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Festival de Toronto y los temas dominantes de la gran pantalla

El Festival Internacional de Toronto se confirmó como uno de los mayores eventos cinematográficos del mundo con la exposición de 399 obras de 79 países

Autor:

Joel del Río

En su edición número 40, el Festival Internacional de Toronto se confirmó, en tanto uno de los mayores eventos cinematográficos del mundo, plataforma de lanzamiento para los filmes que luego serán nominados al Óscar, y disfrutarán del aplauso o el reconocimiento más allá de las fronteras de los países donde se realizaron. Con 399 títulos provenientes de 79 países, y programados en más de 30 salas, este es un festival inabarcable para las posibilidades humanas de ver las generalidades y entender un fenómeno en solo 11 días.

Porque a pesar del esfuerzo natural del periodista laborioso que uno intenta ser todo el tiempo, en Toronto muy pronto se resigna a la idea de que no eres más que un número en el total de los 1 200 periodistas acreditados, un cubano medio raro en un mar de 475 000 espectadores que repletaron las salas y corrieron downtown arriba y abajo en busca de uno u otro deslumbramiento. Por lo menos tenía claro que debía aplicarme a precisar las principales tendencias del cine mundial, y pasar de largo ante las multitudes que aguardaban la aparición por los saludos, y los autógrafos, en las premieres, de estrellas como Johnny Depp (haciendo de gánster en Misa negra), Matt Damon (haciendo de astronauta abandonado en El marciano), Sandra Bullock (consultante política de un candidato a la presidencia de Bolivia en Our Brand in Crisis) y Julianne Moore (haciendo de policía lesbiana en Freeheld).

Y si valieran como ilustración del cariz del evento los filmes premiados, así como los elegidos para inaugurar y clausurar, puede decirse que la apertura se confió a Demolition, con otro papel estelar para Jake Gyllenhaal como un viudo cuyo duelo le provoca apetito por la destrucción, mientras que la clausura se encargó a la exhibición masiva, y gratuita, del clásico inmarcesible Vértigo, acompañado por la Orquesta Sinfónica de Toronto. Recientemente elegido por la mayor parte de los críticos como el filme más importante de todos los tiempos, la obra maestra de Alfred Hitchcock destaca, entre muchos otros aspectos, por una banda sonora musical obra de Bernard Herrmann que se cuenta entre las más eficaces de la historia del cine.

Los premios más importantes del Festival los confiere el público, que esta vez seleccionó vencedora la coproducción irlando-canadiense Room, sobre madre e hijo secuestrados durante años. También quedaron muy alto en la selección la comedia femenina india Diosas iracundas, y el drama realista Spotlight (con Mark Ruffalo y Michael Keaton), sobre los procedimientos periodísticos norteamericanos para encubrir un escándalo sexual de la Iglesia Católica en Boston. El triunfo de estas tres deviene excepcional cuando se tiene en cuenta la presencia de muchos otros títulos respaldados por intensiva promoción mediática.

Entre los títulos que gozaron del espaldarazo promocional, y finalmente se ganaron la atención masiva del público y la prensa, se contaba La chica danesa, drama biográfico que seguramente le ganará éxito mundial al británico Eddie Redmayne (por encarnar brillantemente a la primera persona transgénero). Algo similar, en términos de consagración, le pasará al impactante Idris Elba, quien borda su papel de malvado en la muy recomendada Bestias de ningún país, sobre un niño soldado inmerso en la guerra civil de un innombrado país africano. En la misma categoría de grandes titulares figuraba la comedia romántica, extravagante y de humor negro, Mister Right, dirigida en Estados Unidos por el español Paco Cabezas, y el thriller de ciencia ficción también norteamericano Equals, con una visión futurista sobre una humanidad a la cual le extirparon las emociones.

A pesar del despliegue estadounidense, el cine latinoamericano se las arregló para brillar, tal y como lo ha logrado en festivales anteriores de la magnitud de Berlín, Cannes y Venecia. La prensa y el público saboreó a plenitud las más recientes obras maestras del mexicano Arturo Ripstein (La calle de la amargura), el chileno Pablo Larraín (El club) o el argentino Pablo Trapero (El clan).Y además, los periodistas acreditados, que también conforman un jurado y entregan un premio, apostaron por la pluralidad cultural, eludieron los filmes hablados en inglés, y premiaron Desierto, relacionado con la inmigración en la frontera mexicana, dirigido por el joven Jonás Cuarón, y protagonizado por Gael García Bernal. El director aseguró en conferencia de prensa que se trataba de un asunto «pertinente, en tanto el tema del odio racial continúa integrándose al discurso político, y el filme muestra que los migrantes emprenden sus viajes no porque lo elijan así, sino porque no les queda más remedio».

El cine latinoamericano brilló, con películas como Desierto, de Jonás Cuarón y protagonizada por Gael García Bernal.

Y como todo concurso cinematográfico consciente de su impacto cultural, el de Toronto contribuye a estimular el talento local mediante una competencia especial, reservada a filmes nacionales, que este año ganó Closet Monster, ópera prima de Stephen Dunn, sobre un joven homosexual que arriba a la adultez en medio de una comunidad restrictiva y pacata. Viendo los dramáticos esfuerzos del protagonista para encontrar su camino, en una exploración de la identidad cuyo interés trasciende la especificidad de una u otra inclinación sexual, recordé a varios de mis amigos cubanos, que viven dentro y fuera de la Isla, y consideran cacofónico el interés del cine cubano en los temas de diversidad sexual luego del estreno en la Isla, más o menos sucesivo, de Vestido de novia y Fátima, o el Parque de la Fraternidad.

El interés de cineastas de muchos países del mundo en tales personajes y conflictos, por sus evidentes capacidades para vehicular mayor visibilidad por el diferente, e incentivar ciertos intereses de tipo social, sicológico y dramático, se remarcó en Toronto a partir de la atención que suscitaron no solo las ya mencionadas Closet Monster, La chica danesa y Freeheld, sino también en la reconstrucción histórica sobre la actividad del movimiento por los derechos de los gays que es Stonewall; el documental biográfico Women He’s Undressed, sobre el diseñador de vestuario hollywoodense Orry-Kelly;  la islandesa Jugando con las pelotas, o la sueca Chicas perdidas, en la cual tres adolescentes se transforman, súbitamente, en varones.

La chica danesa, estelarizada por Eddie Redmayne, ganó la atención masiva del público y la prensa.

Parece ser entonces, que el empeño por visibilizar a lesbianas, gays, bisexuales y transgénero, todos ellos omitidos durante décadas en las pantallas, tampoco es una tendencia inherente al cine cubano, sino que se vincula al espíritu de los tiempos que corren. Por estos caminos andan dos coproducciones de tema cubano que exhibió Toronto en sesiones privadas, dedicadas a promover las ventas y alquileres de filmes. La coproducción hispano-dominicana El rey de La Habana, dirigida por el catalán Agustí Villaronga. Viva, rodada y ambientada en Cuba por el director irlandés Paddy Breathnach, que colocaron la imagen Cuba, vista por cineastas extranjeros, en el mapa del festival de Toronto.

Villaronga adaptó al cine la novela homónima de Pedro Juan Gutiérrez. Viva se concentra en los conflictos de un joven, Jesús, que sueña con ser estrella de un club de travestis, un plan que le molesta a su padre, ex presidiario y boxeador. La prensa y los especialistas han elogiado sin cansancio a los tres protagonistas: Héctor Medina, Luis Alberto García y Jorge Perugorría. El rey de La Habana y Viva salieron de Toronto para competir, respectivamente, en los festivales de San Sebastián (España) y Busán (Corea del Sur), dos de los eventos señeros en Europa y Asia respectivamente. Precisamente en Busán se estrena mundialmente El acompañante, tercer largometraje de ficción de Pavel Giroud, que también lidia con los temas de la exclusión del diferente.

No solo Cuba y la diversidad sexual atrajeron a cineastas de cualquier latitud ávidos por restituirle a la pantalla el compromiso activo con realidades complejas. En Toronto brillaron también Colonia, thriller dirigido por el alemán Florian Gallenberger y ambientado en Chile durante el golpe de Estado pinochetista; Juventud, en la cual el italiano Paolo Sorrentino, dirige a Michael Caine y Harvey Keitel en una reflexión sobre la vejez del creador; la seguridad británica y el terrorismo en Kenya aparece en Un ojo en el cielo, y el griego Yorgos Lanthimos dirigió a Colin Farrell en la futurista y a veces sarcástica La langosta.

Stephen Frears habla en El programa sobre un célebre caso de doping en el ciclismo; Sicario es otro sombrío thriller protagonizado por Benicio del Toro, dirigido por el quebequense Denis Villeneuve, y concerniente al tráfico de drogas en México; Cate Blanchett y Robert Redford protagonizan la cuestionadora Truth, a propósito de entresijos políticos y periodísticos, y el maestro canadiense Atom Egoyan enroló al veterano Christopher Plummer en Remember, un drama de venganza a partir de las atrocidades nazifascistas.

Además, Toronto presenció el regreso del controversial Michael Moore con el documental Dónde invadir ahora, que hace balance de las intervenciones militares norteamericanas, y el español Cesc Gay dirige al argentino Ricardo Darín en Truman, una de las películas más exitosas entre los distribuidores y compradores a lo largo de un Festival que se las arregla para conciliar las políticas del mercado con los colores de la diversidad, la profundidad del pensamiento, la altura de los mejores ideales.

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