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Es genial sentirme en casa

El multipremiado artista Rodrigo Almarales, una de las estrellas del Cincinnati Ballet de Estados Unidos, acaba de debutar y de arrancar ovaciones en el país que lo vio nacer hace 26 años

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Todavía no se lo cree. Rodrigo Almarales, una de las estrellas del Cincinnati Ballet de Estados Unidos, acaba de debutar y de arrancar ovaciones en el país que lo vio nacer hace 26 años. «Partí a los diez y volví por dos semanas cuando cumplí 13. Desde entonces no había regresado. Es asombroso cómo los míos me siguen acogiendo como si hubiera sido ayer. Es genial sentirme en casa. Me habían asegurado que este público es muy cálido y lo he comprobado. Espero que en lo adelante pueda vivir muchas otras veces esa sensación del abrigo, del abrazo.

«Fue muy, muy emocionante bailar no solo para el público y para mí, sino también para mi familia, e interpretar junto a Grettel Morejón, quien ha sido maravillosa y se ha llenado de paciencia conmigo —ojalá y después del festival bailemos muchas otras veces—, el pas de deux de Coppelia en La magia de la danza», admite ante Juventud Rebelde este multipremiado artista que hoy y mañana defenderá, acompañando a la bailarina principal del Ballet Nacional de Cuba, Llama de París, en el Teatro Mella, a las 5:00 p.m.

Fue justamente por su familia que Rodrigo Almarales se apasionó con el ballet. «Mi madre, Miriam González, quien fue primera solista, y mi padre, Héctor Almarales, formaban parte del Ballet Nacional de Cuba. De manera que desde chiquito andaba metido en la sede de la compañía y viendo funciones en los teatros. Mi mamá, que también impartía clases en la Escuela Nacional de Arte, me sometió a las pruebas en la casa para ver si tenía o no condiciones. Con mi hermano hizo lo mismo, pero no pasó. No obstante, mi preparación comenzó en la escuela, pues entre los míos solo mataperreaba y daba brincos de un lado para otro en la sala».

—Entonces empezaste en la escuela, como los otros muchachos...

—Bueno, más o menos, pues entré a los siete años, cuando normalmente ocurre a los diez. Por aquel tiempo era un poco loco, superactivo, tal vez por mi propia edad. Me costaba acostumbrarme a ese régimen de disciplina, a ese rigor que es tan importante para poder crear la fuerte base que distingue a la Escuela Cubana de Ballet (ECB). Al principio no lo entendía y solo quería saltar y saltar. Me desesperaba en las clases hasta que me hicieron conciencia y comprendí que todo aquello era vital para mi formación. Debo decirte que repetí ese primer año...

—Supongo que fue un poco traumático para ti...

—Me explicaron que era demasiado joven y que era necesario, así que me lo tomé bien. Resultó muy provechoso, pues pude insistir en esa base de la ECB que está entre las mejores del mundo. Tuve mucha suerte, porque lo que sucede es que muchas escuelas seleccionan a bailarines de diferentes naciones para dedicarse a «limpiar» la técnica, a pulirlos. Fue lo que me ocurrió primero en México, donde mi madre fue a trabajar, y más tarde en Canadá.

—¿Cómo recuerdas esa «limpieza» en Canadá, ya lejos de tu mamá?

—Estudié por tres años en la Escuela Nacional de Ballet de Canadá. Te confieso que al inicio me sentí muy triste: estaba solo, el país es muy frío y no sabía ni una gota de inglés. Fue muy difícil dejar a un lado el calor de mi madre para enfrentarme al ballet y a la escolaridad en un idioma que no dominaba. Me hallaba superperdido y un poco decepcionado porque me ubicaron en una clase de un nivel inferior al que yo suponía que me tocaba. Sin embargo, después lo agradecí enormemente, porque consiguieron que jamás perdiera de vista, por ejemplo, que la quinta posición es talón y dedo, talón y dedo, no otra cosa. Me obligaron a que estuviera atento a esos detalles que a veces se pierden de vista cuando uno quiere llevar la técnica a un estadio cada vez más alto.

«Igual te digo que a partir de mi segundo año en Toronto empecé a sentirme mucho más cómodo, tanto que en los inviernos, en los que hacía menos 25, menos 30 grados, me ponía un abrigo y salía a caminar por las calles. Allí encontré amigos que nunca he podido olvidar. Cuando me tuve que marchar lloré a mares. Me puse muy mal, tremendo llantén que formé en el aeropuerto (sonríe)».

—Si te iba tan bien, ¿por qué ese traslado a Alemania?

—Me tocaba graduarme con La sílfide y el escocés. Había hecho una de las dos funciones que me correspondían, pero justo en una clase antes de la segunda, en la que estarían muchos directores de compañías, me rompí el quinto metatarso y no fue posible. Quedé noqueado porque se hizo trizas mi plan de conseguir un contrato. Sin embargo, la directora me propuso que me fuera a Alemania, a la Hamburg Ballet School, que era una escuela muy sólida, y que en ese país podría encontrar magníficas compañías.

«Alemania: otra experiencia muy provechosa, porque me acerqué a los contemporáneos —hasta ese momento era muy clásico. Integrar la Deutsche Oper Am Rhein, radicada en Düsseldorf, me ayudó sobremanera. Y es que en la actualidad no se puede ser solo bailarín clásico o contemporáneo. Hay que ser bailarín de lo que sea, lo más versátil posible, pues viene un coreógrafo y si no eres capaz de seguirlo, llama al próximo. Por eso le agradezco a la vida por haberme llevado por tantos lugares que han sido escuelas para mí.

«Y en Alemania fue especial, pues allí tuve mi primera compañía. Recuerdo que no podía ni dormir la víspera de mi primer día de trabajo, en el que llegué bien vestido, muy tempranito, con mucha emoción... La Deutsche Oper Am Rhein me dio mucho training. De repente debía aprenderme una coreografía en dos o tres semanas, y estar muy enfocado. De cierto modo me marcó el hecho de que después de haber estado entre los mejores alumnos de la escuela, fui a parar al cuerpo de baile... Otro shock: acostumbrarse a ir detrás cuando siempre había estado delante... Pero, debo decirlo también, fue por poco tiempo, enseguida comenzaron a darme más y más roles.

—De la etapa alemana son los concursos en los que participaste...

—Sí, competí en los certámenes internacionales de ballet de Nueva York, Varna, Corea del Sur y Helsinki. Yo he sido una persona muy competitiva. Siempre he querido más, y más, y más. Desde pequeño quería vivir algo así y cuando lo conseguí lo disfruté al máximo. No obstante, ese con el cual me inicié en esas lides fue como demasiado para mí. Estaba tan emocionado y quería hacer tanto, que al final me quedé con las manos vacías. Pero lo que viví me sirvió como enseñanza. Luego conquistaría el bronce en Bulgaria y en Corea, mientras que en Finlandia gané la medalla de plata.

—Evidentemente te encantan los concursos, ¿crees que son importantes para la carrera de un bailarín?

—Hay quienes creen que no, pero yo considero que te entrenan para bailar bajo presión. Asimismo, compartes con bailarines de diferentes escuelas, de quienes puedes aprender mucho, porque por lo general cuentan con un nivel técnico-artístico bien elevado, y, al mismo tiempo, te das a conocer, sobre todo entre personas con influencias en este mundo. Sucede además que a veces, gracias a estas competencias, puedes presentarte en países en los que quizá jamás hubieras bailado, como Corea del Sur o Finlandia. Yo se lo recomiendo a mis colegas, que si pueden, participen.

—Supe que por un tiempo te presentaste a un show de la televisión italiana nombrado Amici...

—Si te soy sincero, cuando me hablaron de la televisión no me gustó mucho la idea, pero al explicarme que en ese programa competitivo de cantantes y bailarines también podía hacer mis clásicos, me dispuse a probar. Me pasé como cuatro meses en Roma, en los que interpreté Llama de París, Don Quijote, Esmeralda... y a la gente le encantó. Me asombró de verdad, no pensaba que fueran a reaccionar de ese modo. Me hice un poquito famoso, aunque estoy seguro de que si vuelvo ya nadie me conocerá (sonríe). En Amici ya no me veían  dos mil personas, sino millones, bailando en un escenario donde había cámaras por todas partes. Claro, si me caía, el mundo se enteraba...

—¿Y te caíste?

—No, ahí siempre me puse las pilas (sonríe). La última vez que me caí fue en la escuela. Mis nalgas rebotaron en el piso (vuelve a sonreír). No, lo que más me ha pasado como profesional es que me he ido de un pirouette o no he terminado la variación como corresponde... En fin, que Amici contribuyó a que ganara más seguridad en el escenario.

—En 2010 te uniste al Boston Ballet. Un año después ya estabas en la nómina del Cincinnati Ballet...

—En el Cincinnati Ballet he experimentado un crecimiento vertiginoso. Ya estoy en mi cuarto año en una compañía donde sí he asumido los más diversos roles: desde contemporáneo contemporáneo, hasta el Don José en Carmen, una obra muy emocional, que son las que más me marcan, porque no se trata solo de la técnica, sino también de la historia que se cuenta. Me encanta expresar lo que siento a través de la danza. Por eso somos bailarines, artistas, y no atletas de alto rendimiento.

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