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Turismo y gozadera en la pista del video musical

Hay que pensar en otra manera de presentar el interés por lo nuestro, más allá de esa perspectiva de turistas deslumbrados. Porque esa imagen ligeramente autoexótica y comercialista, que nos muestra únicamente en cuanto a nuestras cualidades para el baile y la sensualidad, es demasiado antigua, esquemática y encubridora

Autor:

Joel del Río

Está claro para todo terrícola medianamente culto que los cubanos, desde la novela Cecilia Valdés, las obras de Julián del Casal y José Martí, hasta la pintura de Wifredo Lam, los poemas de Dulce María Loynaz o José Lezama Lima, y las películas de Tomás Gutiérrez Alea o Fernando Pérez, somos mucho más que rumba y son, bailoteo y sensualidad, aunque nuestro arte e idiosincrasia obligatoriamente atraviesen tales referentes. Sin mayores conflictos los cubanos podemos reconciliar tristezas y alegrías en el diseño de nuestra identidad personal y nacional.

Ni siquiera la música nuestra está marcada solamente por el erotismo salsero, timbero y el desenfreno del son o del reguetón. Porque están las nostalgias y angustias cantadas en la trova, el bolero o el filin. Sin embargo, últimamente, grandes estrellas de la música pop en español como Enrique Iglesias (unido a Descemer Bueno y Gente de Zona), Marc Anthony (también junto a Gente de Zona) y, más cercano en el tiempo, Olga Tañón, han triunfado con videos musicales grabados en Cuba, o simulando ambientes de la Isla, con el fin de promover algo así como un nuevo descubrimiento internacional de lo que siempre ha estado aquí, aunque tal vez ellos no lo supieran.

Me refiero, por supuesto, a los archifamosos y recontrapopulares Bailando (que no hace mucho alcanzó más de mil millones de vistas en Youtube), La gozadera (número uno ahora mismo en las listas de éxito de medio Hispanoamérica) y Vivo la vida, que apareció con gran éxito y es el único realmente grabado en Cuba.

Entre los tres hay suficientes similitudes como para permitirnos hablar de un paradigma reiterado, tal vez tedioso: sin excepción recrean exactamente la misma imagen de una Cuba ideal, de postalita, colmada de mulatas y mulatos bellísimos, constantes bailoteos en la calle, gozaderas sinfín, hedonismo interminable, sensualidad sin límites… todo ello descubierto, de momento, por el cantante líder, que protagoniza una representación en la cual nos toca el papel de bullangueras comparsas.

Como si fuera un secreto develado «de pronto» por Enrique Iglesias y Marc Anthony —a la luz del boom mediático generado por el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos— se exalta el incomparable sentido del ritmo de todos esos cubanos que, según muestran sus videos, inundan las estrechas calles (que supuestamente se ubican en Centro Habana o La Habana Vieja, pero ya sabemos que se replicaron en República Dominicana) y marcan el paso de una comitiva contagiada por el deseo de bailar.

El coro y cuerpo de baile suele seguir (obediente) el ritmo marcado por la figura líder, por el solista siempre extranjero, porque tanto Descemer como Gente de Zona interpretan papeles más bien secundarios en ambas propuestas. Porque, en apariencia, solo los nombres archiconocidos de Enrique y Marc pueden vender una millonada de discos, y provocar el colapso de los servidores en Internet cuando miles de usuarios en el mundo quieran repetir el efecto, sin discusión hipnótico, de Bailando y La gozadera.

A pesar de que las figuras principales siguen siendo los extranjeros, el alboroto mundial con los dos clips ha traído, como productos colaterales, la continuación del avasallador éxito de Descemer y Gente de Zona, además de la confirmación de Alejandro Pérez entre nuestros realizadores más talentosos, creativos y capacitados para idear videos musicales de éxito planetario.

Porque otro de los mensajes reiterados en estos videos tiene que ver con la capacidad para generar ritmos contagiosos de Descemer y Gente de Zona, por más que la posición de liderazgo, y los principales planos del audiovisual favorezcan las respectivas fotogenias, presencias estelares y obligadamente marcadas de Iglesias (imposibilitado de bailar a ese ritmo con sus caderas de ascendencia gallega) y Anthony, que tampoco baila mucho, pero al menos aprendió a imitar el giro de cabezas que le sugirieron los cubanos, y así garantizó la gracia coreográfica de una obra como La gozadera.

La también boricua Olga Tañón, apodada la Mujer de Fuego, al menos se decidió a superar las innecesarias impostaciones de Cuba y vino a la Isla, y aquí grabó Vivo la vida en las calles más populosas de La Habana, en ambientes auténticos. Dirigido nada menos que por X Alfonso, uno de nuestros más prominentes cantautores, músicos, promotores culturales y realizadores de videos musicales, el Vivo la vida de Olga la muestra también descubriendo una Cuba ingenua y bailadora.

La diva merenguera aparece subida en convertible y recorriendo la capital, aclamada por sus numerosos fans, quienes la asumen como la iluminada, la líder, la gozadora que ha reencontrado su paraíso natural y es bienvenida en plan de estrella que desciende a la tierra.

Mientras Vivo la vida se hace popular en Internet y en la televisión, se anuncia que la cantante regresará a nuestro país a realizar conciertos multitudinarios, y gratis, en Santiago y La Habana, en diciembre, mientras explica en ruedas de prensa que se mantiene atenta al acontecer en la Isla luego del citado restablecimiento de relaciones diplomáticas, como dejando en claro que todo el alboroto, los ilustres interesados en Cuba y su música, los mencionados videos musicales, y la serie interminable de duetos con artistas del patio responden al nuevo interés por todo lo cubano que han generado los medios de comunicación.

Nada hay de insano en aprovechar comercialmente el apogeo actual de nuestra música, solo que tal vez haya que pensar en otra manera de presentar el interés por lo nuestro, más allá de esa perspectiva de turistas deslumbrados. Porque esa imagen ligeramente autoexótica y comercialista, que nos muestra únicamente en cuanto a nuestras cualidades para el baile y la sensualidad, es demasiado antigua, esquemática y encubridora.

Si a finales de los años 90 del pasado siglo y poco después, triunfaba aquí el video musical ambientado en solares y espacios ruinosos, y luego se impuso el hotel de lujo, los bares vistosos de estilo retro, el carro descomunal, lo fashion y vintage, ahora predomina esta otra variante establecida por Bailando, La gozadera y Vivo la vida, un grupo donde se fusiona lo turístico y glamoroso, con lo humilde y popular, y se hace coincidir ambas esferas en un mismo espacio. Y está bien. Nada que reprocharle a la idea en sí. Es una estrategia más entre las muchas que puede adoptar un video musical bailable.

Los peros aparecen cuando una idea se convierte en formulismo, habida cuenta de que solo mencionamos aquí las obras protagonizadas por artistas extranjeros, pero ¿alguien se atreve a contar la cantidad de videos musicales hechos en casa con la estructura de artista plantado frente a la cámara que invita a bailar a la multitud, y al espectador, con la tentadora propuesta de olvida las penas y «ven a gozar y a bailar»?

El colombiano Carlos Vives declaró hace unos días que también quiere venir, y actuar, rodar videos y todo lo demás que hizo Olga y que seguramente hará Marc Anthony, si al final se decide a dar el paso. Esperemos que el resultado de estas y otras visitas, en video, apueste por dinamizar estos estereotipos de tropicalismo ingenuo, medio publicitario y medio impostado, que se respira en la serie constituida por Bailando, La gozadera, Vivo la vida, etc., etc., etc.

Protagonizado por Olga Tañón, Vivo la vida ha sido el único de estos clips rodado en Cuba.

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