectivo que ha caracterizado al evento, a raíz del aumento del número de espectáculos.

La mayoría de estas puestas fueron en la capital, aunque también se realizaron presentaciones en Pinar del Río —El cafetal, pieza de Ernesto Lecuona protagonizada por el Teatro Lírico de esa ciudad—; y en Santiago de Cuba, como ya dije, urbe donde tuvieron lugar tres veladas: Cello plus (con la participación de los cellistas Douglas Vistel y la alemana Almuth Krauber), Para la dama duende (Sinfónica de Oriente y el Orfeón Santiago) y la reedición de Brouwer flamenco, por el guitarrista Josué Tacorronte.

A las ya reseñadas actuaciones de Paco de Lucía y Pablo Milanés, resulta significativo agregar otros momentos que enriquecieron un certamen necesario para la escena musical nacional. Allí hubo conjugación con otras artes para permitir el diálogo entre ellas. De ahí la valía de Humor con clase, que puso en el escenario a Osvaldo Doimeadiós junto a Vocal Sampling y a un grupo de artistas; o de ese vital viaje que trajo De Sao Paulo a La Habana al cuarteto Quaternalia, al guitarrista Edelton Gloeden y a la soprano Adelia Issa.

Dos espectáculos pusieron este fin de semana el broche de oro al Festival: Benny Moré 50 años después y Meñique a flor de labios. El primero coloreó la jornada nocturna sabatina del Teatro Nacional con el tributo al Bárbaro del Ritmo desde la mirada de Vocal Sampling y X Alfonso, a la vez que nos reservó un encuentro único con esa formación venezolana que es Emsamble Gurrufío.

Meñique... fue otra de las mixturas entre las artes, un concepto avalado por los organizadores del evento. A la tropa de Carlos Alberto «Tin» Cremata le correspondió clausurar la edición 2013 el domingo, en el Karl Marx, con una obra que reverencia al más universal de los cubanos. Incluida buena dosis de actuaciones y de selección musical, los niños de La Colmenita dejaron bien clara esa moraleja de que «el saber vale más que la fuerza». Se integraron a la historia clásicos del repertorio nacional como Son de la loma (Miguel Matamoros) y Hachero pa’ un palo (Arsenio Rodríguez), así como las piezas de Brouwer: Varias maneras de hacer música con papel y Cantigas del tiempo nuevo, esta última contó con la dirección de su compositor —vestido de leñador, como uno de los personajes de la obra—, y la intervención de los coros Solfa y Diminuto, además de los actores de La Colmenita. Solo acotar un elemento que, a mi juicio, pudo haberse perfilado en la puesta: la carencia de organicidad que por instantes tuvo la inserción de la música en la historia, y que ocasionó en al menos dos momentos cierta dispersión en el público. Sin embargo, la pieza devino cierre cimero para un Festival que promueve, cada octubre, un maridaje perfecto para las músicas inteligentes.

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