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La música es mi respiración

Asegura el cantautor guantanamero Audis Vargas, uno de los protagonistas de la Jornada de la Canción Política, que la música es el sentido de su vida

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«La música es mi respiración. ¡Todo el tiempo! No concibo mi mundo sin que ella exista en cada momento, a cada paso. Cada latido de mi corazón es música; los amigos, la vida en sí... Siento que todo lo que me rodea lo es, por esa razón se ha convertido en mi sentido de vivir. Es como la katana para el samurái».

Lo asegura Audis Vargas, uno de los protagonistas de la 40 edición de la Jornada de la Canción Política, que acaba de celebrarse en Guantánamo, y que en este 2016 estuvo dedicada a los fundadores del evento, los 30 años de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y las dos décadas del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.

— Audis, ¿y esa pasión de dónde te nació?

—Soy descendiente de haitianos por vía materna. Mi abuela, que es mi mamá pues me crió, canta muy bien, de manera empírica, sin academia. Recuerdo mi infancia escuchando todo el tiempo música cubana: Merceditas Valdés, Pablo Milanés, Omara Portuondo, Elena Burke... Cierro los ojos y veo a mi mami lavando y dejando escapar de su garganta, con un swing tremendo, aquellas canciones hermosas de Elena... Si alguien la hubiera descubierto, hoy de seguro la estarías entrevistando a ella.

«Recuerdo asimismo mi casa llena de cantos yorubas, los bembés cada 17 de diciembre en honor a San Lázaro, pero también a mi bisabuela cantando en creole... Todo eso me fue alimentando, endulzándome los oídos, provocando que me soltara, empujándome a contar mis historias con música de fondo, lo que ya no pude dejar de hacer desde que tuve la posibilidad de aprender a poner una nota en la guitarra.

«En realidad nadie se dedicó en mi familia a la música. Pero mi papá, por ejemplo, nunca me durmió con canciones de cuna, sino con rumba. Él lo intentaba: Ese niño lindo… y mis ojos permanecían duros como piedra. Pero si cambiaba de registro: cubaquinquin-cun, cubaquinquin-cun... Ahí quedaba yo rendido. ¡De verdad! Y eso se me fue quedando en el alma, sinceramente. Yo solo quiero, antes de que la vida me cobre las cosas, poder grabar con mi madre aunque sea uno de esos grandes temazos que canta en la casa...».

—¿Y quién te puso la guitarra en las manos?

—Yo practicaba jiu jitsu, porque me encanta la cultura japonesa. Un buen día un amigo, Rolando Peña, trovador, cuyo padre también es músico, me dijo: si me enseñas jiu jitsu, yo te hago tocar la guitarra. A los pocos días a él ya no le interesaban las artes marciales, pero yo no pude apartarme más de ese instrumento. Así surgió mi primera canción, que titulé Guitarra precisamente, aunque ahora mismo ni me acuerdo de la letra. Desde entonces solo me he preocupado por aprender y aprender, para intentar encontrar mi propia forma de hacer las cosas, mi sello.

—¿Cómo fuiste encontrándote? ¿Bebiste de alguien?

—Para serte sincero debo decir que nunca me gustó la manera de ser del trovador guantanamero. Lo hallaba muy estirado, lo veía como montado en un personaje de Lord, por describirlo de alguna forma. Andaba por ahí con la nariz metida en el Habana Libre, y con eso jamás me sentí identificado. Pero sucedió que justo en una Jornada de la Canción Política, en la que me di a conocer, llegó un proyecto que me dejó «loco»: la Trovuntivitis, de Santa Clara. Me parece como si fuera ahora… En esa edición del evento participaron Michel Portela, Yaima Orozco, Raúl Marchena, Diego Gutiérrez, Leonardo García, Roly Berrío... Eran unos trovadores tan geniales, tan auténticos, con aquellas letras tan hermosas... Me hechizaron.

«Para mí, hasta ese momento, a casi ningún trovador le cuadraba compartir espacio con aquel que se acercaba a sus presentaciones con un par de canciones para cantar... “No, no, hermano”, apartaba a esos intrusos molestos. Pero ellos, los de la Trovuntivitis, eran otra cosa: con esa manera elegante de decir, con una sabrosura tremenda, con su vestir sencillo... Entonces me dije: Quiero ser trovador, pero como estos muchachos. Y la verdad es que empecé a estudiarme poco a poco, a descubrir mis posibilidades, lo que más me complacía hacer... Empecé a defender mis propias canciones».

—¿Qué rasgos definen tu estética?

—El desenfado. Me motiva mucho que el público sea abierto. Nos me interesa subirme al escenario y plantear una propuesta hecha y rehecha. Mis músicos me dicen: «Nos pasamos la vida ensayando por gusto, porque después haces lo que se te ocurre». Pero es por ese motivo. Me gusta sorprender al auditorio, para que no se aburran de mí. Y aunque sean las mismas canciones intento que parezcan nuevas.

«Sinceramente no puedo parame en el escenario y permanecer tranquilo. Tengo que moverme, interactuar con la gente, sonsacarla para que participe, hacer que se reduzcan las distancias. Y, claro, las valoraciones sobre mi manera de proyectarme están divididas: los que les parece bien y los otros que piensan que se me va la mano: “¿Por qué saltas? ¿Por qué mueves tanto los pies?”, me critican, pero es que soy de ese modo.

«Mi música, en tanto, es muy diversa, por los géneros en los que se mueve y por los temas que aborda. Pero si hay que buscar un elemento que la defina yo te diría que es la cubanía. Me siento muy cubano. He tenido la suerte de poder estar fuera del país, pero en todas partes he defendido con orgullo mi “guantanamería”. Creo que por la forma en que la planteo, mi propuesta es muy guantanamera y, por ende, muy cubana».

—¿Algún disco ya que mostrar?

—No, todavía. Pero estoy convencido de que poseo obra para realizar al menos uno, que además creo que resultaría bueno.

—¿Qué colocarías en ese disco?

—Temas que digan mucho pero con pocas palabras, nada rebuscados. Creo en la belleza de lo sencillo... Mira, pondría canciones que ahora mismo me encantan como Negrita chuché, un lamento africano que le compuse a mi esposa; Alcira, dedicado a mi abuela y bisabuela; El pecao, un número que me ha ayudado mucho; Besos, Anastasia... Agregaría La talla y también Canción en tiempo de otoño, además de Ciudad libélula y Cuchún del Guaso, las cuales hablan sobre la nostalgia guantanamera, esa que se impone cuando estás lejos de la tierra y extrañas que nadie se te acerque y te pregunte: «Nagüe, ¿cómo tú estás?». Creo que haría un disco con cien canciones, por lo menos.

—¿Porque tienes tantas canciones?

—Bueno, no tantas, solo algunas, pero las suficientes (sonríe). He tenido el privilegio de que la inspiración sigua reprendida conmigo. Como todos, tengo canciones que «quemo», que son las que ahora canto una y otra vez, pero hay otras guardadas, esperando su momento. Ahora mismo estoy enamorado de un tema que se llama Arrabaléate, que es una conga, pura sabrosura.

—Viviste la experiencia de formar parte de una puesta teatral...

—Esa fue otra suerte: estar en el Pabellón Cuba, sede nacional de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), donde José Ramón Hernández, el joven director teatral, me escuchó cantando Ciudad libélula, tema que a él le funcionaba muy bien para la pieza que estaba montando, Aleja tus hijos del alcohol, en la cual me invitó a participar.

«Resultó espectacular para mí formar parte del equipo de Aleja tus hijos del alcohol, que consiguió un respaldo importante del público y la crítica. Fue una experiencia muy sustanciosa, que aproveché al máximo. No solo porque pude apreciar el proceso que llevan adelante los actores para la preparación de sus personajes, por ejemplo, y de montaje de una obra, sino también porque me obligó a estudiar, a ver otras obras teatrales, a la vez que me permitió conocer a un maestro de la escena cubana como Carlos Díaz».

—Muy cubano, ¡pero te pusieron un nombre...!

—(Sonríe). Fue por un médico. Yo me llamo Audis Rafael Vargas Dranguet. El Audis se debe a un odontólogo, amigo de la familia, que era el espejo en el que mi madre-abuela quería que me mirara: educado, responsable, estudioso, delicado, amable... Pensó que nombrándome así ya adelantaba un trecho (sonríe). Lo de Rafael es la consecuencia de haber venido al mundo un 24 de octubre, Día de San Rafael Arcángel. Como ella es muy creyente, prometió que «si el niño nacía bien...», y cumplió con su palabra.

 

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