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Hay mucho todavía que aportar

La Academia Cubana de la Lengua, con sus 90 años, pugna por un espacio en el campo cultural de la Isla. Su recién electo director, Doctor Rogelio Rodríguez Coronel, habla sobre las problemáticas actuales del idioma español en Cuba y sobre la proyección de esta entidad consultiva

Autor:

René Camilo García Rivera

Con impecables trajes blancos, sombreros de pajilla a la usanza y redondos espejuelos de metal, los fundadores firmaron el acta de creación de la Academia Cubana de la Lengua (ACuL), allá por el lejano 1926, pocas semanas antes de que un inesperado ciclón barriera la urbe habanera.

Por entonces, la aplastante presencia norteamericana en la Isla amenazaba la identidad cultural, en especial el lenguaje. Basta releer la prensa de la época para notar la invasión de extranjerismos en sus páginas. Poco faltó para que las imprentas comenzaran a hablar en inglés y francés.

El notable grupo de intelectuales reunidos en la naciente institución se propuso velar y contribuir al desarrollo de la lengua de Cervantes en la Mayor de las Antillas. En su mayoría escritores y académicos, aportaron con su obra al caudal literario y espiritual de la nación cubana. El ente institucional que legaron, pervive aún hoy, bien entrado el siglo XXI, en un escenario completamente distinto. Aunque mantiene las esencias, ha sabido mutar con el paso del tiempo.

«La ACuL es un organismo asesor, consultivo; independiente de las organizaciones gubernamentales y con autonomía propia. Poseemos la misión de brindar consultas a quienes lo soliciten, sean personas o entidades. En la medida en que nos requieran, ayudamos», aclara el Doctor Rogelio Rodríguez Coronel, elegido en el pasado mes de junio como director de la sociedad.

Rodríguez Coronel posee una larga trayectoria en el mundo de las letras. Profesor, ensayista y crítico literario, ha resultado merecedor de numerosos galardones y reconocimientos durante su carrera. Destacan el Premio de la Crítica Literaria Mirta Aguirre (1985) y el Premio de la Crítica (1986) por el libro La novela de la Revolución Cubana. Miembro de la Academia desde 2003, asume el cargo con el despliegue de ambiciosos proyectos.

«Trabajamos en la confección de un Diccionario Escolar —que ya se encuentra en la fase final— y en un texto de gramática para los profesores. Reinauguramos nuestra página web (www.acul.ohc.cu) con información actualizada e interactividad en las consultas», explicó.

El catedrático adelantó la preparación de una propuesta de Política Lingüística, documento ausente en los marcos regulatorios del país. «Cuba carece de esta normativa, no está escrita ni conceptualizada. Por eso se permiten tantos abusos al idioma en los lugares públicos, ya sea en la propaganda, en carteles, a la hora de escribir algunos topónimos y en anuncios de negocios».

Entre los actuales programas de la ACuL, Rodríguez Coronel destaca «una serie de cursos y seminarios para profesores de Español del Ministerio de Educación. Ya se han realizado unos cuantos, y tendremos uno muy significativo en enero sobre la enseñanza de la lengua, la gramática, la oralidad y la escritura, en el cual brindarán sus conocimientos especialistas nacionales y extranjeros de primer nivel. Esto nos interesa mucho. Hemos dado algunos pasos, pero queremos incidir más», insiste el también Decano de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana.

—¿Por qué el interés de la ACuL en apoyar la preparación de los profesores?

—En la medida en que el pueblo cubano ha incrementado su nivel de instrucción, el lenguaje también ha evolucionado. Los hablantes han sido cada vez más competentes. Pero en los últimos tiempos las dificultades para la enseñanza del idioma están lastimando el buen desarrollo de la lengua. Nuestra ayuda puede dotar a los maestros de herramientas más eficaces para su trabajo.

«La campaña por la lectura y la batalla por el acceso al libro resultan trascendentes. Esta es una de las fuentes básicas para comunicarse mejor, para ganar competencias como hablante. Las reglas gramaticales, la ortografía, la caligrafía se aprenden en la escuela, lo cual debe hacerse de manera creadora, pero el siguiente paso para dominar la lengua se encuentra a través de la lectura.

«Ahora acudimos a un fenómeno interesante. Los espacios digitales compiten cada vez más con los textos tradicionales. Los jóvenes encuentran en estos soportes respuestas a sus intereses. ¿Eso significa que lean menos? No necesariamente. Si conseguimos colocar en tales entornos los materiales adecuados, podemos generar desde ahí hábitos de lectura. Para ello se requiere de una estrategia que comience a influir desde edades muy tempranas».

—¿Quién debe encargarse de esa planificación?

—Conseguir una competencia en la lengua requiere toda la vida y empieza en la niñez. La familia y la escuela resultan fundamentales, pero también el entorno. La responsabilidad de la enseñanza es elevadísima, porque encierra un deber profesional. Por eso debe hacerse adecuadamente.

«En la estrategia para la formación del joven lector funcionan más los textos que lo acerquen a los libros, que generen interés en los estudiantes. Si a alguien que comienza se le entrega un ejemplar de El Quijote, se le frustra, porque resulta extremadamente complejo para ese nivel. A textos de esa altura se llega a medida que se forma el llamado “horizonte de recepción”; es decir, cierto entrenamiento en el gusto y en la asimilación de diversos niveles de la lengua escrita.

«La literatura infantil resulta sumamente útil. Aporta poco a poco, dosificadamente, la magia de los libros. Para que el niño encuentre en ella un estímulo a su imaginación, a su sensibilidad. Eso debe ocurrir gradualmente.

«A veces los programas de literatura para Primaria, Secundaria y Preuniversitario obvian esa realidad. Se colocan grandes obras, clásicos, lo cual resulta improcedente. Provoca repulsión en muchos alumnos, que nunca terminan de conformarse un hábito.

«Recuerdo los criterios de una de mis grandes profesoras, Camila Henríquez Ureña. Ella contaba que su gusto por la lectura comenzó por las versiones de los grandes clásicos; adaptaciones para niños donde se mantenía la historia, pero se suprimía el lenguaje complejo, inaccesible para los pequeños.

«Los planes de literatura, desde la Primaria hasta el Preuniversitario, deben conllevar un plan, una dosificación de acuerdo con el nivel del lector, para obtener mejores resultados».

—¿A usted le parece que esa estrategia de enseñanza necesita una actualización?

—Por supuesto que sí. Necesita una creación, un diseño, una actualización, una selección muy adecuada de los textos. Además de los maestros y metodólogos, deben intervenir los sicólogos, sociólogos, pedagogos, etc. Se requiere un estudio multidisciplinar. En ese menester, la ACuL posee el interés de participar activamente, de coordinar el proceso; contamos con las capacidades y los recursos para ello.

«Mantenemos una excelente relación con el Ministerio de Educación. Se han mostrado receptivos a las proposiciones de la Academia. Con su anuencia, esperamos adelantar más y dar pasos concretos, porque los planes para la formación de los lectores no pueden esperar mucho más tiempo».

—¿Le parece que el lenguaje actual de los jóvenes evidencie una decadencia en el uso del idioma?

—Cada generación tiene sus propios códigos, su propia jerga. Eso es natural. El habla de los adolescentes resulta para ellos un medio de reconocimiento, de identidad, una forma de afincarse sobre el mundo. Eso no constituye ningún problema. La dificultad puede radicar en que solo permanezcan en ese estrato, en que su habla no resulte competente en otros escenarios.

«No es lo mismo comunicarse con sus amigos del grupo de la escuela que dirigirse a los profesores, o a los vecinos en el barrio, o conversar con un interlocutor más preparado. Esas situaciones comunicativas requieren diversas exigencias. La educación radica en ofrecer las herramientas para manejarse según la necesidad».

—¿Por qué resulta tan importante para la sociedad la formación de los jóvenes lectores y el desarrollo de las competencias del habla?

—Se piensa con el lenguaje. Si no se posee una riqueza idiomática, tampoco se tendrá una riqueza de ideas. Una cosa viene con la otra. Eso va más allá de la enseñanza, de la literatura, del mundo de las letras. Un científico que no posea dominio de la lengua está baldado en su pensamiento.

«La lengua materna no es solamente para hablar y escribir correctamente, para evitar las faltas de ortografía o de concordancia. Cuando se aprende bien el idioma, cuando se posee un amplio espectro léxicográfico, se pueden generar mejores ideas, pensar mejor. Una sociedad siempre está urgida de mejores ideas. La Academia está dispuesta a ayudar. Solo falta que nos escuchen».

Parte de la historia

Fundadores de la ACuL en 1926: Enrique José Varona, Fernando Ortiz Fernández, Manuel Serafín Pichardo, Antonio Valverde Maruri, Mariano Aramburu Machado, Antonio Sánchez de Bustamante Sirvén, José Manuel Carbonell, Ramón A. Catalá Rives, Francisco de Paula Coronado, Fernando Figueredo Socarrás, Mario García Kholy, Carlos Loveira Chirino, Jorge Mañach Robato, Manuel Márquez Sterling, Rafael Montoro Valdés, José Antonio Rodríguez García y Carlos Manuel Trelles. Miembros actuales de la ACuL: Miguel Barnet Lanza, Luisa Campuzano Sentí, Eusebio Leal Spengler, Sergio Valdés Bernal, Enrique Saínz de la Torriente, Roberto Fernández Retamar, César López Núñez, Graziella Pogolotti Jacobson, Pablo Armando Fernández Pérez, Ambrosio Fornet Frutos, Nuria Gregori Torada, Nancy Morejón Hernández, Rogelio Rodríguez Coronel, Reynaldo González Zamora, Roberto Méndez Martínez, Ana Margarita Mateo Palmer, Eduardo Torres Cuevas, María Elina Miranda Cancela, Antón Arrufat Mrad, Marlen Domínguez Hernández, Ana María González Mafud, Maritza Carrillo Guibert, Jorge Fornet Gil y Mirta Yáñez Quiñoá.

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